40 Festival Cine UC (4): Sunset Song
La última función del Festival Cine UC tuvo una respetable concurrencia aunque no se llenara la sala para la exhibición del último trabajo a la fecha del director de Distant Voices, Still Lives (1988), The Long Day Closes (1992), The Neon Bible (1995) y Of Time and the City (2008), el inglés Terence Davies. Si alguno no lo conoce recomiendo ver en particular las dos primeras (la tercera es una adaptación de la novela de John Kennedy Toole y la cuarta un ensayo autobiográfico) para familiarizarse con el entrañable formalismo nostálgico de un director que puede considerarse típicamente británico en su acercamiento a viñetas del pasado constreñidas en espacios cerrados, urbanos o rurales, en los que la imagen se regodea con virtuosismo dibujando simetrías, revelando gestos, rostros, voces, tonos (sonoros y de color), muchas veces acompañada con especial cuidado en el uso de una banda sonora cargada de viejas canciones. Davies parece estar ajeno a lo que sucede en el mundo y el cine, dedicado a seguir su propio ritmo parcialmente biográfico, refractario a influencias contemporáneas de nuestra cultura como la invasión high-tech, el rock, los conflictos políticos… por nombrar algunos. Y en gran medida sus películas tienen que ver con el inevitable paso del tiempo, los cambios de costumbres, los conflictos entre tradición y transformación, las huellas de la historia en los individuos.
El caso de Sunset Song (2015) tomó por sorpresa mi aprecio por el director, defraudando mi expectativa ante la evidencia del filme más clásico en cuanto estilo de los que le he visto (que no son todos). Aun así no suspende sus características modernas, las mantiene condicionadas. Menos trabajo en la composición/descomposición de espacios y por lo tanto, más “realismo” fotográfico, menos ambigüedad narrativa y más economía en la presentación de la trama, mayor evidencia directa de la composición de los personajes a través de actuaciones notablemente emotivas. La “invisibilidad” del estilo clásico deja en primer plano la certidumbre de la belleza que salta en cada escena. Los paisajes campestres, los sólidos espacios interiores, la luz, la oscuridad, los cambios climáticos y de las estaciones son dispuestos como amplios cuadros casi pictóricos en los que se desarrolla la historia algo melodramática que comenta y narra la protagonista desde algún punto futuro incierto.
Ella es Chris Guthrie (la bella y fotogénica Agyness Deyn), que junto su familia, compuesta por padre, madre y hermanos, se trasladan a un nuevo hogar, donde, junto con crecer, conocerá lo que es el trabajo, la muerte, la separación, el amor, la maternidad y la soledad. Lo que en otras manos pudo ser una convencional historia naturalista propensa a desbocarse en la pormenorización de conflictos y elementos dramáticamente grandilocuentes, es llevado por Davies sin excederse, sin desequilibrio, con un montaje que no tiene ni un corte abrupto y que poco a poco va modulando suavemente hasta que nos damos cuenta que ya no hay cortes entre escenas o cambios de locación. Utilizando uno de sus recursos recurrentes, el director hace que el cine se convierta en un continuo coreográfico de cámara, puesta en escena y personajes que, en su engañosa simpleza, deja engañar al ojo aun cuando es completamente perceptible.
En cierto punto, mediando la película, son pocos los eventos que suceden. O eso parece. La narración no avanza mucho y las situaciones, acciones y diálogos se ponen al servicio de una representación de la felicidad. Son los momentos plenos de vida y goce banal de Chris. Si no nos hemos enamorado de ella antes, este es el momento. Pero algo oscurecía lo que estaba viendo. No sé si trataba del adiestramiento personal como espectador vicioso por el siguiente giro narrativo (que inevitablemente tendría que introducir drama a una situación tan alegre) lo que me mantenía expectante sin dejarme llevar o si para mis adentros lo que aparecía en pantalla era tan solo hermoso (es decir, “lindo”) pero no bello (es decir, “sublime”). Hacia el final la historia se me volvió banal y el conflicto entre Chris y su marido, Ewan, artificioso. Era como si otra película, una de carácter más “masculino” empezara. El pueblito escocés periférico a la primera guerra mundial y las diferentes perspectivas de los hombres ante su movilización como soldados se me iba por otro camino que el de Chris madurando hasta la adultez. Si en el ambiente presentado de verde, amarillo, negro y blanco de Davies me resonaba algo del John Ford “irlandés” de The Quiet Man, la vicisitud de Ewan estaba menos trabajada en respecto a sondear su violencia viril y en cambio continuaba elaborando el punto de vista de la esposa con vistas a la conclusión del film.
Por fuera de aspectos de la película que sesgadamente atendí o no, uno de los elementos más llamativos sin duda está relacionado con la preocupación por el acento escocés de los personajes y la serie de modismos que emplean en sus sonoros diálogos. Si en algo puede aportar el cine cuando se dedica a trasponer obras literarias, como es este el caso (Sunset Song, de Lewis Grassic Gibbon, primera parte de una trilogía protagonizada por el personaje Chris Guthrie), el tipo de registro sonoro sirve para indicar la propuesta de la película más allá de la diligencia con que estén hechas las adaptaciones de la letra a la imagen. Davies nuevamente hace uso de buen oído y no solo rescata antiguas canciones que los personajes cantan en ciertos momentos o suenan en la banda de sonido, también dan cuerpo a una estilización en algún grado etnográfica a un canto de amor por la tierra y las pasiones.
Nota comentarista 7/10
Titulo original: Sunset Song. Dirección: Terence Davies. Guión: Terence Davies (Novela: Lewis Grassic Gibbon). Fotografía: Michael McDonough. Reparto: Agyness Deyn, Peter Mullan, Kevin Guthrie, Jack Greenless. País: Reino Unido. Año: 2015. Duración: 135 min.