Informe XIII Sanfic (1): Ausencias y presencias (un poco ausentes)

La lógica indica que el análisis de la programación de un festival implica valorar las películas presentes y su coherencia con el espíritu del festival, aunque esto no quita la posibilidad de pensar en voz alta sobre las películas aparentemente ausentes, en especial en un contexto en el cual el cine chileno ha sido protagonista en los grandes festivales internacionales y que han estado ausentes de SANFIC. El primer filme que se viene a la mente es Rey de Niles Atallah, ganadora moral de Rotterdam y que ya ha debutado en festivales latinos como Olhar de Cinema o FICUNAM; película con una esencia tendiente a lo experimental, pareciera ser algo más cercana a Valdivia, aunque para los fines de este texto es válido contabilizar su ausencia.

Si continuamos el recorrido de forma cronológica llegamos al Festival de Berlín, donde los documentales El pacto de Adriana de Lizette Orozco y Casa Roshell de Camila José Donoso hicieron su debut, la primera en la ecléctica sección Panorama y la segunda en la experimental Forum. El documental de Orozco es el filme que ha tenido más recorrido, pasando por BAFICI, Lima y otros festivales europeos, y que por sus características parecía ser muy adecuado para el festival santiaguino, sin embargo, el hecho que Storyboard Media sea productora de la película y del festival puede haber influido en su ausencia, aunque su debut nacional ya se ha acaba de producir en los festivales de Arica y Viña. Un caso distinto es Casa Roshell, ya que aunque está filmada en México tiene coproducción y dirección chilenas; su debut latino ha sido en FICUNAM, pero su estreno local deberá esperar un poco más. Cerrando el panorama festivalero la película con el debut más sonado fue el caso de Marcela Said con Los Perros (aparte de Una mujer fantástica, que ya tuvo su estreno comercial en Chile), que se estrenó en la Semana de la Crítica de Cannes; el filme ya ha tenido su estreno latino en la Competencia del enorme Festival de Lima, aunque aún no hay rastros de su debut en Chile. Finalmente, el caso más llamativo, aunque no festivalero, es Cabros de mierda de Gonzalo Justiniano, estrenado comercialmente en Chile de forma simultánea con el SANFIC (llegando a regiones con varias copias, lo cual indica su masividad), los rumores plantean que su presencia se cayó a último minuto, prueba de esto hay posters y noticias que lo incluían en SANFIC.

Todo lo dicho anteriormente es solo una breve revisión de los ausentes y son ideas más especulativas que analíticas sobre la ausencia en SANFIC de ciertas películas chilenas, sin ser una crítica, este ejercicio es más un pensamiento en voz alta.

En la segunda parte de este artículo se hablará de algunos de los filmes que sí estuvieron presentes en la cita santiaguina, en este caso en competencia nacional. El autor de este texto ha visto 4 de los 9 filmes que compitieron, incluyendo a la película ganadora, Sapo, y la película que recibió el premio del público, El color del camaleón. Dentro de las no vistas sin duda la que más repercusión ha tenido ha sido Robar a Rodin, que parece haber sido la gran sorpresa del festival.

 

Los recuerdos olvidados, necesidad vs patologías

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El olvido es un mecanismo necesario de nuestra mente como forma de depuración frente a nuevas vivencias. Si bien no olvidamos lo trascendental ni recordamos todo lo superfluo, nuestros recuerdos se distorsionan, ya sea como mecanismo de defensa o como un fallo de nuestra mente que no siempre es inefable. El color del camaleón de Andrés Lübbert es un ejemplo del olvido como única defensa frente al horror vivido, aunque a la vez este olvido se muestra como un fantasma constante, el cual necesita ser exorcizado. El filme acompaña el recorrido del padre del director, que es el protagonista, de una forma bastante anti lineal, ya que nos movemos entre el presente hacia un pasado no tan lejano y el origen de los hechos que generan ese olvido obligatorio. La forma en la cual Lübbert va descubriendo todos los tormentos sufridos por su padre durante la dictadura están muy bien retratados, ya que alcanzamos a sentir el asombro del director sobre esa figura desconocida de la cual apenas entendía algo; esto además catalizado por el hecho que el director no es chileno, lo cual también implicaba no solo un descubrimiento paternal, sino también un descubrimiento sobre sus orígenes. La sutileza y gradualidad con la que vamos descubriendo los hechos se contrastan con la excesiva emotividad con la que el director habla de sus emociones, que posiblemente sea importante para entender que el filme no solo representa el dolor guardado del padre, sino también del hijo, pero que por el excesivo subrayado de dichas emociones se hace un tanto artificial.

Mucho menos sutil es la ficción La memoria de mi padre de Rodrigo Bacigalupe, que también se presentó en la competencia chilena, la que con trazos muy gruesos retrata la relación de un padre que sufre de alzheimer con un hijo que parece haber heredado una actitud bastante egoísta y arrogante. Parte de los variados problemas del filme son las múltiples situaciones de manual del cine padre-hijo que se presentan, desde los traumas infantiles, el espejo con el cual el hijo se comporta de la misma forma que el padre con su entorno y cuya conclusión pareciera culpar al padre por dicha actitud, un viaje como exorcismo de la tensa relación, y finalmente, la supuesta redención casi mágica del protagonista. Más allá que el crítico que escribe caiga en el mismo lugar común que la película, al criticarla por convencional, lo que más se acusa es la poca sutileza y las pocas oportunidades que se da al espectador de descubrir algo por su cuenta, y que la enfermedad del padre pareciera solo un vehículo para un final efectista y un poco manipulador.

 

Aquellos personajes raros que nos rodean

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La empatía es algo que muchas veces se espera de un filme más allá de cuanta realidad refleje. Aunque reducir la idea de calidad de una película en función a la conexión que el espectador logra con los personajes es un ejercicio que se aleja del concepto de arte, a pesar de esto siempre se agradece que los personajes no expulsen al espectador del filme. El mundo universitario que se ve en Reinos de Pelayo Lira parece moverse entre la anarquía y la fiesta constante. Este párrafo no pretende juzgar la verosimilitud de dicho mundo, sino el retrato que se hace de una generación, que pareciera no tener rumbo y que subraya constantemente ese hecho. La pareja protagonista no ayuda mucho en plantear alguna motivación más allá del exceso gratuito, uno de los pocos instantes lucidos es aquel que da título al filme: “Mi reino por un caballo”, la famosa frase que alude a dar todo de uno por un momento de paz, frente a todo este universo de alcohol y sexploitation, que parece quitar humanidad a los protagonistas y que banaliza una etapa de crecimiento y consolidación del ser humano. Más allá de esas consideraciones, si se ha hablado tanto de festivales es adecuado resaltar la presencia de Reinos en la competencia internacional del reconocido BAFICI, donde la actriz Daniela Castillo se llevó el premio a mejor actriz, todo esto para complementar la primera parte y ver que no todo ha sido una acumulación de ausencias.

Lo ominoso hecho film es sin duda Sapo de Juan Pablo Ternicier, filme que sorpresivamente ganó la competencia chilena, una película que pareciera no tener ni una mínima concesión a su personaje principal, una hombre que es filmado cual si fuera un anfibio y que hasta pareciera respirar y moverse como uno. Es posible que los recursos crípticos bajo los cuales se mueve la película confunda a cualquier cinéfilo, ya que es casi imposible entender las motivaciones que mueven al batracio protagonista, una especie de periodista nightcrawler que durante el día es un personaje gris que apenas habla y durante la noche pareciera sacar lo peor del ser humano, a lo que se incluye su rol como colaboracionista con el régimen de turno. Es difícil no sentirse expulsados frente a este personaje que se mueve bajo ciertos parámetros que marcó Pablo Larraín en sus primeros filmes, pero cuya ambientación pareciera atenuar la oscuridad de sus personajes. De todas formas, el caso de Sapo pareciera no tener el mínimo respiro frente a un hombre y entorno cuya repelencia es más fuerte que cualquier fotograma.