Informe 29 Festival de Mar del Plata: un paseo por las nubes
Mi primera vez en Mar del Plata. Corría el rumor que esta era una de las versiones más potentes de los últimos años no sólo por las competencias, las visitas de notables de Paul Schrader y Claire Denis, la aglutinada cantidad de actividades paralelas entre lanzamientos de libros y charlas magistrales, o el grato ambiente cinéfilo que muchos porteños se toman como cita obligada, si no, y sobre todo por la diversidad y elasticidad de la programación, el buen criterio y gusto que puede graficarse tanto en la competencia como en las retrospectivas: rescates patrimoniales, homenajes a la cultura Vhs, el superochismo, el homenaje a una distribuidora de cine ruso de los 70s, los focos a Claire Denis y a Aleksei German, una de las joyas que se presentaron, cineasta soviético fallecido hace un par de años y a quien se rindió un completo homenaje.
En lo particular, me dediqué a pasear entre diversas secciones y algunos de los filmes que aún no lograba ver de este año, parte de los focos y las películas más que comentadas en diversos sitios de crítica. Intento organizar aquí parte de lo que ví.
Magical Girl de Carlos Vermut. Ganadora de San Sebastián y segunda película de Vermut, era una de las películas que venía comentada como “must see”, seguramente llegará a nuestros países para un próximo festival. Retorno a las lides narrativas y más obscuras del cine español, hay una influencia declarada de Almodóvar y De la Iglesia, así también del cómic y el manga (por lo demás, Vermut es también un excelente dibujante de cómics con un par de obras publicadas por Astiberri). Con un tempo narrativo sin prisas, pero a la vez efectivo en los usos de las elipsis, el fuera de campo y la focalización narrativa, estamos ante un relato que comienza en un lugar (un profesor cesante en búsqueda de dinero para comprarle un disfraz animé a su hija enferma de cáncer) y termina en otro lugar imprevisible, articulado a partir de una serie de encuentros entre personajes al borde de la obsesión y la locura, destacando Bárbara “la chica mágica”, de poderes misteriosos sobre los hombres. Un laberinto de relaciones e historias del pasado que no son del todo reveladas lleva a un motor de acciones desesperadas y hacen de este thriller una experiencia angustiante no sin dejar en claro a la vez un negrísimo sentido del humor. Publicaremos en estos días una entrevista a Vermut.
Los muchos. Lo de Loznitsa Maidan cumple con todo lo que se ha escrito y más Un cineasta que ha hecho de los pesos materiales, la figura humana, el trabajo y el paisaje parte de una propuesta documental dialoga ahora con lo más profundo del cine soviético dando en el espacio de la imagen un lugar para el pueblo, un lugar para los muchos. Durante el 2013 y 2014 Loznitsa siguió la situación de Ukrania centrado en la ciudad de Maidan y específicamente en la plaza de Kev, tomada por sus habitantes para expulsar a Yanukovich el presidente que tiene al país en situación de precariedad. El relato lo conocemos: represión policial y batallas campales lo que termina con la huida de Yanukovich en helicóptero. Como en aquel increíble filme Videogramas de una revolución (1992) de Farocki y Ujica, aquí se trata de una revolución televisada, pero por sobre la mirada analítica y desompositivade Videogramas, Losnitza parece más bien centrado en la fuerza litúrgica de lo que congrega, la aparición (política) de un pueblo. El desafío es mantener el rumor y la cita con la Historia, la fuerza de una cita que es respetada rigurosamente y con devoción, por la ley de un encuadre donde nunca puede haber una historia individual, sino una colectiva.
Los muchos, su posibilidad. Eau argentée Syrie autoportrait de Ossama Mohammed y Wiam Simav Bedirxan es un crudo testimonio contado con 1001 imágenes (eso nos dice Mohammed) procedentes de distintos dispositivos móviles y de registros anónimos, sobre la guerra civil en Siria. Un footage que registra el acribillamiento de víctimas y el paisaje destruido con la constante reflexión de Mohammed sobre qué significa filmar en el contexto de la guerra, desde una voz que es tan coral como individual. Una reflexión que se abre a dos voces cuando conoce a Simav, una joven activista que participa de las milicias, formando jóvenes para la resistencia. Una vez más, muerte, destrucción y la irrenunciable resistencia de Simav que emociona hasta el escalofrío, aún incluida la subsistencia de los felinos (las mascotas, los daños, la increíble fragilidad de un gato en un paisaje devastado…). Un documental doloroso, crudo, incluso choqueante, pero que es en la pregunta por la supervivencia donde hace del registro una innegable condición ética (y política) del cine.
Y sobre estos paisajes, y gestos que sopesan la destrucción de un pueblo, Lav Díaz sigue creando un mundo que pasa del mito a la historia en Filipinas. Sus películas- río, verdaderos gestos cinematográficos que hablan sobre la devastación no pueden ser definidos como esnobismo o futilidad: la gravedad, peso y coherencia hasta el último minuto de las seis horas de From What is before se justifican por los temas y el talante reflexivo (y poético) de Díaz al pensar a su propio país. Una historia familiar que incluye naturaleza y ruralidad, así como misteriosos acontecimientos (vacas que aparecen muertas, aullidos en la noche, una niña con problemas mentales pero curandera), relaciones de género (violaciones y vejaciones), así como historia política (la llegada de militares para tomar posesión de las tierras en un golpe militar que es apoyado por la CIA, los milicianos rebeldes violentos también en su intervención), se combinan en un cierre donde las conclusiones de Díz coinciden con sus anteriores filmes como Death in land of encantos: la historia de Filipinas es un cataclismo.
Dos retrospectivas. Pude apenas asomarme a la obra del aún desconocido Basilio Martin Patino, cineasta que filmó durante el franquismo sorteando la censura de ingeniosas y ácidas maneras. Me perdí desgraciadamente Canciones para después de una guerra (1971) al parecer una de sus obras mayores. Queridísimos verdugos (1973) es un seguimiento a los verdugos encargados a dar a muerte en condenas de justicia. A partir de aquí el documental se divide en dos partes, el seguimiento a tres verdugos que relatan los casos en que han ejecutado y una historia sobre el lugar de la condena de muerte en España, intercalado por ácidas reflexiones de Martín Patino sobre el poder de la muerte del Soberano, llevando a cabo una verdadera arqueología jurídica y constitucionalista, sin que ese análisis se vuelva algo aburrido y decimonónico. El filme termina con Lorca, es decir, con el flamenco, las flores y las calaveras por doquier. Un negrísimo documental que nos hace pensar sobre el lugar del verdugo, quizás, su posible inocencia frente a los verdaderos poderes e incluso su poder subversivo al momento de una rebelión. Agudo, obscuro, de curiosa coquetería con la crudeza fascista, lo cierto es que hay que ver más de este cineasta.
Y luego el gran hallazgo del festival en términos de rescate: Aleksei German, de quien pude ver dos películas: Dura prueba bajo sospecha (1971) y Hard to be a God (2013). La primera ambientada durante la segunda guerra mundial entre el stalinismo y el avance del nazismo, entre soldados y paisajes repletos de nieve, de los cuales German hace gala creando una atmósfera densa y novelesca. Entre sospechas y cambios de bando, German observa con agudeza el ambiente de desconfianza, la soledad y el desarraigo de la guerra a través de un personaje que pasa de ser sospechoso del nazismo a los propios soldados rusos. Y sobre Hard to be a God, ya no sé qué más puedo decir después de todo lo que he leído y de todas las palabras que gasté la noche en que la ví. Un mundo parecido a la tierra en Edad Media, una referencia a una Tierra que está lejos y donde quienes viven aquí parecen sometidos a un oscurantismo extremo donde el personaje central Rumata debe encontrar a un sabio llamado Budakh. Finalmente la trama es secundaria, eso porque nunca sabemos distinguir lo importante de lo pequeño, ya que posiblemente, ambos estén confundidos en el barro que repleta toda la película. Como un cuadro de El Bosco en movimiento, las cámaras de German nunca se detienen, los objetos, gestos y cuerpos siempre repletan el cuadro, entran y salen de campo, y creo que la palabra barroquismo queda corto. Por otro lado, está el lugar central de “lo bajo”: se trata de un mundo terrenal donde pedos, sexo, comida, secreciones, agua, suciedad, mierda, gruñidos, chapoteos, jergas llenan el filme… y donde los intelectuales son lo peor que puede existir (más de una vez se le mencionan, más de uno es tirado a un foso de caca). Se ha dicho: parece ser una metáfora sobre el régimen burocrático o una reflexión más general sobre el poder: aquí nada pertenece a nadie, los ojos y la mirada esquizo están presentes como un panóptico caótico; los ojos y los órganos del cuerpo son cortados, mutilados, a destajo, las traiciones se suceden incluso sin épica, y una extraña secta parece empezar a invadir el palacio sin que pueda detenerse de ninguna forma, como si emergiera del propio barro. Fisicidad, materialidad, barroquismo visual son las marcas centrales de un filme que está destinado a convertirse en un nuevo clásico irrefutable del cine.
Super 8 y 16. Desde hace un tiempo una de las líneas de programación de Mar del Plata ha sido el del rescate del formato fílmico y sobre todo a la inquieta actividad superochista, como nos relató Isabel Orellana hace dos años. La sesión dedicada a rescatar la obra de Jorge Honik fue un lujo, parecido al que tuvimos con Caldini en Valdivia el año pasado. Un cineasta que se acercó al cine en super 8 con creatividad, artesanía e inquietud. En: La mirada errante (1969), Sueños impresos en acetato (1981) y Nubes (1969) se trata de viajes a la India, Magreb y Marruecos influenciados por cierto espíritu beat, psicodélico y espiritual. Luego en obras como Komik (1979), Un paseo (1969) y El inmortal (1970) se trata de trabajos con mayor elaboración narrativa mezclando stop motion, documentalismo y collage, con música pop en varios casos, incluso con música de The Beatles. El inmortal, por su parte es una adaptación colorida y naive del cuento de Borges en torno a la búsqueda de la ciudad de los inmortales. La experimentación de Honik está vinculada a la invención, el amateurismo y la pasión por el fílmico, su eclecticismo y a la vez creatividad son algo verdaderamente único, a la vez que su rescate señala un documento esencial para seguir construyendo la historia del experimental argentino y latinoamericano.
Otra de las sesiones estuvo dedicada a mostrar el último trabajo de Claudio Caldini, y las obras de cineastas que trabajan en fílmico (16 mm) como son Pablo Marín, Pablo Mazzolo, Sergio Subero y Leandro Listorti. Fantasmas cromáticos la última obra de Caldini se presentó como un réquiem para el motor, consistió en una doble proyección en super 8 con dos filtros (verde y rojo) y una música casi tonal y minimalista que se transforma en viaje perceptual, y a la vez cierta alegoría sobre la sociedad contemporánea. De las obras de los cineastas, registro dos como botón, S/T de Sergio Subero, un trabajo de registro concreto en una carretera llevando a cabo un montaje rítmico con el corte directo. Resistfilm de Marín, un trabajo caleidoscópico que trabaja con exposiciones recortadas, generando cierto ludismo de formas, texturas y materias que recuerdan mucho al cine de vanguardia óptico. Quizás lo más interesante es el espacio generado, una comunidad donde los referentes del experimental y el super 8 dialogan con las obras y propuestas recientes, aglutinados por la preservación del formato cine.
Dos argentinas. Dos cineastas ya con un recorrido y que han tenido presencia en Chile presentaban sus últimas piezas en competencia internacional: Ezequiel Acuña y José Campusano. Ambas me decepcionaron un poco, aunque encuentran defensores en Argentina. Acuña presentó La vida de alguien en torno a una banda de rock que dejó sin grabar un disco y deciden juntarse a volver a grabarlo. Treinteañeros con melancolía adolescente, lazos que se recuperan, la desaparición misteriosa de un personaje, algo de boy meets girl comedy y mucho rock de guitarras melancólicas. Si en Excursiones (2009) se afrontaba la historia de dos amigos reencontrados en una dubitativa adultez, con maestría en manejo de diálogos y formas de construir el relato dando un paso respecto a sus dos anteriores filmes, siento que aquí hay algo de una persistencia teenager y afán ligeramente edulcorante en el recalcado del clip melancólico y las guitarras y sintetizadores que enfatizan emociones (temas de edición, básicamente), por otro los personajes me parecen poco matizados, un poco funcionales a una estructura argumental. Me quedé pensando si no he sido yo el que envejecí y son sus películas las que están intactas. Es una posibilidad.
Con Campusano el asunto es otro. El Perro Molina ha perfilado la claridad de su metodología y modo de producción (actores-no actores, suburbios), así como la continuidad y perfeccionamiento temático: un personaje con códigos éticos, especie de western marginal donde la posibilidad de un final feliz es incierto. Estallidos crudos de violencia, venganza y una galería única de personajes, entre prostitutas, drogadictos, policías y mujeres despechadas. Los defensores dirán que el camino que está tomando su “cine comunitario” va hacia va hacia el perfeccionamiento de un cine narrativo de género y popular. Por otro lado, cabe pensar si el punto de llegada es ese que distinguiría este lugar del realismo de los noventas, y si hay un lugar para la pregunta por los dispositivos, pregunta que aparecía en el exceso: lo primario, el garage e incluso cierta a-narratividad que producía (y sigue produciendo) un efecto “termita” de su cine, que es aquello que lo distancia de la televisión.
Iván Pinto Veas