Whiplash (Damien Chazelle, 2014)
El segundo largometraje de Chazelle (29) suda precisamente lo que el cine de un joven director de escuela debe sudar: desesperación, frustración, ansiedad y atrapamiento en la técnica cinematográfica. Todo esto en el mejor sentido posible.
Andrew (Milles Teller) es un estudiante de batería en uno de los conservatorios de música más importantes de New York. Con la carga de dedicar su vida a la música, en vez de a aquello que su entorno familiar hubiese preferido (negocios, deportes), Andrew se vuelve muy competitivo en el momento en que el profesor más respetado y temible de su escuela, Fletcher (J.K. Simmons) se fija en él y le da la oportunidad de ser parte de la banda más importante del conservatorio. Ensayo tras ensayo, Andrew se enfrentará a su propio perfeccionismo y los métodos torturadores de Fletcher, ambos en la búsqueda de hacer surgir a una nueva leyenda del jazz, una como las de antaño.
Desde la primera escena, Teller y Simmons entregan actuaciones potentes que mantendrán la intensidad de la película hasta el final. En ese primer momento los protagonistas se enfrentan en una pequeña batalla que deja en claro sus motivaciones y sus jerarquías, de una forma directa y limpia, presentando a los personajes sin recurrir a detalles irrelevantes y haciendo fluir la historia de forma vertiginosa. De ahí en adelante, el abuso del maestro sobre el discípulo construyen el piso ideal para la escena final que, sin spoilers, es uno de los finales más intensos, coherentes y logrados que he visto en mucho tiempo.
Este doble estudio de personaje logra una inmersión sorprendente del espectador en la historia, sorprendente considerando que es muy difícil empatizar con personajes tan enajenados del mismo mundo que habitan, de sus leyes, de lo que es correcto y lo que no. Lo que ocurre entre Andrew y Fletcher, a medida que la historia avanza, es mágico. Son dos fuerzas contrarias entre ellas mismas y contrarias a todas las demás, que empiezan a confluir en un mismo camino hacia la locura. En ese sentido, el guión (a manos del mismo Chazelle) es muy hábil a la hora de ir revelando de a poco a los personajes para hacernos entender que, como en la vida real, se detestan porque son iguales.
Los planos cerrados de los instrumentos y de los intérpretes, en combinación con un montaje frenético y rítmico, hacen de Whiplash una oda visual a la obsesión.
Con más de 60 premios y con 5 nominaciones al Oscar, Whiplash se presenta a los premios de la Academia como la apuesta indie del año, de forma merecida al menos en las categorías de mejor película, mejor montaje y mejor papel masculino secundario (J.K. Simmons).
Pato R. Gajardo