22 Festival de Cine Europeo: Homo Sapiens. La vida sin nosotros

Aunque el documental Homo sapiens del austríaco Nikolaus Geyrhalter fue realizado en 2016, verlo en el 22° Festival de Cine Europeo (on line y gratuito en la plataforma Festival Scope) en plena pandemia de coronavirus lo vuelve especialmente inquietante, por la completa ausencia de seres humanos en toda su puesta en escena, como si la civilización ya no existiera y el devenir y ajetreo de las personas simplemente se hubiera borrado de un plumazo, dejando sus obras y su intervención cultural vacías. 

Aunque el documental Homo sapiens del austríaco Nikolaus Geyrhalter fue realizado en 2016, verlo en el 22° Festival de Cine Europeo (on line y gratuito en la plataforma Festival Scope) en plena pandemia de coronavirus lo vuelve especialmente inquietante, por la completa ausencia de seres humanos en toda su puesta en escena, como si la civilización ya no existiera y el devenir y ajetreo de las personas simplemente se hubiera borrado de un plumazo, dejando sus obras y su intervención cultural vacías. 

En un escenario distópico demasiado parecido a imágenes que se repitieron primero en el hemisferio norte y luego en el sur al principio de la pandemia, las calles están desiertas, los edificios evacuados y los únicos ruidos que se escuchan son los provocados por el viento, el aletear de las palomas, los insectos, la incesante lluvia. Nunca la voz humana; sólo está presente su huella. Pasó por ahí el “homo sapiens” (hombre/mujer-sabio), pero ya no está más.

Por las razones que sean, la humanidad ha desaparecido. Los fantasmas son los dueños de los espacios, ya no las personas. Las ventanas se golpean sin que haya nadie empujándolas, los papeles se mueven de un lugar a otro como si volaran, los haces de luz se cuelan por las rendijas cuales rayos brillantes, las lámparas colgantes se mueven y rechinan como autómatas en completo desacato; todo ocurre sin que haya intervención de seres humanos alguna, en una rebelión de los objetos que se despliegan en plena autonomía.

La pregunta que surge al visionar tanto espacio deshabitado y en ruinas, en imágenes que se toman su tiempo de expresarse, no puede ser otra que por el sentido de la vida, la fragilidad y finitud de la existencia humana. No es necesaria una voz en off, una breve explicación al inicio ni un contexto explicativo ante la potencia de imágenes conmovedoras y profundamente existencialistas. Estamos en presencia de la vida sin nosotros y que, a pesar de ello, continúa. Ya no estamos, las obras y las estructuras nos sobreviven.

Tal como si fuera una cuarentena eterna que vació las ciudades, las personas ya no habitan los lugares: los abandonaron apenas ocurrido algún cataclismo dejando todo en su repentino escape (hay tazones de café sobre escritorios de oficinas o supermercados con productos en las estanterías), se fueron cuando el agua del lago inundó su ciudad o no pudieron quedarse porque los reactores nucleares, los teatros, las industrias o los pueblos quedaron en desuso. Iglesias vaciadas de la fe, en edificios en ruinas donde no cabe dios, porque ya no es necesario. 

En algunos lugares la instantánea es desordenada y sucia, sin tiempo para la reconstrucción o la limpieza de escombros, como si la cámara hubiera estado apenas un momento después del abandono ajetreado y desesperado para evitar la muerte por una catástrofe; en otros pareciera que la muerte ya se instaló hace rato, en campos de batalla donde el verde olivo de los tanques enmohecidos se mimetiza con el de los árboles y pastizales, en aviones siniestrados que no volaron más, en edificios que quedaron en medio del mar o del lago, por la expropiación que hace la naturaleza de lo que siempre le perteneció. Geografías donde el ser humano trató de ganarle a las inclemencias climáticas, pero no pudo, porque las arenas del desierto borraron las carreteras o los ventarrones hacían imposible desplazarse, a pesar de lo grande de los poderosos edificios construidos.

La colosal fotografía de Homo sapiens observa ejercicios arquitectónicos grandilocuentes y de grandes dimensiones que se erigen como iconografía de antiguas ideologías, como el monumento Buzludja de Bulgaria, con su gigantesca bóveda para ceremonias bajo la hoz y el martillo, con el que comienza y al que vuelve como si fuera un platillo volador que abandona la Tierra, desapareciendo entre la niebla y la nieve. Viejas estructuras de la era industrial, hoy devenida en ilusión de materialidad en la virtualidad de las redes de una economía intangible que dejó atrás la producción para sumergirse en la especulación.

En Homo sapiens están locacionados Fukushima en Japón después del tsunami o el pueblo inundado Epirén en Argentina; aunque en varios casos el prolífico director austríaco, que hasta esta película que participó en la 66° edición del Festival de Cine de Berlín había realizado 14 documentales en veinte años, debió mantener en secreto las locaciones abandonadas a pedido de algunos de sus dueños, para evitar que se llenaran de curiosos.

Una hora y media de planos fijos de lugares abandonados, sin diálogos ni la más mínima presencia de personas, se hacen no sólo sostenibles, sino conmovedores y a veces hasta abrumadores y aterradores, gracias a un diseño sonoro que potencia el sonido de pájaros, el efecto del viento o el agua. El director decidió no incluir al técnico en sonido en las filmaciones in situ, sino grabar especialmente una banda sonora para cada imagen, con el fin de que no se oyera ningún sonido humano. 

Abandono, soledad, goteras que nadie se apuró en tapar. Calles vacías, líneas de tren y escaleras donde crece la hierba, juegos sin niños, cortinas sobre un escenario que se siguen moviendo con la ilusión de una obra. Lluvia que no para. Viento que no deja de colarse en hospitales sin pacientes, pabellones sin operados, iglesias con cruces caídas, cárceles sin presos, silencios sin voces, filmados por más de cinco año en Japón, Estados Unidos, Europa o Argentina.

Un escenario fantasmagórico en el que alguna vez hubo personas y hoy sólo vacío apocalíptico. Especialmente en estos pesadillescos tiempos que nos tocan, Homo sapiens nos deja la pregunta por el legado de la presencia humana y su capacidad de crear y construir, inventar y aprender, que distingue al humano de los animales, en un mundo que bien podría continuar sin nosotros.

 

Título original: Homo Sapiens. Dirección, guion, fotografía: Nikolaus Geyrhalter. Montaje: Michael Palm. Música: Peter Kutin, Florian Kindlinger. País: Austria. Año: 2016. Duración: 94 min.