Informe XI In-Edit Nescafé (6): Nick Cave 20.000 days on Earth (Iain Forsyth y Jane Pollard, 2014)
Una de las películas más esperadas y plato fuerte del recién pasado In-Edit vino a entusiasmar no solo a la fanaticada de Nick Cave (cosa que se demostró en el imprevisto aviso antes de la función del jueves con el aviso de un espectador buscando integrantes para la formación de una banda tributo a Cave y los Bad Seeds), también apareció como buen ejemplo de las posibilidades de explorar la figura del músico, su obra y procesos creativos sin por qué anclarse en el registro documental, pero tampoco asumiendo la ficción más evidente y pura. Es posible establecer paralelos con algunos films de Todd Haynes y su deconstrucción del biopic, pero no me iré por ese lado.
En buenos términos 20.000 days on Earth es la ficcionalización de un día en la vida del músico australiano, justo conmemorando su número 20 mil de vida, un no-cumpleaños como pie forzado para exhibir la faceta subjetiva de su labor musical. Con participación en el guión del propio Cave, aparte de los directores, la película narra el seguimiento del amanecer hasta la noche, guiado por el propio Cave y las salidas y encuentros que se suceden ese día. Vale decir, el recurso utilizado por la película es fácilmente reconocible al ser algo tan propio de manifestaciones cinematográficas y literarias cuando optan por la concentración espacio-temporal de la experiencia de toda una vida y el autorreconocimiento de una subjetividad inmersa en el caos del mundo. De tal manera esta entrada y su exitoso desarrollo, logra satisfacer tanto el interés del espectador que va a verla por gusto musical, como informar y demostrar la particularidad e importancia del sujeto en cuestión.
Los rasgos particulares de Nick Cave, el músico, quedan suficientemente expuestos gracias a ingeniosas ocurrencias. Significativas son la sesión con un terapeuta donde relata su infancia y da cuenta de su formación antes de llegar a la adultez, de su relación con su padre y madre, especialmente con aquel, de su relación con el sexo y las mujeres. Junto con esa faceta psicoanalítica, el retrato se amplía hacia otros asuntos en las conversaciones que tiene mientras maneja su auto con algunos de sus amigos y colaboradores (el actor Ray Winstone, el ex Bad seeds Blixa Bargeld y la cantante Kylie Minogue) con los que trata temas como la creación, la fama y el espectáculo, entre otros. Son apariciones casi fantasmales que le permiten reflexionar en voz alta aerca de cuestiones que el meditabundo Cave ha enfrentado a lo largo de su carrera.
También hay una aproximación a su faena más práctica. Visita a Warren Ellis, y trabajan en algunas composiciones, ensayando con otros miembros de su banda. Por ahí la película se detiene para captar algunas canciones interpretadas en forma íntegra. Así se consigue acceder no solo al enjundioso trabajo musical, además se obtura a las fuentes escritas de Cave. Son cuadernillos llenos de letras, anotaciones, fragmentos textuales y visuales que forman el sustrato más expresivo y personal a partir de donde surgirán las canciones que luego tomaran forma musical.
Las obsesiones de Cave van tomando poco a poco la gravedad que les permite formar el imaginario que su obra musical ha llevado a cabo a lo largo de los años. No soy un gran entendido en el trabajo de Cave, pero encuentro que su linaje proviene desde formas literarias como la poesía y narrativa románticas y beatniks, cruzadas después en lo musical con estilos ampulosos del pop y, por otro lado, con la potencia del punk y el rock más clásico. Otros también han hecho sus propias elaboraciones con tales elementos, sin embargo Cave, fuerte personalidad, ha dado con particularidades identificables solo con y en él al tratar sobre las relaciones de pareja, la violencia de los sentimientos y la inseparabilidad entre vida y muerte. En un momento le explica a su psicoanalista: “No creo en la existencia de dios en la realidad, pero en el universo de mis composiciones sí existe Dios”. La licencia que le da la autonomía de su trabajo creador supone que el pequeño dios-Cave lo elabora con tal complejidad que da cuenta de un imaginario artístico poseedor de un horizonte moral (que no moralizante). Es en ese sentido que parece un artista del siglo XIX viviendo entre el XX y el XXI. Tal es la configuración de su carácter excéntrico dentro del panorama de la música popular y que le da un estatus bastante significativo y único, a mi parecer.
En complemento a esto se encuentra la faceta de performer, inevitable en el campo de la música popular, ya que hablar de música popular significa hablar de su presentación “en vivo”. Entonces la figura de Cave se potencia, en un remedo artístico de la catarsis y la trascendencia. Dice Cave sobre su relación con las audiencias de sus shows que es un proceso de retrocomunicación entre él, que actúa, y la masa que lo alienta. Son fuerzas que se autogeneran en un aumento similar al del goce sexual. Cave es completamente consciente de eso y lo proyecta en su práctica sobre el escenario. Por momentos la película logra ponernos en esos dos lugares: público y cantante. Creo que solo un medio como el cine, con sus procesos de identificación visual, es el único que puede lograr momentos como ese, una especie de aquiescencia irracional momentánea que hace virtud activa de la pasividad del espectador.
Sin embargo, para mí, el gran momento puesto en escena por la película está en la visita al archivo de sus objetos personales. Un recorrido por fetiches y fotos donde memoria y subjetividad pasan a ser una misma cosa. Es el episodio más íntimo y familiar con Cave. Mientras se ha dejado de lado aquel espacio que por antonomasia debería ser lo “íntimo y familiar” (su esposa y sus hijos, con solo un plano para ellos en todo el film), porque supone caer en terreno de la banalización y espectacularización del ámbito privado, la proyección de su subjetividad surge explícitamente mediada en esos objetos (literalmente proyectados como imágenes sobre la pared y también en sobreimpresiones) y con ellos es que fragmentariamente puede discurrir en el relato de sus recuerdos y su pregnancia emotiva. Poco importa discernir el carácter de verdad o falsificación que se pueda inquirir sobre las confesiones de Cave en ese momento, porque en realidad está hablando de otra cosa: shakesperianamente se nos dice, y se nos muestra, la materia de la que están hechos nuestros sueños y nuestras vidas. Esto es, las fantasmagorías que animan los objetos en los que vicariamente leemos nuestra existencia y el paso del tiempo, en una relación que va de lo individual a lo histórico. De esta manera Cave puede narrar, por ejemplo, el primer encuentro con quien es ahora su mujer: sobre la imagen de una foto de ella en su juventud la voz de Cave enumera todas las mujeres que lo obsesionaron, o mejor dicho, la objetivación en una sola imagen de todas las imágenes que cierto arquetipo femenino producido por la cultura ha colonizado su inconsciente y su consciencia. ¡Machismo! ¡Enajenación! podrán alegar algunas/os. Yo me quedo con la idea de que nuestros imaginarios sociales crean y son realidades y que si Nick Cave es culpable de algo, simplemente es de ser un hombre del siglo XX. Aunque, claro, no uno cualquiera.
Álvaro García Mateluna