Informe I FECIRA: La(s) familia(s) y sus vínculos disparejos
Los desencuentros y las tensionadas y complejas relaciones entre padres e hijos fueron uno de los tópicos presentes en varias de las películas exhibidas en la primera edición del Festival de Cine de Rancagua (FECIRA), que llevó hasta la capital regional de 0’Higgins filmes con apuestas muy distantes de la restringida oferta hollywoodense a la que tradicionalmente tiene acceso el público de esa ciudad.
La programación de FECIRA logró combinar largometrajes que tuvieron fácil llegada en los rancagüinos por su tono emotivo y con los cuales lograron identificarse, como La memoria de mi padre de Rodrigo Bacigalupe (que ganó la Competencia de Largometrajes Nacional, elegida por el público), con otros más complejos de asimilar como la delirante Rey de Nilles Atallah o Exote de Pablo Martínez, que resultó difícil de entender para un público poco habituado al cine de Raúl Ruiz y que en su mayoría no había visto su película póstuma La telenovela errante, cuya filmación en los noventa es seguida en el documental. En la Muestra Internacional de Largometrajes, FECIRA llevó hasta la ciudad minera títulos que fueron exhibidos en festivales internacionales, como Un bello sol interior de Claire Denis, presentada en Cannes 2017; Personal Shopper, que le valió a Olivier Assayas el premio al Mejor Director en ese festival el año anterior; o la ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera de este año, El viajante. Con todo, el gran desafío de las próximas ediciones de FECIRA es la formación de audiencias para que los y las rancagüinos efectivamente lleguen a las salas (donde la entrada fue liberada) y a las actividades paralelas, que no siempre tuvieron el público que merecían.
Padres e hijos en tensión
La producción venezolano-chileno-noruega La familia de Gustavo Rondón Córdova, presente en la Semana de la Crítica de Cannes 2017 y ganadora de la Competencia Internacional Sanfic del año en curso, enfrenta a Andrés y a su hijo Pedro (de 12 años) a una situación límite en los barrios marginales de Caracas, un lugar donde la violencia está instalada, incluso, en la interrelación entre los niños y donde una muerte paga otra muerte. A partir de un incidente entre niños en que Pedro queda peligrosamente expuesto a represalias y venganza, Andrés y su hijo -con el que la relación no es fluida, que sufre la ausencia de su madre y permanece gran parte del día solo- deben huir del block en que viven, en una travesía precaria y angustiante que encuentra influencias en el neorrealismo italiano o el nuevo cine latinoamericano de fines de los sesenta, pero desde la modernidad del celular en disputa o del juego wii, en medio de la pobreza urbana actual. La escena del bus en que las mochilas de padre e hijo son revisadas después de trabajar en una fiesta como garzones, agrega una nota de dignidad y humanidad: aunque efectivamente Andrés se haya llevado licor para revender, es la sobrevivencia y la búsqueda de alternativas para imponerse a la marginalidad la que habla. A sus cortos 12 años, Pedro ya carga su primer muerto y asegura que con él nadie se mete y que lo respetan, cuestionando a su padre por dejarse pasar a llevar por los demás. Los personajes de Andrés y Pedro surgieron de un taller cinematográfico realizado en el barrio de Caracas, donde participaron los actores no profesionales Giovanni García y Reggie Reyes en los roles de padre e hijo respectivamente, quienes dan forma en su propio barrio a esta historia de cine que fácilmente podría ser la suya, y que conmovió especialmente a los medios latinoamericanos presentes en su exhibición en el Festival de Cannes 2017.
Sobre relaciones padre-hijo también habla Maracaibo, parte de la Muestra Argentina y película de apertura del FECIRA (donde estuvieron presentes su director Miguel Ángel Rocca y el protagonista Jorge Marrale), que explora las relaciones familiares, los vínculos disparejos de poder entre los integrantes de la familia y las expectativas de los padres sobre sus hijos. Gustavo (Marrale) es un reconocido médico que parece vivir en armonía familiar con Cristina, su mujer, hasta que descubre que su hijo Facundo es homosexual, cuestión que le produce una incomodidad que es incapaz de expresar y enfrentar. Facundo no pudo disparar cuando va de caza con su padre y, según su madre, fue su interés en mostrarle su valentía la razón por la que bajó del segundo piso al living de su casa cuando unos ladrones tenían de rehenes a sus padres, recibiendo una bala que le causaría la muerte. Gustavo ha perdido a su hijo y comienza una búsqueda basada en la culpa y la venganza, pero, sobre todo, en su deseo de conocer quién fue Facundo, la persona sobre la que depositó sus expectativas sin saber cuáles eran las suyas sobre sí mismo. Si en su película anterior La mala verdad (2011), Miguel Ángel Rocca quiso representar el abuso sexual de una niña desde la mirada femenina, en Maracaibo el director se sitúa desde la perspectiva masculina de lo que esperan los padres de sus hijos hombres, los estereotipos de masculinidad, la incomprensión de la diversidad sexual y la culpa por la pérdida, la que intenta depositar en otros.
El director rumano Cristian Mungiu ganó la Palma de Oro en 2007 con el crudo drama 4 meses, 3 semanas, 2 días sobre una joven que aborta en tiempos en que estaba prohibido por el régimen comunista del dictador Ceaucescu, temática que junto al incesto también es abordada por el nuevo cine rumano en Illegimate (2016), de Adrian Sitaru. Varios años y películas después del galardón, Mungiu nuevamente hace una crítica social al ahora régimen postdictatorial en el filme Graduación (2016) -que formó parte de la Muestra Internacional de Largometrajes en FECIRA-, pero desde las relaciones filiales entre un padre decepcionado de Rumania que deposita sus esperanzas y expectativas en su hija, pronta a entrar a la universidad. Romeo tiene unos 50 años, un matrimonio en crisis, una amante y una hija a la que presiona para que terminado el colegio vaya a estudiar a Inglaterra, convencido de que Rumania no le dará las oportunidades que él espera para ella y que su propia decisión de haber vuelto a su país fue equivocada. Pero su hija tendrá otros planes para sí misma, más influenciados por sus afectos que por las proyecciones de su padre.
El vínculo entre Alfonso (Jaime MacManus), un guionista con dificultades para vincularse afectivamente, y su padre Jesús (interpretado magistralmente por el octogenario actor Tomás Vidiella), un pater familias porfiado, prepotente y agresivo, enfermo de alzheimer, es la base de la película que generó mayor cercanía con el público del FECIRA y que fue elegida por él como la Mejor Película de la Competencia de Largometrajes Chilenos: La memoria de mi padre, ópera prima de Rodrigo Bacigalupe. La película, que por falta de presupuesto tardó siete años en terminarse, se adentra en las relaciones entre los hombres de una familia (abuelo-hijo-nieto), hace una revisión crítica de la identidad masculina construida principalmente desde el trabajo y su vinculación (o des-vinculación) con el mundo afectivo, la competencia que establecen entre unos y otros, los roles de género tradicionales, su paternidad distante, su falta de compromiso con las mujeres.
Distancias, homenajes y aproximaciones
Así como los rancagüinos en FECIRA tuvieron especial cercanía por películas con las que lograron identificarse, hubo otras con las que fue más desafiante hacerlo, pero que son fundamentales como expresión de creatividad y experimentación. Rey, largometraje que recibió el Premio Especial del Jurado en el Festival de Rotterdam y fue parte de la Competencia Largometrajes Chilenos en el FECIRA, es definida por el director chileno-norteamericano Niles Atallah como un archivo en distintas etapas de descomposición. Con una alucinante libertad creativa, Atallah construyó un universo plástico que grafica la fiebre colonizadora del abogado francés Orllie-Antoine de Tonnes, que en 1860 se declaró Rey de la Araucanía. Y lo hizo por capas, filmando “cosas que no existen”, interviniendo archivos, recuperando imágenes de los inicios de la historia del cine y mezclando grabación digital, con 16 y 35 milímetros y súper 8. Durante los siete años que demoró la producción, Atallah y su equipo se dieron a la obsesiva tarea de enterrar los cintas, rescatarlas, verlas, enterrarlas de nuevo, para que el tiempo dejara su huella en las imágenes, con efectos similares a un metraje encontrado (found footage). Así, obtuvieron hasta 18 versiones de la misma escena, algunas más y otras menos dañadas por el efecto de la tierra, y una película delirantemente creativa.
Silvio Caiozzi fue el director chileno homenajeado, que en conversación con el público tras la proyección de Coronación (que después de 17 años mantiene su vigencia y genialidad en el desafío de llevar al cine la obra del escritor José Donoso), señaló interesarse más en los personajes que en las historias y, por lo mismo, la especial relación de su obra con la literatura. En FECIRA, el público pudo ver en exclusiva algunas escenas de su próxima producción, titulada Y de pronto el amanecer, premiada recientemente en el Festival de Montreal, que fue grababa en Chiloé con locaciones especialmente construidas para la película y cuyas primeras ideas surgieron hace 12 años atrás cuando Caiozzi conoció al escritor sureño Jaime Casas y sus personajes, pero no encontraba una línea central que uniera las historias y que permitiera filmarlas. No fue hasta que Caiozzi viajó al sur, llegando hasta la Caleta Tortel y conoció a las personas en que Casas inspiró sus historias, que pudo encontrar en Pancho Veloso (que representa al escritor) el personaje que le daría continuidad a la historia.
Entre los homenajes realizados por FECIRA se pudo visionar Exote, el documental de la filmación de la película póstuma de Raúl Ruiz que estuvo perdida por varios años y que fue terminada por su viuda y directora argentina Valeria Sarmiento, La telenovela errante, estrenada mundialmente en la Quincena de Realizadores en Cannes 2017. Su director Pablo Martínez, quien estuvo en el festival rancagüino, sin ser camarógrafo profesional se inmiscuyó en la grabación de la película en los noventas, consiguiendo un valioso archivo histórico que permite vislumbrar la forma de filmar del maestro Raúl Ruiz y contiene escenas que finalmente no quedaron en la película (y que debieran haberlo hecho), como la que ocurre en una excavación en la noche.
Con la exhibición en la Muestra Patrimonial de FECIRA de la restaurada película Llampo de sangre (1954) -basada en la novela del rancagüino Óscar Castro y probablemente la única hasta ahora filmada en la ciudad de Rancagua- ocurrió que el público que llegó hasta el Teatro Regional (principalmente de la tercera edad) fue especialmente receptivo con un material que fue la primera restauración digital realizada en Chile por la Cinemateca Nacional en 2013, que en algunas escenas no tiene sonido y ni siquiera subtítulos. A pesar de lo desafiante de ver una película con cortes y en un estado que no es el ideal, este filme patrimonial sobre la vida de los mineros de la mina El Encanto y que constituye un cuadro costumbrista de la época, resultó un homenaje a los propios rancagüinos que en su momento leyeron la novela de Castro, a los que trabajan extrayendo las riquezas de la tierra y también a otros, que a pesar de vivir en un área urbana y de no ser de esa época, no habían tenido la oportunidad de visionar en una sala de cine. FECIRA hizo posible que una mujer de no más de cuarenta años que debió dedicarse a cuidar a su madre, haya tenido la experiencia de ir al cine por primera vez en su vida y testimoniarlo, como ocurrió en una sala regional donde una película (La memoria de mi padre) produjo esta emotiva e impresionante revelación, que para ella seguramente constituirá un antes y un después en su forma de mirar.