Un monstruo viene a verme: Autoayuda en la era de los monstruos
El director Juan Antonio Bayona se hizo conocido en todo el mundo gracias a El orfanato (2007), película que causó revuelo por su tratamiento del terror, su historia y el giro final. Siendo este último aspecto una característica algo usual en la producción del género durante la década de los 2000, la que dictaba que película que no giraba su argumento en 180 grados no obtenía ninguna clase de trascendencia. Con la distancia de diez años tal vez sea probable decir que el debut cinematográfico del director español no es mucho más que una buena pieza de género, que seguramente sin la presencia de productores ejecutivos renombrados y una maquinaria de marketing intensa, no habría alcanzado la repercusión que obtuvo. Pero para Bayona esto dio réditos inmediatos, al ser contratado y luego absorbido por el sistema hollywoodense, primero dirigiendo Lo imposible (2012) y ahora esta película que tiene pobres posibilidades de postular a los premios Oscar.
Es esa ambición de respetabilidad por parte del director lo ha llevado a una ausencia de la búsqueda de un estilo, y simplemente tener un acercamiento más temático a lo que las academias y sindicatos suelen apreciar, como las películas con protagonistas infantiles, de grandes tragedias emocionales y con actores reconocibles en todos los papeles, desde el más pequeño al más viejo. El problema con este tipo de cine no es su afán populista, o el hecho de que la emoción sea lo primero que se busque (algo que jamás juzgaré de una cinta, ya que será una de las primeras cosas que me afectará), sino que muchas veces están basadas en una mirada simplista de las relaciones humanas, con el fin de poder complacer a gran parte de los espectadores. Es el caso de Un monstruo viene a verme, donde el joven protagonista se ve enfrentado al cáncer que afecta a su madre.
Para lidiar con el problema que afecta al niño, un árbol que se puede ver a la distancia desde su ventana se transforma en un monstruo gigante que lo visita en las noches para contarle tres cuentos, los cuales tendrán supuestas aplicaciones en su vida diaria y que lo ayudarán a lidiar tanto con la enfermedad de su madre como con el problema de bullying que sufre en su escuela. Uno de los elementos más impresionantes es que dos de las historias son contadas con segmentos animados, los que se asimilan al trabajo con acuarelas. Las historias se remiten a los cánones de la fantasía, con reyes, boticarios, brujas, envenenamientos y la siempre oportuna aparición del monstruo al final para ejercer la justicia, pero es justo ahí donde las historias obtienen mayor interés, ya que muchas de estas no tienen una moraleja clara, y no se aplican al canon del cuento infantil clásico que demuestra quiénes son los buenos y quiénes los malos. De hecho, esta no es una película para niños… pero al mismo tiempo es demasiado infantil y edulcorada como para ser de adolescentes y menos para adultos. La pregunta que me hice al salir fue, ¿para quién es esta película?
Sin embargo, hay espacio para sorprenderse, sobre todo cuando el diseño del monstruo funciona bastante bien, así como el desdoblamiento de la realidad y la ficción de lo que ve el niño en ese gigante. También Sigourney Weaver es impresionante con un acento inglés, haciendo de la abuela del protagonista, y la fotografía en momentos tiene un claroscuro que resulta atrayente en las escenas de las apariciones del monstruo. Es una película con interesantes propuestas, por cierto, pero que no logran amalgamar con el mensaje final que tiene la película.
El hecho de que detrás de todas las buenas intenciones del monstruo se encuentre un mensaje que se aplica a la depresión y su tratamiento ante experiencias traumáticas vuelve toda la experiencia un tanto amarga. El niño se ve enfrentado ante lo inevitable: la muerte de su madre es inminente, ninguno de sus compañeros parece querer defenderlo en el colegio, su padre vive lejos de él, y el monstruo pareciera no entregarle nada de utilidad para su experiencia real. Hasta tiene que deletreárselo y empezar con lecciones usando frases usadas mil veces de la clase de autoayuda más burda que puede existir y que serían valiosas para alguien que no supiera lidiar consigo mismo ni con lo que guarda en su interior.
Se trata, al fin y al cabo, de un monstruo “Pilar Sordo”, un gigante bonachón (pero monstruoso, que amenaza y destruye) que entrega medicina para la melancolía a través de enfrentamientos casi psicomágicos de relaciones familiares, violencia destructiva, frases de contenido moral de una corrección conservadora. La película concluye en un final alargado e innecesario que indica que la presencia del monstruo (claramente imaginaria y mental) podría haber tenido algún sustento de realidad integrado al subconsciente del protagonista, pero que no tiene ninguna revelación, es carente de emoción y no redimensiona nada de lo visto hasta ese momento. Un desperdicio de tiempo que podría haber sido usado para poder darle alguna profundidad emocional o intelectual a las últimas escenas.
Jaime Grijalba
Nota comentarista 6/10
Título original: A Monster Calls. Dirección: Juan Antonio Bayona. Guión: Patrick Ness. Fotografía: Óscar Faura. Montaje: Jason Ballantine. Reparto: Lewis MacDougall, Sigourney Weaver, Felicity Jones, Liam Neeson, Toby Kebbell, Geraldine Chaplin. País: Estados Unidos, España. Año: 2016. Duración: 108 min.