Informe III Festival A Cielo Abierto (Cochabamba)

Fui invitado al Coloquio Miradas Amantes sobre crítica de cine en el marco de la tercera versión del Festival A Cielo Abierto, certamen que se celebra cada tres años en Cochabamba al interior del Centro Cultural Simón I. Patiño y que tiene por foco una muestra no competitiva y una serie de actividades primordiales del festival como son el incentivo a la producción (por vía de un premio a obras en desarrollo bolivianas), charlas abiertas y el comentado coloquio.

La relevancia del encuentro es bastante alta en un país donde no hay incentivos estatales a la producción de cine y donde la enseñanza formativa aún está en ciernes. Aquí se encuentran, también, gente que viene desde La Paz, particularmente vinculados a la Muestra de Cine Radical, quienes tienen a su vez una ventana al interior de la muestra. Toda esta maravilla está financiada con fondos de la Fundación y es promovida sobre todo por Alba Balderrama, con la convicción de promover un cine documental de experimentación al interior de la ciudad, en una asociación con las universidades locales. El foco del Festival es eminentemente educativo y formativo.

 

El coloquio y la crítica boliviana

En ese marco se nos invitó a Leonardo D´Espósito (crítico argentino, del equipo fundador de El Amante), Sebastián Rosal (viejo conocido de Hambre Cine y El Perro Blanco), Santiago Espinoza, Andrés Laguna (investigadores y críticos del suplemento cultural Ramona de Cochabamba), Mary Carmen Molina y Sergio Zapata (de Cinemas cine y Festival Cine Radical de La Paz), Sebastián Morales (La llegada del Tren, La Paz) y un servidor, al coloquio de dos días donde se discutió el tema del rol de la crítica de cine, las transformaciones del panorama en los últimos años y más menos sobre el rol de la desaparecida revista El Amante en el escenario latinoamericano. Fueron dos días de diálogo e intercambio frente a una atenta audiencia que nos acompañó y soportó.

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Particularmente quedé gratamente sorprendido con la actividad de los cinéfilos locales, repartidos entre la crítica, la programación y la investigación. Laguna y Espinoza son autores de dos sendos libros de revisión crítica del cine boliviano como son El cine de la nación clandestina, aproximación a la producción cinematográfica boliviana de los últimos 25 años (1983-2008)(Editorial Gente común, 2009) y Una cuestión de fe. Historia y crítica del cine boliviano (1980-2010) (Nuevo Milenio,  2011), y por su parte Mary Carmen, Sergio y Sebastián desde La Paz han hecho de su revista también un lugar de producción cultural, realizando el Festival de Cine Radical, La escuela popular de cine libre, y la editorial Cine Más Cine Pensamiento.

Esta última ha publicado hasta ahora tres libros, pero que denotan una actitud bastante apasionada sobre la crítica. Son tres libros compilatorios escritos a modo de urgencia y constatación de un estado de las cosas. Insurgencias. Acercamientos críticos a Insurgentes de Jorge Sanjinés, aborda en un volumen colectivo una crítica al filme susodicho poniendo en perspectiva histórica el cine de Sanjinés bajo el gobierno de Evo Morales y situando también una crítica a sus virtudes y abusos (se descarga aquí). Extravío. Acercamiento crítico a Olvidados es otro acercamiento colectivo, esta vez un ejercicio de defenestración crítica en torno a la película Olvidados de Carlos Bolado, que consistió en un abordaje regresivo y éticamente cuestionable a la dictadura boliviana (el volumen puede leerse aquí). Finalmente, Socavones, textos sobre la obra de Socavón cine (2008-2016) se trata de un compilado entusiasta sobre el colectivo/casa productora del mismo nombre que, básicamente, acompañó la producción de Kiro Russo, Viejo Calavera (2016). Conversando con Mary Carmen (una entrevista que espero publicar pronto) la obra de Russo ha sido un punto de llegada de un proceso y reflexión que ha abierto también espacio para nuevos realizadores y propuestas, en lenguajes cercanos a la no-ficción y la experimentación, pero a su vez, estableciendo un trabajo con grupos sociales en el territorio. El libro puede leerse aquí.

 

La muestra

Las películas se exhibían durante cinco días en franjas desde la 5 de la tarde, a las 7 empezaba la proyección en el jardín del centro cultural bajo las estrellas, donde se proyectó básicamente filmes de las dos retrospectivas (Flavia de la Fuente y Gustavo Fontán), así como las películas centrales de la muestra de las que ya hablaré.

 

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Flavia de la Fuente (ex crítica de revista El Amante) viene desarrollando hace un tiempo una obra minimalista, basada en premisas del cine documental estructural (James Benning, Kiarostami). En una serie de cortometrajes, algunos más o menos logrados, ha desarrollado un abordaje al paisaje de San Vicente de Tuyú, particularmente la costa y últimamente el mar. Diario de un corto (2015) es quizás una de sus piezas más ajustadas. Empieza con un texto que aclara es un encargo del festival de cine de Valdivia y, a partir de cierto humor cómplice con el espectador, establece la pieza misma como la búsqueda formal de un corto, cuestión que se vuelve una narración. Combinando las operaciones formales con el texto narrado, lo cierto es que cumple con una eficacia y precisión de las que, creo, carece (por tratarse de ejercicios distintos) en sus últimas piezas.

En el caso de Nadando en San Clemente  (2016) y Nadando en Mar del Plata (2016) el ejercicio es completamente distinto. A la cámara fija se agrega ahora una go-pro y el texto de la narración está casi ausente, solo en perspectiva de dar información técnica del día. Lo que viene a continuación son varios minutos donde la cámara acompaña el nado mar adentro, mientras esta choca con el agua de forma visual y sonora, un poco como el ojo “táctil” de la película Leviathan (Lucien Castaing-Taylor y Véréna Paravel, 2012). Utilizando los beneficios de intensidad, materialidad y plástica que otorga la cámara (en el fondo, sometiendo la narrativa a la técnica), ambas piezas tienen momentos de extrema luminosidad y belleza, como son las vistas efímeras del puerto desde mar adentro o el trabajo de texturas del agua sobre el lente. Sin embargo, la insistencia en la operación (en aquel punto donde la decisión formal parece ser nada más que un ejercicio de libertad de expresión) pareciera agotarse en sí misma, cuestión que no ocurre en Espuma (2016), donde la libertad del registro de una espuma del mar en consonancia con el jugueteo de su perrita otorgan frescor y no insistencia; como tampoco en Fotógrafas (2016), donde la composición horizontal de la playa y la tendencia a la abstracción de la figura (como un Rothko) plantean un pictoricismo cinematográfico de enorme belleza. El problema fundamental es la duración y la decisión al respecto, en un aspecto donde el juicio subjetivo puede ser siempre cuestionable en el experimento y el ejercicio de libertad. Pero es también desde ahí donde el “placer” de esa mirada puede pasar rápidamente del entusiasmo al tedio o viceversa.

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En el caso de Fontán, de quien hemos hablado bastante en este blog, pude actualizar la revisión de una obra de enorme coherencia que destaca dentro de la producción de cine argentino contemporáneo. Como en otras obras y parte de una serie de trabajos, El día nuevo (2016) y El limonero real (2016) están situadas en un paisaje fantasmagórico del río Paraná y aledaños. La primera, es el seguimiento de la rutina de un hombre que vive solo en una cabaña al borde del río, en contrapunto con la voz over de una mujer que cuenta la historia de una ruptura amorosa. Como en otras obras suyas, el paisaje pasa de lo nítido a lo difuso y la situación concreta del hombre en su vida cotidiana pasa también a una zona de extrañamiento, dolor e incluso amenaza. En El limonero real se trata de la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Juan José Saer y está orientada más abiertamente como ficción (a diferencia de El día nuevo que trabaja en una zona de indeterminación). Aquí se sigue la historia de una celebración familiar en el borde del río, mientras una situación de duelo empieza a dar pistas de una vida disconforme, inconclusa, con muchos elementos del pasado no resueltos. El abordaje de Fontán en este caso es casi estático, dando cuenta de una temporalidad densa, cansina y pesada de los cuerpos, como si una pesada carga vital las hiciera de paisaje atmosférico y afectivo.

Ambas obras me interesaron como seguimiento y profundización de un método cinematográfico que se presenta con claridad, continuidad y coherencia; aunque también, ahora, con algunos procedimientos establecidos más desde la fijación que en la resolución (particularmente en El día nuevo). En ese sentido, es curioso el efecto de poder ver ambas juntas en el universo ya habitual de Fontán: donde una tiende al experimento, a la búsqueda de un montaje exploratorio, apostando a veces por la falla (El día nuevo), la otra es excesivamente cuidada, cuando no un poco académica (El limonero real). Con todo, Fontán sigue siendo por lejos una de las cinematografías más interesantes del panorama argentino y latinoamericano.

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Yendo a otras películas de la muestra, me referiré brevemente a las argentinas Mi último fracaso (2016) de Cecilia Kang y La siesta del tigre (2016) de Maximilano Schonfeld. La primera de ellas consiste en un documental indirectamente autobiográfico sobre la comunidad coreano-argentina en Buenos Aires. A partir de la vivencia y testimonio de personajes de varias generaciones (particularmente la generación de sus padres y de sus hermanas y amigas), se establece una reflexión sobre identidad y pertenencia en una especie de “no-lugar” del migrado. Ahí donde los valores tradicionales de sus padres pertenecen a una idea “anterior” de Corea, hoy vinculada a un moderno estilo de vida, la “Corea” de las más jóvenes se combina con el estilo de vida argentino. Distintos modelos de vida se combinan a la vez que se mantiene una especie de “identidad” coreana en proceso, una forma, quizás, de vivir los procesos emocionales o la forma de “entenderse” como alguien que pertenece y no pertenece a la vez ni a Corea ni a Buenos Aires.  Kang filma todo esto -que podría ser triste, cuando no sociologizante- de manera feliz. Con “feliz”, quiero decir con levedad, juego y belleza. Una parte relevante de ello son las canciones que Kang pone en primer plano sonoro: desde pop sintético coreano al bolero que da nombre al filme, estas canciones son una manera de sobrellevar un sentir a fondo de los dramas vitales de sus personajes, cuando no la soledad y el sentimiento de desarraigo.

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Por su parte, Schonfeld con La siesta del tigre nos sumerge en un universo único de personajes que anda buscando el fósil de un tigre prehistórico en medio del paisaje de Entre Ríos.  Destaca aquí Cochirila, paleontólogo y principal entusiasta que en los últimos años de su vida pareciera proyectar en este fósil su última gran batalla, acompañado de un grupo humano que vive en los alrededores de la provincia. Schonfeld trabaja muy bien el registro de estos personajes de provincia (con cariño, empatía) sin volverse una presencia intrusiva, desarrollando una especie de naturalismo artificial -con mucha puesta en escena- que deriva hacia una zona de mayor abstracción emocional y simbólica. Es así como Cochirila, al cierre, debe luchar por no transformarse él mismo en un fósil viviente. La siesta del tigre desarrolla una poética vinculada al paisaje humano y afectivo de la provincia, sin volver de ello un folklorismo o un exotismo, sino una forma de co-creación poética, donde la ficción y el documento se complementan, potencian y llegan a un lugar nuevo.

 

Dos películas bolivianas

El caso de la boliviana Nana, de Luciana Decker, es un caso interesante para la discusión. Se trata, en principio, del registro de cámara que realiza la directora a Hilaria, su empleada doméstica, una mujer de origen aymara que lleva 40 años trabajando con su familia y que es prácticamente quien ha criado a la directora.

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Sin hacerse cargo de este ejercicio de discutible orientación entre sujeto documentado y documentador, el documental tiene a ser un registro espontáneo que denota también las distancias y cercanías entre ambos personajes, manteniéndose Luciana en off permanente, pero de quien sentimos su presencia en cámara. Pecando en principio de cierta ingenuidad en el descubrimiento de Hilaria como otro, lo cierto es que hay tres momentos en la cinta donde el ejercicio parece redimirse: la dimensión afectiva al momento en que Hilaria se cambia de casa a la suya propia (donde hay una implicancia emocional de ambas), un segundo momento en que Hilaria hace suya las palabras con que en el barrio la señalan (“chola”), devolviendo por la palabra las cargas de discursos de clase y etnia profundamente asentados en la sociedad boliviana y, finalmente, el momento en que Hilaria ve las propias imágenes del documental, compartiendo con Luciana. Las dimensiones de una carga de clase por parte de “quien mira”, logran hacerse presentes en estos tres momentos, pero parecen fallar al devolver la mirada a quién mira y desde dónde. Una de las críticas mas fuertes que escuché fue el hecho de que el documental se sorprenda con las cargas sociales en torno a Hilaria, siendo que es un tema transversal a la sociedad boliviana. A favor del documental está la sincera mirada,sin imposturas, que establece una realizadora en sus propias posibilidades. La discusión queda abierta.

El festival premia en cada ocasión a un proyecto, debiendo proyectarse en la noche de cierre la de la ocasión anterior. En este caso se trataba de Miguel Hilari (director de El corral y el viento, también de Socavón Cine), quien mostró un corte de Todos los santos, un documental de seguimiento en torno a la festividad religiosa del mismo nombre al interior de una comunidad andina. El documental sigue a Urbano, que pasa por varias etapas, entre ellas la de ser cristiano, para terminar en la ciudad con su propia productora de videos y fotografías. Con momentos de enorme belleza visual (registro de la festividad, paisaje andino), Hilari sostiene que es necesario mirar los procesos de las comunidades indígenas sin idealización o discursos catastróficos sobre la perdida de identidad. Desde una especie de observación detenida y atenta postula un naturalismo necesario, ocupado en las dinámicas y transformaciones del campo a la ciudad. Por desgracia, el video se detuvo en varias ocasiones durante la proyección, por lo que creo que pudimos haberla visto en mejores condiciones.