Acostumbrado durante años a hacer películas con presupuestos y plazos mínimos, Ruiz aprovecha al máximo la primera oportunidad que la industria europea le concede en casi una década para filmar las bizarras aventuras de un detective de milagros, perseguido y acosado por escenarios de pesadilla. Su compinche en la aventura fue nada menos que John Hurt, quien alimentó en el realizador a exhibir sin restricciones una faceta que —aunque parezca extraño— casi siempre dejaba oculta: su poderosa vocación cinéfila.