Tierra de sangre (James Katz, 2014)

Antes de iniciar la función de prensa James Katz, director de la película, nos habló sobre la importancia de una cinta como esta para la industria cinematográfica chilena, y sobre el impacto que sus imágenes causaron entre los asistentes de la Comic Con Chile, una de las múltiples instancias que han usado para promocionar la película. De acuerdo a Katz, la gente se sorprendía o no podía creer que las imágenes que veían provenían de una película hecha en Chile, pero tomando el papel del abogado del diablo, estoy seguro que si hubieran visto unos cinco minutos seguidos de la película, esa característica habría quedado clara, ya que como la mayor parte de los estrenos de ficción hechos en Chile, el guión es tan inepto como la actuación de algunos de los personajes de esta historia.

Tierra de Sangre juega a la internacionalización, la universalidad, tratar de contar una historia que forme parte del cine de género, pero que al mismo tiempo tenga ínfulas de cine arte para poder ser aceptado en festivales de cine desesperados por cintas de otros países. Así, la cantidad de actores no chilenos forman una mezcolanza de acentos que puede tornarse confusa, esto a la vez que toma un aspecto “de exportación” de Chile en el extranjero, formando una trama que pareciera estar hecha en un laboratorio, con todos sus elementos planeados y dispuestos de acuerdo al marketing, de ahí que la trama ocurra en su mayor parte en una viña, así como la relación de los personajes y la historia con el objeto cultural “vino tinto”, que es tomado desde la perspectiva que tiene el extranjero que sólo conoce Chile por sus vinos.

Con una protagonista proveniente de teleseries, series y películas mexicanas, la historia se desenvuelve sobre la única hábil heredera de un campo que linda con una nueva viña, regentada por un inmigrante francés cuyos modales son refinados pero a la vez frontales cuando se refiere a la atracción que siente por nuestra heroína. El afrancesamiento de toda la primera hora de película permea todo aspecto de la misma, academizando todos los planos, formando correctas imágenes, simétricas y serviciales al más puro estilo del estudiante que de a poco se da cuenta que el plano-contraplano no es la técnica más adecuada para grabar una conversación, pero que termina usándolo de igual manera, terminando en una narración más cercana a la televisiva, pobre en su capacidad de emocionar a través de las imágenes.

Si hay algo que se puede decir sobre la película es que los giros son lentos, el misterio poco interesante y pareciera que nada tuviera el peso que debería tener, al menos en la actuación de los protagonistas. Sucede que en el bosque que forma parte del límite entre el campo y la viña, la gente (trabajadores de ambos campos) han empezado a desaparecer, y dicen que es el diablo quien se los lleva en una carroza de fuego (la cual vemos unas cuantas veces llevar a sus pobres víctimas). Toda esa superstición se trata de derribar a través del trabajo del hermano de nuestra protagonista, que se ha convertido en un monje y que al mismo tiempo ha descubierto que el vino de la viña vecina tiene poderes curativos enormes.

¿De pronto suena confuso? Suceden una gran cantidad de cosas que no tienen una explicación real para la historia hasta que aparece la última media hora, donde todo se entiende un poco más, e incluso la cinta se encauza en un divertimento de género que viene a sacudirse de encima toda la atmósfera de rancio abolengo que venía fomentando desde el principio, con un misterio y suspenso no pesa más que todo el proceso que lleva finalmente al casamiento de la protagonista con el dueño de la viña de al lado, y su posterior fusión.

El primer y prácticamente único giro que de verdad le importa a la cinta es la llegada del hermano del dueño de la viña, otro francés, pero esta vez interpretado por un joven actor francés de cierto renombre, y que rápidamente se transforma en lo mejor que tiene la película, con sus diálogos y la manera fuerte e intempestiva que tiene de marcar su presencia, ya sea a través del tono en que habla, o por la forma en que su cuerpo se retuerce y sisea en los últimos minutos plagados de secuencias de moderada acción.

Es este personaje quien pone los verdaderos primeros obstáculos y problemas para la pareja, es también el responsable detrás de las desapariciones, hecho que la cinta no demora en insinuar y confirmar mil veces a través de miradas malévolas que lanza en largas escenas de cenas elegantes y miradas desde balcones con copas de vino en la mano.

Acá entramos en un ámbito de suposición. ¿Qué habría pasado si en la película en vez de tener la aparición de un personaje fascinante, cuando ya ha pasado una hora, hubiera estado presente desde el inicio? Personalmente creo que  la trama habría sido más interesante ya que los protagonistas habrían tenido más obstáculos a la hora de estar juntos, habríamos tenido más posibilidades de encontrar posibles sospechosos a la hora de apuntar al verdadero culpable de las desapariciones, así como un sentimiento general de que estamos frente a un personaje construido de manera más consciente durante más tiempo.

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Sin embargo, no se trata del único aspecto de la trama. Toda esta historia que ocurre a fines del siglo XIX en un lugar no especificado de Chile ocupa la herramienta de la “historia dentro de la historia”, donde una pareja de extranjeros llega a Chile después de perder su vuelo de conexión, buscando algo qué hacer mientras esperan su vuelo a Perú. Ahí es donde descubren la viña “Tierra de Sangre”, donde una de las dueñas empieza a contar la historia sobre cómo tiene ese nombre. Suena superfluo, pero tiene un sentido melodramático relacionado con el verdadero estado de la pareja que escucha la historia.

Finalmente, la película no logra nunca despegar simplemente porque no tiene bien construido su guión, no tiene unas actuaciones lo suficientemente fuertes, y todo el esfuerzo puesto en la imagen y el sonido, así como la elección de planos, pasa completamente a segundo plano cuando las decisiones están apuntadas más bien al éxito económico (con temas y tramas que tratan de llegar a la audiencia, pero que sencillamente nunca logran enganchar) que las ganas de contar una buena historia, con o sin género. Y resulta curioso que cuando más se acerca al género es cuando más interesante se torna, algo que sería lo contrario en cualquier otra película, pero que acá no alcanza a volverla algo imprescindible o siquiera recomendable.

Jaime Grijalba