Informe II DocsBarcelona Valparaíso: Postales del mundo
Si bien solo pude asistir parcialmente a la segunda edición del festival DocsBarcelona Valparaíso, creo que ya es posible notar algunos progresos con respecto a la edición pasada. Por un lado habría que destacar la buena afluencia de público que hubo en todas las funciones a las que pude asistir, especialmente si se compara con la bajísima asistencia que tuvieron algunas exhibiciones en la edición pasada. Por otro lado la presencia de obras que necesariamente presentan temáticas le da mayor variedad a la programación, permitiendo que algunas obras destaquen más por su uso de las posibilidades del formato que por la importancia de su temática. La combinación de estos dos ejes marcan un buen antecedente para el futuro del festival en nuestro país. A continuación me gustaría destacar tres obras en particular, que ojalá podamos tener en salas nacionales en un futuro cercano.
La colombiana Amazona (Clare Weiskopf, 2016) fue la cinta encargada de abrir el festival en esta edición. En el documental vemos el retrato que la directora hace de su madre Valeria Meikle. Val, como le llama Clare, es una anciana hippie inglesa que tempranamente decidió vivir alejada de la ciudad al llegar a Colombia. En la cinta Clare realiza varias visitas a su madre para descubrir los motivos de su decisión y, principalmente, tratar de comprender la peculiar personalidad de su madre.
El documental comparte rasgos con varias obras del documental autobiográfico latinoamericano reciente. Alejada de los grandes relatos, la obra de Weiskopf se propone como un proceso de auto-entendimiento a través del entendimiento con su madre. A pesar de que la relación entre las dos es buena, Weiskopf va mostrando algunas cuotas de resentimiento ante la actitud libre de su madre, que muchas veces prefirió entregarse a la aventura que centrarse en el cuidado de sus hijos. A medida que Meikle, sin aceptar los reproches, le responde, el documental comienza a calar en su centro la idea del sacrificio cíclico que se le ha asociado a la maternidad. Al mismo tiempo, el retrato que la directora hace de su madre empieza a convertirse en un autorretrato cuando la propia Weiskopf queda embarazada. Como en varias cintas en primera persona, la mezcla de formatos varía constantemente entre el material de rodaje, los videos caseros y el registro fotográfico. Si bien es una mezcla que ya conocemos, el amateurismo general con el que están ejecutadas las partes del rodaje logran que los registros fluyan sin establecer jerarquías entre sí. El uso del zoom, el foco automático y algunas entrevistas sobreexpuestas logran que la naturalidad de cada momento sea equivalente, como si todo el material de investigación se hubiera convertido en la película final.
Esta intención de hacer un documental “en proceso” queda explícita desde los primeros segundos de la danesa Venus (Lea Glob y Mette Carla Albrechtsen, 2016). En la introducción las cineastas relatan su idea de realizar un casting para una película erótica basada en el deseo femenino. Finalmente deciden desechar el proyecto de la ficción erótica original para concentrarse en las entrevistas que mantuvieron con distintas mujeres, convirtiendo literalmente su material de investigación en el resultado final. La cinta utiliza el menospreciado recurso de la “cabeza parlante” como material principal, destinando apenas unos minutos de introducción para escenas sin entrevistas. La intención del documental es clara: al tratar un tema que el cine ha esquivado constantemente, la estrategia a asumir tiene que ser lo más frontal posible. Lo que en recursos cinematográficos no llama demasiado atención lo hace a través del discurso de las entrevistadas. El relato detallado de acciones sexuales genera un tono que varía entre la intimidad (cuando las entrevistadas se atreven a hablar con más soltura), la incomodidad (cuando sienten vergüenza por encontrarse frente a una cámara) y lo político (cuando relatan situaciones opresivas).
La progresión que se ve en la actitud de las entrevistadas, que se permiten entregar más detalles a medida que el interrogatorio avanza, pone en escena cómo el tabú se empieza a desarmar cuando se verbaliza. Venus es, a pesar de su falta de inventiva cinematográfica, una interpelación directa al espectador. Habría que mencionar que este potencial político de la película quedó manifiesto en esta primera exhibición en Chile. Después del conversatorio dirigido por Josefina Lazcano, comenzó una acalorada ronda de preguntas con el público. A medida que los espectadores relataban sus propias experiencias íntimas y su posicionamiento político frente a lo visto, comenzaron a aparecer discrepancias entre los asistentes. Los diversos comentaristas armaron un pequeño debate en torno a la sexualidad, incluso lanzándose discretas indirectas entre sí mientras el conversatorio avanzaba. Este hecho extra-cinematográfico demuestra el interés que es capaz de causar en nuestro país una programación más amplia del documental, ya que, además, tanto la función como el conversatorio gozaron de una amplia audiencia.
A pesar de ser la obra que cuenta con más recorrido por festivales, llegando con algo de retraso a esta edición de DocsBarcelona, la argentina La calle de los pianistas (Mariano Nante, 2015) fue mi favorita de las obras que pude presenciar. El documental sigue a la niña prodigio del piano Natasha Binder, de catorce años, y la relación con su madre, la importante pianista Karin Lechner. Ambas viven en una particular cuadra en Bélgica, la que reúne a varios de los pianistas más importantes de Argentina.
Binder se corresponde en variados aspectos con nuestra imagen de la joven prodigio, siendo una persona que debe equilibrar entre una vida social corriente, los deberes escolares y las sesiones de estudio al piano. La gran diferencia que marca la caracterización que hace la cinta reside en cómo la propia Binder es capaz de cuestionar ese sacrificio, discutiendo con su madre y otros músicos el significado de convertirse en una pianista profesional. La cinta deja claro que Lechner no impone a Binder el camino de la música, y la propia Binder se muestra poco decidida frente a su futuro laboral. En cierto sentido La calle de los pianistas funciona como un contraplano de la caricatura del artista que debe derramar sangre por su arte que hemos visto en ficciones como Wiplash (Damien Chazelle, 2014).
Además de presentar esta más balanceada postura frente al sacrificio artístico, la cinta destaca también por la forma en que hace uso de los recursos formales. Si en Amazona la mezcla de formatos entrega una sensación de intimidad, y en Venus la austeridad de sus recursos centra el foco en la discusión política, en La calle de los pianistas se hace uso de varios códigos que aún asociamos más recurrentemente a la ficción. Algunas escenas entregan un elaborado montaje paralelo (recurso que por términos técnicos asociamos a la ficción) que no tiene problemas en relevarse como una construcción a través de distintos juegos de diseño sonoro. Los momentos más ricos de la obra pasan por la manera en que estas construcciones espaciales ponen el acento en lo que significa la convivencia entre un grupo de pianistas. Otras escenas, como la bella cena familiar en que Binder discute sueltamente entre varios adultos, muestran una cuidada composición para cada personaje. La manera en que cada personaje sentado en la mesa recibe su propio encuadre recuerda a la artificialidad manejada por Maite Alberdi en La once. La cinta de Nante no muestra problemas en construir escenas a través de recursos cinematográficos que revelan su artificialidad, aprovechando sin reservas la riqueza visual y auditiva que le permite la insólita calle habitada por personajes que dedican gran parte de su vida a tocar piano. Finalmente, es la mezcla entre estas cuidadas construcciones y la liviandad con la que se retrata al artista (no) torturado lo que elevan al documental de Nante por sobre otras propuestas del festival.