Toni Erdmann (2): Paradoja y humor
Hace muchos años el director suizo Alain Tanner dejó de hacer documentales y pasó a la ficción con Charles mort ou vif (1969), se trataba de una fábula para la generación de Mayo del 68 que proponía el conflicto entre un padre, dueño de una fábrica familiar devenido en contestatario, y su hijo, un comerciante intransigente al que le parece impresentable tal actitud, que buscaba ponerlo en una clínica mental, eso sí luego de que le firmara unos papeles para asegurar la continuidad de la empresa. La lección vital y moral que puede legar el viejo al joven, el padre al hijo, vuelve en esta película alemana, aunque los tiempos han cambiado desde entonces y el mundo hoy día se la tiene que ver menos con revoluciones y más con otro tipo de transformaciones en los regímenes de vida, como la precariedad “líquida” del contrato laboral, la socialización espectacularizada del espacio privado y el narcisismo como síntoma de subjetivación sustituyendo al individuo, por nombrar algunas. Asimismo, del héroe positivo se pasó al antihéroe cínico que identifica y confunde, por ponerle algún mote, superación cualitativa (“conócete a ti mismo”) con progreso cuantitativo (éxito, fama, poder). De ahí que un personaje ejemplar para esta época sea el hombre de negocios, el empresario, el CEO, el ejecutivo (de Gordon Gekko a El lobo de Wall Street, pasando por los misóginos de In the Company of Men). Con Toni Erdmann se suma a la galería una mujer, alguien bastante más vulnerable y, por cierto, más torpe que las femmes fatales empresariales de Brian De Palma o Paul Verhoeven.
Desde otra perspectiva, solo se puede entender el surgimiento de Toni Erdmann en tiempos que la comicidad perdió el pavor a lo grotesco, el recato ante la crítica de lo políticamente correcto y la estupefacción ante el más abrupto absurdo. Que el ridículo no tiene límite y la estupidez es un arma para doblegar las convenciones sociales mecanizadas son algunas de las estrategias genéticas usadas por la comedia. Nadie está libre de burla y todos somos risibles en las más variadas formas y en diferentes situaciones. Esa es la incomodidad y la liberación que contiene el humor. Nadie es inocente y de los inocentes nos burlamos siempre.
Volviendo a la película, tomemos esos elementos para reseñarla. La relación distante entre un padre y su hija -hasta donde mis limitados recursos recuerdan- nunca había sido tratada en el cine con tanta desafección a la vez que cercanía. No hay alardes a nivel técnico en el empleo de la imagen, como tampoco banda sonora que intenten inducir las emociones por el espectador, mientras que la empatía surge derivada de las acciones de los personajes y del manejo de la narración. En ella no prima la ironía, esa fórmula estilística que tanto provecho ha dado a directores como Michael Haneke (Funny Games, 1997) o Ruben Östlund (Force Majeure, 2014). Acá la directora Maren Ade maneja los códigos de la paradoja para subrayar sutilmente las cuotas de ridículo, impiedad o desenfado con que la pareja protagónica desenvuelve su relación de filiación. Por lo general un elemento extraño se toma el plano y las acciones, mayormente es el padre el motor de ello, aunque, mediando la película, la hija toma la delantera en alguna oportunidad.
Aquel elemento extraño y paradojal se identifica claramente en la funcionalidad estratégica del uso de atuendos por parte del padre. Sus risibles disfraces, una dentadura postiza, una desordenada peluca femenina, y accesorios como un rallador de queso, le permiten simular ser otro personaje, el Toni Erdmann del título, el embajador alemán de Rumania. Incomodando a su hija, esperando una respuesta liviana o lúdica de su parte, hacen del corpulento padre y su actitud una figura impertinente y desagradable para ella aunque no un tipo pesado para los espectadores. En vez de generar incredulidad su postura, torpemente impostada, ridícula pero nunca insoportable, con que representa su juego paradojal posee la connotación del cariño, el aprecio amoroso que la hija -por su cercanía- no puede ver, pero que atestigua -en su distanciamiento- la imagen.
A diferencia de otros juegos de disfraces -por ejemplo, los de la chica que busca a chico en The Lady Eve (1941) de Preston Sturges, donde Henry Fonda se confunde (o tal vez no) ahí donde no debería haber confusión- Ines sigue el juego del padre, a veces con desagrado, otras con algún grado de complicidad esperando que algo ocurra, pero sin un reconocimiento forzosamente freudiano. Es decir, ella sabe que es su padre actuando y, para provocarlo, intenta incluirle en la suerte de puesta en escena que es su vida laboral -el mundo forzadamente sobreactuado del ambiente corporativo- con la intención de sabotear sus acercamientos inoportunos y así herir sus sentimientos paternos. Si la hija se esfuerza demasiado por aparentar el rol de mujer ejecutiva en su espacio laboral, ante su padre busca desprenderse de cualquier atisbo de niña con que él la subjetiviza.
En última instancia ni la desnudez acaba por hacer caer la máscara de la hija. Es ante el intento de completa vestidura del padre (disfrazado como el peludo espíritu belga) cuando ella se quiebra y le puede corresponder. La conclusión es evidenciada: el conocimiento vitalista del padre está relacionado al memento mori (la muerte del perro y de la madre) y la necesidad de recomponer el lazo filial, lo que solo puede ser acatado por la hija al asumir el residuo improductivo de la vida, el goce. El disfraz como juego -asimilado por el padre como felicidad- y no como condena -la orden del habitus social que la agobia- se ofrece como salida y aprendizaje para Ines. ¿Qué nuevos sentimientos experimentará si está dispuesta a tal apertura? La película no lo indica, pero la canción de The Cure en los títulos da una señal: tal vez se trate de lo sublime. Pero eso ya sería en otra película.
Álvaro García Mateluna
Nota comentarista: 8/10
Título original: Toni Erdmann. Dirección: Maren Ade. Guión: Maren Ade. Fotografía: Patrick Orth. Montaje: Heike Parplies. Reparto: Peter Simonischek, Sandra Hüller, Michael Wittenborn, Thomas Loibl, Trystan Pütter, Hadewych Minis, Lucy Russell, Ingrid Bisu, Vlad Ivanov, Victoria Cocias. País: Alemania. Año: 2016. Duración: 162 min.