Informe I DocsBarcelona Valparaíso: Lo universal de lo local
La llegada del Festival DocsBarcelona a Valparaíso es un motivo de alegría para una ciudad que posee pocas semanas con actividades dedicadas exclusivamente al cine. Aparte de la (muy buena labor) que realiza el teatro Condell semanalmente, son contados los panoramas cinematográficos de los que pueden disfrutar los porteños al año. La llegada de un festival con trayectoria, que viene ya de incorporar una extensión latinoamericana en Medellín, es un añadido a celebrar para el puerto.
Desde su inauguración, el festival dejó claro su interés en armar una programación con pluralidad de visiones y países. En DocsBarcelona Valparaíso se podía encontrar una variedad de idiomas que pocos festivales acostumbran. Y este énfasis en las diferencias culturales se notó especialmente por el interés que tenían los documentales de la competencia internacional en tratar temas específicos de sus países, y en buscar una visión local para expresarlos.
La película de inauguración dejó claro este enfoque de problemáticas locales. Sonita (Rokhsareh Ghaemmaghami) documenta la vida de una adolescente afgana de 18 años, y su nueva vida con (parte de) su familia en Irán. El nuevo hogar y las mejores condiciones que su familia tiene en Teherán no son suficientes para Sonita y su sueño de convertirse en rapera. En Sonita vemos una situación política interesante: resulta innegable que la vida en Irán es mejor para Sonita, pero no es suficiente para alguien que aspira a más de lo que se le permite a una mujer allí. En el documental vemos como Irán critica la obligación de las niñas afganas a sufrir un matrimonio forzoso, pero al mismo tiempo vemos como distintos músicos rechazan ayudarla por lo inmoral que supone una mujer haciendo música. La película juega constantemente entre mostrar a Sonita soñando, pegando su cara en fotografías de artistas famosos, y el cerco que socialmente se interpone para su realización. Probablemente la cinta alcanza su momento más interesante en el momento en que la cineasta se pregunta a sí misma hasta qué punto intervenir en la historia. En qué momento la realidad sobrepasa al documentalista para dejar de tomar un rol observador. En algún momento Ghaemmaghami pasa de la discusión en off a ponerse a ella misma en frente de la cámara en el angustiante momento que Sonita es ocultada por su madre para ser vendida. Es el momento más interesante de la cinta, pero también resulta decepcionante cuando la cineasta decide intervenir completamente la vida de Sonita. En cierta manera, y sin restarle mérito al notable trabajo artístico de la precoz rapera, la película termina construyendo un elaborado relato de sueños cumplidos. Queda cierto recelo -para mí por lo menos- cuando el ideal cumplido es vivir en Estados Unidos. La idea de la “tierra de la libertad” es reafirmada por la cineasta, que olvida en su final feliz que a la hermana menor de Sonita le esperan apenas un par de años para cumplir la fatal suerte que la artista pudo evitar.
Una de las historias más interesantes lo trajo La teoría sueca del amor (Erik Gandini) y su retrato sobre la soledad en la sociedad desarrollada. Gandini muestra históricamente cómo la sociedad sueca tomó la independencia como el valor fundamental de su sociedad. Vemos cómo las mujeres no necesitan ni buscan una contraparte femenina, y cómo la seguridad laboral permite que los hijos puedan dejar de necesitar a sus padres tempranamente. En un relato que puede sonar idílico, Gandini busca mostrar el reverso del individuo en tanto centro de la sociedad. En divertidas escenas que muestran cómo a unos refugiados sirios se les enseña a no intentar tener conversaciones largas con los suecos, o en escenas más trágicas que revelan casos de personas de los que nadie se entera de su muerte por años, la independencia sueca presenta un lado B de los beneficios que se aprecian en la superficie. Si bien el documental tenía como foco una interesante lectura social, su montaje “dinámico”, recreaciones y tomas aéreas recordaban el probadísimo estilo de docu-reportaje patentado por la BBC. Si el relato de Gandini goza de varios elementos especiales y llamativos, su manera de relatarlo carece de la particularidad que tiene su historia.
Jericó, el infinito vuelo de los días (Catalina Mesa) cerró el festival en una nota positiva. Mesa prepara una serie de retratos de distintas mujeres del pueblo colombiano de Jericó en un documental que salta entre distintos tonos. Entre el testimonio, el musical y la sinfonía de ciudad recorremos el pueblo casi al azar, sin hilos conductores y sin “tema” específico. Jericó parece ser una reflexión en torno a la vida y la memoria (esto se realza por la avanzada edad de la mayoría de las entrevistadas), y a la constitución de la feminidad. Los viejos amores, el sincretismo religioso, la tragedia (y cómo sobreponerse a ella) y las labores cotidianas son el centro de esta serie de retratos. Aunque el ejercicio pareciera alargarse a pesar de su corta duración, Jericó es un interesante caleidoscopio que mostraba una forma de narrar que se diferenciaba al resto de las películas en competencia. Mientras que las películas compañeras escogían temas importantes o historias fuera de lo común, la de Mesa retrataba el cotidiano colombiano al mismo tiempo que hacía recordar rituales y reflexiones universales. La muerte, el bar, el cocinar y la risa ante la adversidad hacen que el filme impregne un tono positivo en el espectador, una interpretación latinoamericana -con la lectura del cristianismo en nuestro continente como centro- de la tragedia que invita a moverse adelante.
Tanto Game Over (Alba Sotorra) y Paciente (Jorge Caballero) fueron para mí los dos relatos y puntos de vista más interesantes de la competencia internacional. Game Over muestra a Djalal, un joven catalán con una obsesión por lo militar. El documental muestra fragmentadamente cómo Djalal termina por pelear en Afganistán, y cómo su vuelta desencadena una serie de reacciones y problemas en su familia. El punto de vista de Sotorra juega constantemente entre la guerra que Djalal vivió en Afganistán y la guerra doméstica entre dos padres que no se soportan. Los contextos de ambas guerras, la real y la doméstica, tienen contextos alrededor que no cumplen las expectativas. Djalal descubre que la guerra tiene muy poco de su fantasía de disparar constantemente, y que en cambio debe esperar largos períodos de vigilia donde no ocurre nada. Sotorra ocupa las imágenes grabados por el mismo Djalal (fanático de registrarse a sí mismo) y compara las imágenes de la guerra real con imágenes de videojuegos de guerra y sets de fotos militares que dispone el joven en su hogar. En los sets de fotos vemos cómo Djalal arma una fantasía masculina en torno a si mismo, y cómo en los juegos mata decenas de personas. Sin embargo, en la guerra real solo vemos una serie de niños desorientados, y no a los enemigos peligrosos que el soldado fantaseaba aniquilar. Probablemente el mayor momento de enfrentamiento emocional se produce cuando le vemos disparar realmente a alguien. Es el único momento en que Sotorra corta directamente a negro y nos niega ver la grabación de Djalal. En cierta manera es como si Sotorra cortará la fantasía interna del joven, ya que es imposible de intentar equiparar con lo que realmente encuentra en el suelo afgano. El documental también tiene a la crisis española como fantasma constante, incluyendo imágenes que enfatizan el tiempo libre de Djalal y la acumulación de horas viendo televisión del padre desempleado. Game Over es uno de los retratos más originales de las consecuencias de la guerra que haya visto, planteando un recorrido y un relato que distan mucho de las clásicas películas de trauma de veterano. Game Over, en cambio, gira en torno al aburrimiento y la falta de rumbo de una sociedad catalana en crisis.
Paciente también plantea un recorrido distinto para una historia ya vista. Siguiendo constantemente a Nubia, mientras cuida a su hija en un hospital colombiano, la cinta establece un rico juego de palabras con su título. En la película nunca vemos a la paciente del hospital -Leidy, la hija de Nubia-, sino a la persona que la debe acompañar en su cuidado, utilizando el segundo significado de la palabra. Sutilmente se muestra la paciencia que debe tener Nubia frente a un agresivo cáncer que no da paso atrás, al mismo tiempo que tiene que lidiar con las esperas y los papeleos del hospital. Dentro de un sistema poco humanitario y burocrático vemos cómo al sufrimiento inevitable de una enfermedad se le suma el sufrimiento por la dificultad de comunicación y los largos paseos que aumentan el agobio de la ya cansada mujer. En una serie de largos planos secuencias en que se sigue a Nubia cumpliendo trámites vemos cómo un simple procedimiento como asignar una hora a una ambulancia se convierte en un tortuoso proceso ineficiente. La cinta de Caballero evita constantemente mostrar a Leidy, manteniéndose su foco en la paciente Nubia. Seguir el sufrimiento de quien no padece el problema directamente ofrece una segunda lectura interesante a las tragedias hospitalarias, al mismo tiempo que evita el morbo que implicaría ver la degeneración de Leidy en cámara. Sin una apuesta sensiblera (en la que es muy fácil caer viendo el tema tratado), la cinta de Caballero es un grito al doble sufrimiento que implica ser atendido en un sistema controlado por el papeleo. El plano final -donde se corta desde una toma por fuera de la habitación de Nubia y Leidy a un plano más abierto que muestra varias habitaciones-, deja claro que la historia personal de ambas mujeres se repite en varias habitaciones del hospital, del país y del continente.
Como se puede apreciar en la reseña, la primera edición de DocsBarcelona Valparaíso contó con documentales con una diversidad de temas. Lo que se repite es el interés por retratar visiones y problemas nacionales, y por cómo configurar un discurso que sea local pero que esté abierto a lecturas externas. El anuncio de la confirmación de una segunda edición para el próximo año nos deja expectantes sobre cómo evolucionará esta línea curatorial. Por ahora, la primera versión nos entregó un buen abanico de puntos de vista que esperamos sea una signatura que perdure y se profundice.
Héctor Oyarzún