Informe X Sanfic (1) : Un mundo cínico
Seamos sinceros, nos costó este año Sanfic. No tanto por la baja presupuestaria, cuestión que afectó directamente a la línea de invitados de lujo que venía trayendo el festival desde sus inicios, si no porque este parece haber sido un festival de transición, menos firme en la línea programática y más evidente en la parte de marketing e imagen corporativa, vinculado esencialmente a Corpartes. Se suma también cierto ambiente farandulero que el año pasado ya habíamos detectado y un público, quizás, no lo necesariamente comprometido.
Es curioso decirlo pero mi sensación general después de este festival fue la de cierto pesar por algo que quizás es completamente ajeno a Sanfic como festival, pero que lo incluye, y me refiero a un cinismo rastreable en la mecánica de un funcionamiento en el cual nadie parece creer. ¿Los síntomas? 1) Un tipo de espectador que bien puede estar hablando durante toda la película o revisando su celular, 2) la naturaleza abiertamente irónica de los spots de este año donde se ponía en duda el propio “valor” de una película de festival (con cierto humor irónico, se hacía mención a películas que adaptan su propuesta para el efecto de los premios, pueden revisarse aquí), o 3) En los mismos filmes muchas veces discursivamente entre un nuevo exotismo humanitario (que también es cínico) y una ficción calculada para los premios (como los que alude su campaña publicitaria).
Todo esto me llevó a pensar bastante en la naturaleza contemporánea de los festivales de cine, en las pequeñas máquinas mercantiles y estatales que se promueven en foros de producción y en la poca o nula atención a los procesos de recepción. En parte, esto viene dado por una anulación que el mismo circuito desecha, que se inicia en los pitchings modulando temas y estéticas y termina en los premios, claro está. La industria formula sus pasos claramente bajo los llamados estándares de calidad en una cadena de valor que por sí misma no cree generar error ni exclusión. La palabra clave aquí es elitismo y a ninguno de los participantes del juego parece escandalizarle mucho.
Dicho de otro modo hablamos de aquello que en sociología se llama “reproducción simbólica”: sus agentes en los medios y las instituciones configuran un discurso público sin grandes sobresaltos y desde Chile se trata de repetir un modelo y adaptarlo de la mejor manera. Bien por CORPARTES, bien por Qué Pasa y La Tercera: el tablero está completo de su lado. Sumo a esto el clima generado hacía solo pocos días por un artículo en Artes y Letras donde críticos ausentes de festivales como Héctor Soto, Ernesto Ayala o Ascanio Cavallo declaran los tiempos de su agonía. En otras palabras, Sanfic ha perdido cierta astucia al interior del negociado para meter el gol programático y las películas que podríamos llamar “de resistencia” junto a mucha de la energía visible del festival, parecen haber ido a parar a lo mediático y al correcto funcionamiento.
Todo esto lo digo por las películas, pero también por las dinámicas y el azar. No es que el sistema no funcione. De hecho, películas como Ida (Pawel Pawlikowski), María Graham (Valeria Sarmiento), La imagen perdida (Rithy Panh) o la que comento más adelante Welcome to NY (Abel Ferrara) pertenecen a un régimen curioso del circuito global. Directores que llevan un trabajo serio y a contrapelo y bien podrían ser el “error” del sistema y no su ratificación. Y era la seña hacia atrás: desde Kossakovsky a von Trotta, pasando por Cantet y Jem Cohen, por señalar sólo algunos de sus logros anteriores. E insisto que no pasa por el dinero.
Este año la nueva sección sobre cine de montaña señala la búsqueda abierta para nuevos públicos ¿fracasó la cinefilia como modo de consumo y recepción? ¿es el “valor” artístico del cine algo dado a la baja? ¿es, definitivamente, el cierre de una etapa en el festival?
Sólo puedo decir algo serio de dos filmes que ví. Por que ponerme a hablar del humanitarismo ilustrativo de Mateo (María Gamboa, Colombia) o el neoconservadurismo disfrazado de emoción de Aurora (Rodrigo Sepúlveda, ganadora de competencia internacional), el cálculo cínico de Fendrik en El Ardor (que ya se comentó aquí) o la guionizada y algo vacía No soy Lorena (Isidora Marras) , está sobre explicado arriba.
El Crítico (Hernán Guerschusny, Argentina) podría comprenderse como una respuesta posible ante el escenario anteriormente propuesto. El filme sigue la senda del cine de Cohn-Duprat (El Hombre de al Lado, 2009) y tiene bastante relación con la última de Moguillansky de la que hablé en Bafici, El Escarabajo de Oro. Se trata de una comedia protagonizada por el dramaturgo y actor Rafael Spregelburd (que actúa en los dos filmes mencionados) y posee pasión por la cita cinéfila y a su vez cierta melancolía por la figura del crítico de cine comprendido como un freak asistémico. El personaje en cuestión, un típico neurótico y obsesivo, conoce a chica y de pronto cree estar al interior de un género cinematográfico que detesta, la comedia romántica, siendo él mismo un personaje cliché. Pasan bastantes cosas, entre citas cinéfilas y situaciones jocosas, pero lo cierto es que el ritmo narrativo cae en el segundo tercio para remontar con creces en el último. Astucia, ironía: como si un antídoto estuviese en pegar la vuelta, devolvernos el placer y al menos la ilusión de un romanticismo cinéfilo perdido.
La segunda es tan cínica como la anterior, pero su operación es a la inversa: llegar hasta el fondo del nihilismo, empachar al espectador con lo que quiere ver pero con un tratamiento denso, espeso, propio del mejor cine francés y también del mejor Ferrara. Por supuesto que hablo de Welcome to NY, filme anamórfico inspirado en el caso Strauss Kahn que comienza con una entrevista al personaje encarnado por un decadente Depardieu, y su defensa de un libertinaje anárquico.
Durante veinte o más minutos veremos al enorme y viejo cuerpo de Depardieu follar con prostitutas, beber hasta el hastío y en toda ocasión demostrar poder. Su personaje es también una víctima de una enfermedad y hay algo de todo ello que nos produce una extraña compasión, sobre todo cuando empiece el vía crucis físico, la humillación y la pérdida de un juicio por haber ultrajado a una empleada de hotel. El clima emocional que toca Ferrara es complejo, insondable y banal a la vez, se afirma en la pura opulencia y fisicidad del cuerpo, la angustia insaciable de un adicto que prevalece y se afirma a sí mismo en la autodestrucción en un monólogo cercano al final. Grotesco, Depardieu es el monstruo de nuestro tiempo, una metáfora de la bestia cínica que está bajo el sueño del capital, la lógica cruel y desenfrenada de su reproducción.
Iván Pinto