Pequeña gran vida (1): La lupa en el detalle
Del director Alexander Payne no teníamos noticias desde Nebraska (2013), en lo que era un paso adelante en el retrato del pueblo interior norteamericano con dosis tragicómicas y de cierto patetismo que sabe bien maniobrar. Lo de Payne son las pequeñas historias (familias, amistades, vínculos) y particularmente los claroscuros, los pasajes del patetismo a la dignidad, o viceversa, iluminaciones pequeñas, mínimas, para personajes a la búsqueda de una pequeña redención en sus vidas. Es más menos lo que se ha dedicado a retratar en películas como En torno a Schmidt (2002), donde un oficinista jubilado (Jack Nicholson) decide llevar a cabo un viaje al final de su vida; en Election (1999), donde un profesor de educación cívica (Mathew Borderick) tocaba fondo; o incluso en la entrañable Entre copas (2004), donde una road movie era el telón de fondo para una comedia humana sobre el vínculo amistoso.
Y aunque el marco de la historia de Pequeña gran vida pareciera apuntar a un giro hacia lo fantástico, lo cierto es que en el fondo no estamos tan lejos del retrato de esa ínfima vida americana que busca destilar siempre Payne. Repasemos: la primera mitad del filme se acerca a una película de Zemeckis o Spielberg. Tal como aparece incluso en el tráiler, se ha encontrado la solución al problema de la contaminación y la sobrepoblación en la tierra, un grupo de científicos noruegos han descubierto como reducir el tamaño del ser humano a 1/10 de su tamaño. Esta noticia revoluciona la especie y a los pocos años se establece un mundo paralelo en miniatura donde por un costo muy menor si tomas la decisión -irreversible, por lo demás- de empequeñecerte, puedes aumentar notablemente tu nivel de vida. Payne presenta toda esta primera parte con cierto esplendor e ingenuidad, mientras empieza a hacer foco en Paul Safranek (Matt Damon), un terapeuta de clase media que, junto a su esposa, aspira a un cambio en su vida en la ciudad de Omaha.
Safranek es un típico personaje de Payne: un tipo en la medianía, sin muchas ambiciones más que las materiales, que se deja llevar por esta idea para hacer más feliz a su esposa. Como muchos de sus personajes centrales, es alguien que, finalmente, busca un tipo de mejoría, una dignidad nueva en el marco de un hartazgo o malestar. La segunda parte del filme se concentra en Leisureland (la ciudad en miniatura) y es una especie de fresco distópico, donde un mundo que parecía perfecto reproduce las contradicciones sociales del mundo “real”.
Payne filma esto en un tono diáfano, a la vez que deja pistas de una sátira que recuerda a ratos a Jonathan Swift, pero que cierra en un giro más medio-ambiental, subrayando la trastienda social y humana -en última instancia- de este nuevo mundo. Aparece una activista vietnamita y los suburbios de tal mundo perfecto, incluido el mercado negro -entre otros elementos-, que recuerdan el tono finalmente desencantado en que esta gran utopía se establece. Payne, de algún modo, hace aquí un paso de lo grande a la miniatura, la micro-historia de Safranek no vale por ningún tipo de épica científica sino por la búsqueda de algún tipo de “verdad” por parte de Safranek, vinculada a la entrega y dimensionar el tamaño de su existencia al lado de la de otros. Un tamiz algo cristiano, que ya habíamos visto en About Schmidt.
Payne realiza así un trabajo donde las ambiciones épicas de su trama las lleva a la miniatura, como si la comedia humana pudiera observarse solo con la lupa que ve el detalle, la parte que no puede verse en el todo. Como en sus otras películas, se trata de encontrar al “buen hombre” en la multitud, darnos alguna luz para un mundo lleno de claroscuros. Una comedia (post) humana sobre los límites de lo humano.
Nota comentarista: 8/10
Título original: Downsizing. Dirección: Alexander Payne. Guión: Alexander Payne, Jim Taylor. Fotografía: Phedon Papamichael. Música: Rolfe Kent. Reparto: Matt Damon, Christoph Waltz, Hong Chau, Kristen Wiig, Rolf Lassgård, Udo Kier, Jason Sudeikis. País: Estados Unidos. Año: 2017. Duración: 135 min.