Mon roi: La rodilla de Tony
Tony (Emmanuelle Bercot) esquía en compañía de su hijo Simbad y tiene un accidente. Este se revela como un intento de suicidio y no un infortunio. En la siguiente escena la vemos durante una salida nocturna en compañía de su hermano y su novia, ahí se topa con Giorgio (Vincent Cassel), entablan contacto y él la invita a desayunar. Luego la veremos entrando a rehabilitación para recuperar su rodilla accidentada. Al poco rato descubrimos que la historia de la relación entre ella y Giorgio es el pasado y la causa del atrevimiento mortal de Tony en la nieve. De esta forma la película va narrando en paralelo causa y efecto, recuerdo y desprendimiento, bajo la metáfora de la rodilla dañada que la doctora de explica a Tony. La rodilla es una articulación flexible, permite el equilibrio, estar de pie y caminar, que se flexiona hacia adelante, aunque también puede hacerlo para atrás. La recuperación de la rodilla será también la de la estabilidad emocional del personaje. Para poder lograrlo tendrá que repasar el proceso de su relación frustrada con Giorgio a la vez que se ejercita en su mejora física junto con abrirse a recuperar la vitalidad perdida gracias a la pasajera amistad que establece con un grupo de chicos que también se encuentran en el centro de rehabilitación.
La directora y actriz Maïwenn (Maïwenn Le Besco) -también coguionista de la película- hace evidente el paralelismo físico y emocional y la metáfora de la rodilla quebrada que vuelve a solidificarse para así recuperar la marcha vital. También se la ingenia para que la relación temporal de las dos líneas narrativas tenga la efectividad de una disposición en tiempo presente y no se entienda a una como flashbacks de la otra. El logro narrativo del montaje cobra seguridad en la continua acción e intensidad de los diálogos y la presencia actoral encuadrados disciplinadamente a nivel de los personajes sin alardes que evidencien la presencia de la cámara. Se trata de planos medios, planos de conjunto o primeros planos y contraplanos ejecutados cuando es necesario según la demanda de invisibilidad del dispositivo fílmico y la necesidad de generar identificación con los personajes.
Sin duda esa eficiencia de la puesta en escena salta a la vista en el cometido de los actores. Es bastante probable que Emmanuelle Bercot y Vincent Cassel hayan disfrutado interpretándolos de la mano de la directora, la intensidad de los afectos de los personajes es lo que está siempre en primer plano, careciendo de manierismos. Acá hay sentimientos y no sentimentalismo. O como se suele decir: personajes tridimensionales. Aunque esa sea una definición falsa, en verdad se trata de “apariencia”; la apariencia es la dimensión de lo vivo, y en el cine consiste en el trabajo con la acción, el cuerpo, el rostro y la palabra. Una de la fuerzas del cine es articular lo presente en cuanto es lo que está animado (también lo que no) ante nuestros ojos. Es como ver una rodilla en ejercicio. Es precisamente la sensación de movimiento lo que genera la animación y la impresión de un continuo que en la fotografía es detenimiento del pasado.
Eso es lo básico con que cumple la película, porque la historia, sobre todo en la dimensión de la relación de la pareja cuenta una historia innumerablemente veces contada y que proviniendo del cine francés es doblemente conocido. La pareja que no puede permanecer unida porque hay una desavenencia de carácter que irremediablemente los separa, que la fogosidad de los amantes es distinta a la vida matrimonial, que el amor dura un tiempo, que dentro de las relaciones de pareja uno ama más que el otro porque uno tiende a la pasividad y el otro al narcisismo. Si bien no hay novedad en ese sentido, en la película hay una actualidad proveniente de la disposición en el reparto de género. El hombre presenta el doblez de la masculinidad que busca servirse a sí mismo antes que nada con una autosuficiencia que busca ocultar su debilidad. Es el “mon roi” (mi rey) al que se le asiente prioritariamente. La mujer, por su parte, pierde en balancear la relación posponiéndose a que él la tome en consideración. La indignación va creciendo cuando más aún tiene que hacerse cargo del hijo mientras que él pareciera que solo lo ve como orgullosa prolongación propia. El privilegio autootorgado de la masculinidad es lo que la mujer padece con el actuar de su marido.
En el personaje de Giorgio, Cassel despliega todo el atractivo del seductor. El carisma, la impertinencia vuelta ingenio, el humor descarado y la autosuficiencia generan un efecto en Tony del que no puede desasirse con facilidad. Aun sabiendo que ella prefiere la planitud por sobre los altibajos atisba que el atractivo que él le genera se debe a eso. Por ponerlo en otros términos, la trampa que Giorgio le tiende a Tony es que no puede dejarla indiferente. Ella, además, nunca llega al auténtico desprecio que le haga odiar lo que una vez amó. El marido puede aprender a vivir con celos y despreocupación, a fin de cuentas, su rol histórico se lo permite. Eso es lo que la directora sabe y por tanto opta por mostrar el doloroso efecto en Tony. Aunque las simpatías se decanten por ella -obviamente, de lo contrario sería una película machista- la partida entre ambos queda en tablas. Con esto me refiero a que para la película ella queda victimizada y sometida al encanto masculino de Girogio, en una suerte de realismo resignado que invierte la mirada feminista: relatando desde la posición del que sufre, la película no renuncia a que ella deje de mirar al hombre como objeto que impone en su propios términos cómo quiere que lo vean.
Los momentos en que los actores, principalmente Emmanuelle Bercot, exhiben un comportamiento desafectado me recordaron otras películas de hombres y mujeres en su estado de animales civilizados como las de Cassavetes, pero sin el exceso trascendental del estadounidense; mientras, por otro lado, me trajo a la mente un Truffaut actualizado, aunque sin su “novelismo”. Con tales comparaciones esta enésima versión de las escenas de la vida de una pareja me parece logrado pero no excepcional ni rupturista. No es que le pida eso a cada película, tan solo me parece que -más allá de la centralidad de la pareja en las relaciones humanas- desde el lado del cine la acumulación de películas acerca de lo mismo hacen inevitable que, en la maraña de títulos que habitan el mundo cinematográfico, sea difícil hacer época y tener la última palabra respecto de su estado del arte.
Álvaro García Mateluna
Nota comentarista: 7/10
Título original: Mon roi. Dirección: Maïwenn Le Besco. Guión: Etienne Comar, Maïwenn Le Besco. Fotografía: Claire Mathon. Reparto: Emmanuelle Bercot, Vincent Cassel, Louis Garrel, Isild Le Besco, Chrystèle Saint. País: Francia. Año: 2015. Duración: 124 min.