Informe La Semana del Documental de DocMontevideo 2021: Hasta que la identidad se haga costumbre
En su segunda experiencia virtual, la curatoría de La Semana del Documental de DocMontevideo supo leer con sensibilidad las cavilaciones de directoras y directores que representan en sus trabajos de no ficción las urgencias de los territorios latinoamericanos y de sus comunidades más vulnerables, preocupación que parecieran compartir La vocera (Luciana Kaplan, México, 2020), Apenas el sol (Arami Ullón, Paraguay, 2020), Entre fuego y agua (Viviana Gómez, Colombia, 2020), Edna (Eryck Rocha, Brasil, 2020), Delia (Victoria Pena, Uruguay, 2021) y Del otro lado (Iván Guarnizo, Colombia, 2020).
Tal como el año pasado en su primera edición on line, en su segunda experiencia virtual la curatoría de La Semana del Documental de DocMontevideo supo leer con sensibilidad las cavilaciones de directoras y directores que representan en sus trabajos de no ficción las urgencias de los territorios latinoamericanos y de sus comunidades más vulnerables. Si hay una preocupación que parecieran compartir La vocera (Luciana Kaplan, México, 2020), Apenas el sol (Arami Ullón, Paraguay, 2020) y Entre fuego y agua (Viviana Gómez, Colombia, 2020) -todos de mujeres realizadoras-, es la reivindicación de la identidad, tanto de comunidades de pueblos originarios como de una búsqueda personal, reivindicando su representación política en las elecciones mexicanas, el rescate de las tradiciones culturales ancestrales de un pueblo paraguayo desplazado o el origen biológico de un joven afro adoptado por una familia indígena colombiana. Se suma en esa línea Edna (Eryck Rocha, Brasil, 2020), que nos recuerda que la guerra por la tierra nunca se acaba, o Río Turbio (Tatiana Mazú, Argentina, 2020), donde la militancia y organización de las mujeres construye identidad colectiva de género y clase.
El reconocimiento a la identidad propia de una mujer de edad madura encuentra en la revisión de sus escritos guardados por más de 40 años un íntimo y sensible espacio para la memoria y el recuerdo. Durante 11 años el dirigente comunista uruguayo Jorge Mazzarovich fue un preso político de la dictadura de Bordaberry, en el marco de la Operación Morgan de 1975 que buscaba la captura y exterminio de la dirección clandestina del Partido Comunista Uruguayo. El largometraje documental Delia (2021), ópera prima de la joven directora uruguaya Victoria Pena, sin embargo, no trata sobre la prisión y la tortura recibida por el activo dirigente en los centros clandestinos de detención, sino de las consecuencias que dejó su larga ausencia en su familia y su compañera, Delia.
Amiga del hijo menor de Jorge y Delia (que nació luego de la liberación de la cárcel), la directora conocía a la pareja desde siempre, pero no se había detenido a pensar, más allá de la historia épica y dolorosa de sus maridos, en las mujeres que debieron sacar adelante a sus familias solas, en plena dictadura, con sus compañeros ausentes. En el rol que debió jugar Delia como mujer y madre de dos hijos (los cuales Jorge dejó de 5 y 8 años y sólo volvió a ver cuando ya eran adultos), que al releer sus textos y recordar -pasar por el corazón- reivindica su propio dolor, acaso invisibilizado por los objetivos políticos y la causa. Seguramente son las mismas ausencias que hoy sufren en nuestro país mujeres que tienen a sus parejas/hijos en prisiones preventivas excesivas por la revuelta popular del 2019, a las cuales inevitablemente remite la consigna “liberar, liberar a los presos por luchar” que se escucha en las imágenes de archivo de la dictadura uruguaya de los setenta con que comienza el documental, y que resuena actualmente en las calles chilenas.
Aunque le cuesta revivir el profundo dolor que sintió en esos años y todavía se pregunta si ha sido feliz, Delia nos deja entrar a la intimidad y profundas reflexiones de las más de 300 cartas que por más de una década se escribieron con su marido mientras él estaba en la cárcel, donde ella le pide disculpas por haberle mentido sobre su real situación, porque él la necesitaba fuerte, valiente y no tan sola. Correspondencias que al principio a Delia le hacía bien leer, pero con el correr del tiempo ya no leía. En el ejercicio de lectura de las cartas y poemas por parte de Jorge y de cada uno de los tres hijos por separado, sin la presencia de Delia, la directora logra un sensible momento en que los hombres de la familia se sorprenden por no haber sabido lo que su madre/esposa estaba viviendo/sintiendo.
En una práctica generosa y de desapego, tal vez para resguardar la memoria, a sus 79 años Delia también le facilitó a la realizadora sus cuadernos o diarios de vida, soporte que históricamente ha significado para las mujeres un espacio de refugio frente a la soledad, la pena o la invisibilización de su sentir. En ellos escribió con una fluida pluma sentidos poemas, en que ha lamentado muchas veces no tener un dios al cual aferrarse y en que reconoce que ha tenido que renunciar a tanto, que por dentro parece que tuviera 100 años.
Edna, del director brasileño Eryck Rocha, también trata sobre una mujer de la tercera edad que escribía poemas en su diario de vida, como una forma de resistencia frente a la ocupación policial del Amazonas en la dictadura brasileña de los setenta, los conflictos entre los campesinos y los acaparadores de tierra, y la destrucción de los ecosistemas que persiste hasta hoy. “El alma humana es un amplio campo de batalla donde tienen lugar los combates más letales”, escribe Edna con su cuidada caligrafía en las hojas con líneas de su cuaderno íntimo. Edna sueña con salir (aunque no sabe a dónde) del lugar donde pistoleros mataron a su hijo y a su nieto y la amenazaron a ella, donde antiguamente los niños hambrientos iban al matadero a buscar sangre de animales que luego cocinaban porque no tenían qué comer y donde ella ya a los siete años tenía la intención de morir. El lugar que en sus escritos califica como “tierra en ruinas construidas sobre masacres”.
Arrestada y torturada por militares por reaccionar a la expulsión de sus tierras inspirada en la acción de la Guerrilla de Araguaia -una expresión desesperada surgida a fines del sesenta contra la política de ocupación territorial-, Edna sobrevivió y pudo escapar, por lo que escribió la historia de sus amigos que no pudieron hacerlo. Son palabras registradas sobre su vida propia y que también dan cuenta de la historia de Brasil. Como la que se perdió recientemente en el incendio del galpón de la Cinemateca Brasileira en Sao Paulo, donde se encontraban filmes brasileños en 35 mm, incluido parte del archivo original del legendario representante del Cinema Novo, Glauber Rocha, padre del director de Edna, Eryk. En su película anterior, titulada justamente Cinema novo (2016), Eryk Rocha construye un valioso ensayo cinematográfico con escenas de películas de ese movimiento emancipador y material de archivo de entrevistas a sus protagonistas (el propio Glauber Rocha, Nelson Pereira dos Santos, Ruy Guerra), que logra transmitir la fuerza de ese manifiesto político y la convicción de sus integrantes.
Eryck Rocha conoció a su protagonista en una obra de teatro donde Edna con su voz en off daba su testimonio de su relación con la guerrilla. Aunque al principio tenía miedo de hablar, Edna le contó su historia en su casa a la orilla de la carretera, donde Rocha se encontró con una mujer fuerte con una vida dura, pero al mismo tiempo suave, con musicalidad y cargada de poesía, como la atmósfera intimista y poética fuera del lenguaje hegemónico que le imprime a la película.
El diario de vida íntimo que una mujer secuestrada por las FARC en 2004 escribió durante sus 603 días de cautiverio y que sus hijos no se animaban a leer mientras ella estaba viva, constituye el principal alimento del documental Del otro lado (Colombia, 2020) exhibido en La Semana del Documental, en que el director e hijo de Beatriz Echeverry, Iván Guarnizo, y su hermano emprenden una travesía por los lugares de la selva donde su madre estuvo retenida y buscan a sus captores como parte de un camino de perdón durante el post conflicto y el proceso de reconciliación, tras 52 años de conflicto interno armado colombiano.
Durante los casi dos años que Beatriz estuvo secuestrada, sus hijos sólo recibieron una llamada de los guerrilleros pidiendo rescate a un mes de la retención (de la que hay registro sonoro), quienes nunca más se volvieron a comunicar. En ese tiempo Guarnizo se refugió en su cámara y filmaba la casa vacía de su madre durante su ausencia, con los muebles cubiertos por sábanas, sin saber qué haría con ese material. La siguiente llamada fue de la propia Beatriz desde un teléfono público de un pequeño pueblo cuando fue liberada 600 días después.
Cuando Beatriz contaba detalles de su dramática experiencia en la selva, sus hijos se sentían incapaces de escucharla. Incluso, Guarnizo escribió el prólogo de un libro que su madre publicó, pero que él no se atrevió a leer. Antes de su muerte -por la que no alcanzó a ver el hecho histórico de los acuerdos de paz entre el Estado colombiano y las FARC, el cese al fuego y la desmilitarización de los guerrilleros-, Beatriz le dijo a sus hijos que había perdonado todo. Si ella lo había hecho, ellos también podrían hacerlo.
Del otro lado es una honesta, esencial y profunda indagación emocional de dos hombres que buscan al captor de su madre (joven que entonces tenía 26 años, la misma edad que el director en ese momento), al principio sin entender el afecto que ella había desarrollado por él y otros guerrilleros menores de edad en un contexto de excepción y de guerra. Ella le enseñó a leer a muchachos de 15 años, su secuestrador le hizo un palillo de crochet fundiendo el plomo de sus balas, con la que luego ella le tejió un portafusil. Más que el síndrome de Estocolmo, lo que los hermanos descubren son las razones de un otro que vivió circunstancias históricas determinadas, que nunca estuvo de acuerdo con las retenciones y que llevó su mandato de cuidar a los retenidos hasta las últimas consecuencias.
La guerrilla también está presente en La vocera, de la mexicana Luciana Kaplan, en que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) -que se levantó en armas contra el gobierno mexicano en los noventa ante la explotación, opresión y discriminación a los pueblos indígenas- apoya, junto a otras comunidades mexicanas, a la dirigenta Marichuy en una candidatura presidencial independiente. Es la identidad de los pueblos originarios lo que los indígenas organizados reclaman, la reivindicación de sus derechos colectivos, convencidos de que -como dijo Zapata- “la tierra es de quien la trabaja”, de que a México lo tienen secuestrado los de arriba, que la conquista de la Libertad y la Justicia no vendrá de manos de los partidos políticos y que persistirán en la resistencia organizada y rebeldía para sanar al país.
Cuando es un propio integrante de la comunidad indígena de los ayoreos en Paraguay y no un afuerino quien graba cassettes con entrevistas a otros comuneros sobre expresiones culturales, chamanismo y cantos ancestrales de la historia de su pueblo desplazado de la selva por los blancos, el registro es un rescate de la memoria comunitaria además de una investigación etnográfica. Apenas el sol, de la directora paraguaya Arami Ullón, acompaña a Mateo en su cruzada por rescatar los testimonios de indígenas ayoreos que recuerdan cómo los misioneros salesianos sacaron de su hábitat a sus antepasados y luego llegaron los ganaderos que se apropiaron de su territorio para dividirlo y venderlo. Los salesianos y luego los evangélicos y menonitas los obligaron a abandonar sus costumbres y creencias, les hicieron sentir vergüenza de su cultura, no pudieron seguir siendo nómades, los contagiaron con las enfermedades del hombre blanco. En la selva casi nunca pasaban hambre, mientras que viviendo entre los blancos les dijeron que tenían que pagar por todo, hasta el agua había que comprarla. “El sol es lo único que los blancos no consideran de su propiedad, todavía”, reclaman.
En su afán por encontrar su propia identidad y sus raíces, el joven afrodescendiente Camilo emprende la búsqueda de su madre biológica en el bello y emotivo documental Entre fuego y agua de la colombiana Viviana Gómez, en que su familia adoptiva lo ayuda a buscarla y lo contiene en su angustia existencial por ser el único de su raza en la comunidad indígena Quillasinga, en la azotada zona de Nariño, Cauca y Chocó en Colombia. En el respeto a los usos y costumbres de su comunidad, el joven le pide permiso a la autoridad mayor para buscar a su madre y será la justicia comunitaria la que tratará su caso cuando el alcohol sea la forma de canalizar su frustración por sentirse diferente. Con una paciencia y amor infinitos, su padre adoptivo lo acompaña en su proceso, asegurándole que “yo siento lo que usted siente” y que hay que seguir adelante, mientras juntos hacen rituales como inhalar tabaco molido por la nariz o frotárselo en la cara, en un espacio propio entre padre e hijo que supera con creces el vínculo sanguíneo.