Informe IX Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín: Contra la domesticación de lo público
Por esto días se exhibió en Santiago, en el Festival Amor, la película del cordobés Santiago Loza Breve historia del planeta verde, sobre el viaje fantástico que emprende un grupo de amigos que se salen de la norma y han sido ofendidos de distintas maneras, con que se inauguró el Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín (FICIC) en Argentina. Un espacio de encuentro cinéfilo que hace posible que los coscoínos -una vez al año- tengan la posibilidad de ver un cine comprometido con la generación de identidades culturales y sociales, uno de los objetivos del festival que ya lleva nueve ediciones.
Cosquín, la llamada capital del folklore, es una localidad de no más de 20 mil habitantes ubicada a una hora y media de Córdoba, donde el comercio cierra a la hora de almuerzo y el cine local fue vendido para hacer una galería comercial, quedando una sola sala que durante el año se arrienda a un conjunto de baile para sus ensayos. Así se explica por qué la sala del segundo piso del Cinema de calle San Martín tiene el número 2, si hay una sola: la 1 se ubicaba en el primer piso y sucumbió al pequeño Shopping Cosquín.
El FICIC se desarrolla en un ambiente tan cercano y familiar, que los invitados al festival son recibidos con el clásico locro que cocina la madre de la Directora general y sus amigos en su casa, en grandes ollones a los que no son pocos los que se dirigen varias veces para repetirse la sabrosa y contundente ración, que se ha convertido en una tradición del festival.
La pequeña escala de esta ciudad por la que alguna vez pasaron Atahualpa Yupanqui o Mercedes Sosa, también se refleja en que al apoyo del INCAA o del Polo Audiovisual de Córdoba para la realización del festival, se suman pequeños comercios locales como Electricidad Punilla, Chacinados y carne de cerdo La Peta o la clásica Confitería Europea, que con sus 104 años y particular arquitectura y coloridas luces de neón atrae a los cinéfilos que buscan café y masitas, mientras ven en vivo la producción del programa radial que se transmite desde ahí durante el festival.
Imposible explicar que la pequeña ciudad de la sierra cordobesa se haya convertido en una experiencia cinéfila para quienes año a año se dejan seducir por su apuesta independiente y arriesgada, sin el empuje y la convicción de un equipo liderado por la coscoína Carla Briasco y Eduardo Leyrado; y la dirección artística del crítico y programador Roger Koza, que trae de su recorrido por festivales internacionales algunas joyas que desembarcan en Cosquín, buscando contrarrestar la domesticación de lo público (“y el cine es parte de lo público”) de los tiempos actuales.
Tal es el caso de En el desierto: un díptico documental, de Avner Faingulernt, que siendo israelí hace una observación desprejuiciada de dos comunidades opuestas, distanciadas apenas por cuatro kilómetros en la localidad palestina de Hebrón, en Cisjordania. Una de judíos pertenecientes a la extrema corriente hillton youth, en que construyen ellos mismos los lugares que habitan y se dedican al pastoreo para ir expandiéndose en el territorio; y otra de una familia extendida de palestinos que teniendo casa en Yatta, se traslada en carpas a Al Majaz para cuidar de sus ovejas.
Avner Faingulernt -que grabó solo, usó lentes fijos e hizo él mismo el sonido- buscaba en su viaje por el desierto mostrar la crudeza de ese paisaje, hasta que encontró dos grupos humanos que, en principio, pensaba que serían parte de un solo documental. Pero a medida que fue rodando se dio cuenta que se trataba de dos películas que entraban en confrontación, porque adquirieron lenguajes cinematográficos distintos. El resultado fueron dos documentales que totalizan 213 minutos, que podrían verse de manera independiente, pero que encuentran su complemento en un díptico sobre dos culturas separadas por las diferencias religiosas que habitan el mismo territorio.
La pregunta que asalta luego del visionado es cómo Faingulernt pudo grabar a estas dos familias, que se ubican en trincheras religiosas y políticas opuestas. Siendo israelí, logró que el líder de la comunidad judía, Avidan, le abriera las puertas de su asentamiento, no sin sospechas, porque junto a sus amigos no se sentían cómodos frente a la cámara y creían que el realizador podía ser parte del servicio secreto o algo así. Querían mantener la distancia, lo que obligaba a Faingulernt a salir de la observación, acercarse y preguntarles en hebreo. Para el director, el judaísmo no se relaciona con las imágenes, todo pasa por la palabra. Por el contrario, en la otra parte del díptico con el palestino Omar y sus dos esposas, como el director no hablaba su idioma, casi ignoraban su presencia (salvo en las comidas que compartían). El resultado son dos películas/partes con registros completamente diferentes marcados por las diferencias idiomáticas: la primera, profundamente política y la segunda con un tono logradamente observacional.
En el desierto: un díptico documental es una de esas películas que en Chile bien podrían haberse visionado en Fidocs o en DocsBarcelona Valparaíso, si en 2019 estos festivales no se hubieran tenido que cancelar por no haber logrado financiamiento del Fondo Audiovisual, a pesar de su trayectoria y su curatoría de gran calidad.
Otra apuesta por resistirse a la dominación de un cine hegemónico con propuestas innovadoras y que exploran nuevas formas narrativas la representa Pájaros suburbanos, la ópera prima del joven director chino Qiu Sheng, que intenta mostrar las diferencias entre sus recuerdos de Anhui, la pequeña ciudad donde el realizador creció, y la moderna y desarrollada urbe en que se convirtió. Cuando Sheng regresó a su ciudad natal no podía hallar ninguna huella de lo que era familiar para él, la ciudad se había convertido en otra cosa. Esa sensación se reflejó en la historia de unos niños que recorren la naturaleza (filmada en otra ciudad) y otra sobre un equipo de topógrafos que miden elevaciones y proporciones entre edificios, cuyas tomas a través de un lente de un taquímetro da la entrada a las imágenes distorsionadas, tal como la ciudad.
La convicción y audacia de FICIC por combatir la domesticación de lo público exhibiendo filmes que se alejan de la norma y que, a la vez, incorporan en la ficción elementos de una realidad difícil a través de un giro lúdico, premió como mejor película de la Competencia Internacional a la pornochanchada brasileña Sol Alegría de Tavinho Teixiera, en una clara señal política contraria a las restricciones a las libertades individuales que representa el gobierno de Bolsonaro y su filosofía de la vigilancia y la represión. La liberación sexual de la comunidad de monjas que cultiva cannabis a la que llega una familia escapando de la represión policial, rememora el género brasileño que surgió en tiempos de la dictadura en los setenta (que duraría hasta mediados de los ochenta) y que mantiene en el poder a la tradicional oligarquía en plena democracia, imponiendo nuevas formas de golpes blancos, esta vez institucionales.
La presencia de Brasil también estuvo dada por la retrospectiva del realizador de Belo Horizonte, André Novais Oliveira, que con su poética de la cotidianeidad va evolucionando desde su menos lograda Ella regresa el jueves (2011), un retrato sobre las dificultades familiares donde actúan sus propios padres y hermanos, a Temporada (2018), una ficción sobre la nueva vida que va construyendo una mujer al dejar su casa y a su marido, con la promesa de que él la seguiría, para cambiarse de ciudad por una oportunidad laboral. La maravillosa actriz profesional y dramaturga Grace Passó (protagonista de Plaza Paris, de Lúcia Murat) da vida a Juliana, que se integra a un equipo de trabajadores municipales que se encarga de combatir las plagas, educando a los vecinos de los cerros de Belo Horizonte, que les reconocen el cada vez más desaparecido respeto por ser funcionarios públicos y les abren las puertas de sus casas y, en algunos casos, de sus vidas.
Bajo centro, del brasileño Ewenton Belico, también concentra en Belo Horizonte historias de personas que se sienten rechazadas por su propia ciudad, en una noche amenazante y represiva, donde el trabajo escasea, y el miedo y el desaliento están instalados en el centro.
Cine argentino y cordobés
Tal como mencionamos al inicio de este informe, la ficción Breve historia del planeta verde dio el vamos a la novena edición de FICIC en un colmado Centro de Convenciones que abrió sus puertas gratuitamente, cargando de valor simbólico la apertura con la película de un dramaturgo, director y guionista local (cordobés). Con una docena de películas a su haber y ganador del premio Teddy en el Festival de Cine de Berlín, Santiago Loza ha definido su película como “un poco trans”, no porque su protagonista lo sea, sino porque fue cambiando, tuvo un movimiento continuo y un tránsito sobre cómo se miran los personajes; y también se desarrolla en una zona de ensoñación, un estado entre estar despierto y estar dormido. El realizador de la Provincia de Córdoba que luego emigró a Buenos Aires, quiso trabajar sobre la solidaridad entre los “raros” y la familia postiza que conforman, en esta ficción de aventuras de cine fantástico, un “road movie de a pie” que emprenden tres amigos que por distintas razones se ubican en el borde de lo socialmente aceptado, para devolver a un pequeño alien (tan extraño como ellos) al lugar donde apareció, como era el deseo de la abuela de la protagonista.
Extraña también es la atmósfera de Los miembros de la familia, de Mateo Bendesky, sobre dos hermanos que viajan hasta la costa atlántica argentina para despedirse de su madre que se ha suicidado, de la cual sólo conservan una mano ortopédica. Entre la comicidad y el drama, Bendesky nos traslada hasta la nostalgia de un balneario fuera de temporada, dosificando la información sobre los motivos de la madre y concentrándose en la relación y el duelo de los adolescentes.
En su objetivo de dar a conocer producciones de Córdoba, en el FICIC tuvo su estreno mundial la ficción Los hipócritas, de los cordobeses Santiago Sgarlatta y Carlos Trioni, realizada íntegramente en esa ciudad. La historia se desarrolla a partir de una fiesta de matrimonio donde un cineasta que trabaja como camarógrafo, graba accidentalmente un secreto que devela las redes de protección de los ricos y la confrontación de clase. Esta producción realizada con un equipo completamente cordobés comparte con otras hechas en la Provincia diseños de producción de carácter independiente, en los que incluso directores cumplen roles técnicos o que algunos considerarían menores, frente al desafío que sigue siendo hacer una película en Córdoba.
Al joven director cordobés Fernando Restelli lo conocimos en el Festival Internacional de Cine de Valdivia en 2016 cuando resultó ganador del Premio Especial del Jurado en la Competencia de Cortos Latinoamericano con Merodeo, material encontrado sobre la estigmatización y violencia policial que viven jóvenes que vagan por la ciudad y que, sin razón alguna, probablemente serán detenidos. En FICIC 2019, Restelli obtuvo una mención del jurado con su primer largometraje, Construcciones, un conmovedor documental sobre un padre soltero que trabaja como cuidador nocturno en una construcción, que se hace cargo de la crianza de su pequeño e inquieto hijo, con dignidad y profundo cariño en medio de la pobreza.
El cine de mujeres realizadoras argentinas estuvo representado por la retrospectiva dedicada a la documentalista de amplia trayectoria Carmen Guarini, con la que pudimos conversar para El Agente de Cine sobre su última película Ata tu arado a una estrella, que le sigue la pista al padre del Nuevo Cine Latinoamericano, Fernando Birri, veinte años atrás, cuando recorrió Latinoamérica en busca de la utopía y pocos meses antes de su muerte en Roma, a los 92 años.
La actriz y directora argentina de la nueva generación, Romina Paula, hace en la ficción De nuevo otra vez una honesta y personal reflexión sobre la maternidad a sus cuarenta años, cuando deja a su pareja en Córdoba para volver por un tiempo a Buenos Aires a la casa materna para tomar aire y pensar en su propia identidad como mujer, y no sólo como madre y pareja.
Melina Terribili aborda en el documental Ausencia de mí el doloroso exilio del cantor popular y de protesta uruguayo Alfredo Zitarroza, del cual la dictadura de Bordaberry prohibió sus canciones, a partir de las cajas de recuerdos que dejó a su muerte y que sus hijas desclasifican, revisitando la historia de su padre, del Uruguay y de un continente azotado por una ola de dictaduras en los setenta.