Informe I Frontera Sur: Resguardando la No-ficción
En un año que ha quedado en evidencia la sobrepoblación de festivales de cine en nuestro país -según se oía decir hay más de 85 festivales y sigue sumando- cabe preguntarse por el resultado de lo que se ha ido estableciendo como una improvisada política cultural. Es aquí donde la relación con líneas discursivas derivadas de la programación y la dimensión formativa interroga la capacidad de un festival de profundizar, innovar y socializar contenidos para una cultura cinéfila en expansión. El riesgo, el rigor y la capacidad de generar un programa curatorial desde la necesidad de instalar una cultura reflexiva sobre el cine no son sólo detalles en el marco de una tensión con la farandulización de perspectivas cortoplacistas.
A fin de cuentas, con ello me estoy refiriendo a la pregunta por las estrategias, las formas que tendremos para confrontar la delgadez discursiva impuesta por criterios externos a la dimensión socio-artística y, sobre todo, la confianza dispuesta en el cine como objeto. Y digo todo esto a la luz de la recién pasada primera versión de Festival Frontera Sur en Concepción, al cual pude asistir por pocos días, pero desde los anuncios de programación al esfuerzo que hicieron por difundir sus contenidos, se notó un trabajo que se instalaba de lleno en estas preguntas. Se presentaba, antes que nada, como un festival de “No-ficción”, categoría que establece una nomenclatura problemática a las de documental o ficción, y que luego se reflejaba directamente en la programación: la primera retrospectiva de Chantal Akerman en nuestro país, así como focos al argentino Gustavo Fontán y al chileno José Luis Torres Leiva. Si hay un trazado común más o menos evidente, no es otro que el de la vocación por trabajar problematizando “fronteras” discursivas y, si me apuran, la herencia de cierto “materialismo” del cual Akerman podría ser un horizonte claro. Instalar tradición, canon y reforzar eso con una muestra paralela de sólida selección, así como actividades formativas de historia, teoría, debate (de las que pude gozosamente participar, entre ellas una especial mañana con Fontán, donde revisamos procesos y métodos), permite, en tiempos que ocurren, instalar zonas fragmentarias para una escuela -el cine- que ha corrido siempre por el tren paralelo. El telón de fondo de la Universidad y una audiencia estable e interesada, pero sobre todo un equipo comprometido (Carolina Rivas, Cristián Saldía, Robinson Díaz, Rodrigo Jara) y con ganas de generar una cultura cinéfila en una de las ciudades culturales por excelencia del sur de Chile, generan un auspicioso y, esperemos, duradero porvenir. Salud por ello.
Películas
Si las retrospectivas de Akerman, Torres Leiva y Fontán podrían servir como manifiesto, la compañía de nombres como Rita Azevedo Gomes (su exquisita Correspondencias que pudimos ver en Ficunam ), Teddy Williams, Jem Cohen, Sylvain George, Andrés Duque o Jay Rosenblatt debiesen hacernos sentir en confianza y darnos claridad de aquella “conversación” que busca proponer el festival.
Revisemos algo de ello: Birth of a Nation nos trae noticias de Jem Cohen. Una breve pieza que recupera la agudeza del comentario político, ese que afloraba a ratos en Lost Book Found (1996) aplicado al sueño del capitalismo, pero que aquí aborda el ascenso de Trump desde el espacio urbano, la propaganda política y las manifestaciones. De forma silenciosa, la ciudad se vuelve ella misma reflejo de las contradicciones, anhelos y temores de una sociedad que, ante los ojos cautos de Cohen, se mueve entre el surgimiento del fascismo pero también el del reclamo y la resistencia ciudadana: la ciudad como texto político, la imagen como proyección fantasmática del horror. Algo de este civismo crítico y a la vez fragmentario que supo reflejar en su trabajo con la banda post punk Fugazi y que alude en su propio título.
Si la reflexión de Cohen abarca la nación y sus límites. La obra de apertura El mar La mar de J.P. Sniadecki y Joshua Bonnetta, podría entenderse en extensión al territorio y la frontera de Sonora entre México y Estados Unidos. Con un trabajo denso con el paisaje, atento a los rastros, las huellas y la noche del desierto, se trata de un ensayo visual en torno a la migración a partir de varios testimonios -anónimos- que relatan diversos casos y relatos de este paisaje. El filme se trama en un inicio entre la fotografía de un paisaje trabajado desde lo difuso y el espesor material, para después incluir testimonios sobre la imagen en negro. La canción "Johnny Guitar" de Peggy Lee -montada como clip sobre tomas del lugar- dan paso a una variación del tratamiento que pasa por enfatizar la huella humana y la ruina espectral del paisaje, hasta llegar a sección final donde el testimonio se pierde para dar paso a una cita extensa de Sor Juana Inés de la Cruz en imágenes nocturnas de una tormenta. El mar La mar pasa a ser un ensayo espectral sobre el sujeto fronterizo, la desaparición y el anonimato en el marco de la violencia narco y policial.
Si de paisajes sociales hablamos, el francés Sylvain George (ya un habitual de este blog) ha ido dejando clara su filiación militante. En Paris est une fête – Un film en 18 vagues (película de clausura) parece haberse acercado al montaje de atracciones en un filme que sigue el “coro social” desde la calma a la furia pasando por una narración en múltiples direcciones que abordan el malestar callejero, la crisis migrante y la dimensión real de un conflicto cuyas imágenes no pueden dejar de tener nunca goce sensorial particularmente en blanco y negro. Si hay algo que proyecta esta película es esa fricción colectiva y comunitaria con lo real, un movimiento deseante que dispara al experimento y bordea una visualidad apocalíptica y casi de ciencia ficción. Escribí más largo por acá.
Por último, y ya excusándome por la brevedad: Homo Sapiens del austríaco Nikolaus Geyrhalter es abiertamente una película donde la ciencia ficción es un hecho. Con un dispositivo muy simple -el cuadro fijo-, pero con una métrica perfecta de montaje, Geyrhalter registra espacios devastados por algún tipo de catástrofe humana o natural y espacios en ruinas. Dado el título del filme, todas ellas podían ser finalmente “post-humanas” en el sentido de la ausencia absoluta de seres humanos, o producidas finalmente -como la catástrofe climática- por alguna acción del hombre. Con todo, la fotografía es absolutamente sorprendente: grandes estructuras en la mitad de la nada en lucha con una naturaleza que se las apodera; ciudades inundadas por algún tsunami y los restos de una civilización de consumo; estructuras retro-futuristas de la época comunista soviética; autos derrumbados en una vertiente que da a una caverna… Son algunas de las imágenes que quedan con fuerza en la retina en un montaje que, aún en la inmovilidad de la imagen, no deja de ser atractivo en su relación plástica con el espacio y la devastadora sensación de “límite” humano. Simpleza efectiva.