Maleza (3): Medias tintas
Un reo que acaba de cumplir su condena en la cárcel Colina-2 es recibido en un centro de rehabilitación evangélico de Santiago antes de regresar al sur, de donde proviene originariamente, en el intertanto pasará un tiempo trabajando vendiendo los pasteles que hacen los internos del hogar y buscando a una tía, su único familiar en la capital, de la que apenas hay rastros.
Así se puede resumir la trama de Maleza, debut de Ignacio Pavez, película que puede tener cierto parecido con el cine de José Luis Sepúlveda, en tanto usa un registro de baja calidad para el seguimiento de un personaje por sinuosas zonas de la marginalidad, recordando a El Pejesapo. Pero es a un nivel más bien superficial que confluyen ambas películas, Maleza se ancla completamente en el seguimiento realista y opta por una reducción al mínimo, sin marcas fabuladoras como las del filme de Sepúlveda. En el caso de este último, lo real de la representación no cesaba de ocupar el espacio de la representación de lo real, producto de la cámara digital, el efecto de realidad pasaba, sin abandonarla, del cuerpo de la imagen al cuerpo de los personajes y el entorno, esta búsqueda de la fisicidad indeterminaba los terrenos de la ficción y la no ficción, poseía evocaciones míticas y no temía jugar con el fuego de la porno miseria.
En un cine de efecto realista determinado por el seguimiento de los personajes y su tratamiento fenomenológico corporal se busca establecer un lazo con lo real (e incluso con la trascendencia, como en el cine de los belgas Dardenne) en tanto la representación contenga un índice de realidad otorgado a partir de lo que hay para ver dentro de la imagen, estrategia del cine moderno. En el cine contemporáneo, en cambio, se plantea la interrogante por lo que está por fuera de la imagen, qué es lo que hay detrás de su producción del efecto realista. Tal es el caso de Sepúlveda y Maleza, es la hibridación o contaminación de cierto real por la intrusión de elementos ficcionados, redundando en un efecto performático, generando la duda por dónde empieza la ficción y dónde termina la realidad, y viceversa: ¿es real o está actuado? Pero para el caso de Maleza, el efecto no está completamente logrado. Las costuras narrativas o guionizadas se hacen visibles, sobre todo hacia el tercer tercio de la película.
La película establece un punto de vista muy apegado al rostro de su personaje, Daniel, un tipo silencioso, pasivo, al que cuesta asignarle una edad determinada. A veces parece adolescente y otras algo mayor, como un tímido niño grande que en ocasiones se muestra ingenuo, otras pasmado y otras derechamente tonto. Siempre usa el mismo atuendo, un traje y camisa, junto con un bolso que lleva atravesado y jamás abandona, lo que le da aspecto, si se le suma su sobrepeso, de escolar regordete. Por un lado está alejado de cualquier representación reductora al aspecto carcelario amenazante y cliché, remarcando la idea de que su caída en prisión fue por un error; pero por otro su apariencia y conducta lo vuelven demasiado singular, limítrofe e inaprensible.
La alienación social del personaje es trasladada a la película y, de no mediar la curiosidad, la narrativa débil se apodera del régimen de representación. Veremos lo que ve el personaje pero no podremos hacer más asunciones sobre qué piensa o cómo actuará más que por lo que se siga viendo. El protagonista de Maleza se aproxima al efecto de unos personajes-actores que, por más enajenados que sean, componen modos de conducirse que conforman el efecto realidad (o la ruptura sensorio-motriz, según Deleuze), un terreno donde ejemplos ilustres son el cine Cassavetes o Wanda, de Barbara Loden. Sin embargo, la opacidad de Daniel lo aleja de cualquier histrionismo y sucede que tal efecto no se constituye mayormente desde lo performativo, sino que se propone desde la comparecencia del personaje en las locaciones y bajo un régimen visual de imagen degradada (en el sentido de aprovechar una estética lo-fi) para desarrollar los mínimos episodios narrativos. El resultado conforma una obstrucción de la mirada que deja poco para ver: ¿la búsqueda de un grado cero? A mi parecer no sería ese el fin, o no se cumpliría, ya que, aunque la narración no sea el fuerte, el hincapié está en la cercanía de la cámara al personaje y en un montaje que no se decanta hacia lo contemplativo.
Es como si para el personaje se le hubiera dado el trasfondo marginal, y unos pocos datos sobre su destino vital de mala suerte, al mismo tiempo que las locaciones parecieran ser espacios llamativos sobre los cuales colocar una figura que los conecte. Así, el deambular de Daniel se convierte en el principal elemento de arrastre de esta oscura película. Los mejores momentos son cuando el personaje aparece descoyuntado entre la maleza de eriales a la luz del pleno sol, como cuando encuentra un esqueleto de caballo. Hay un estupor que se deja traslucir, el enigma de historia del personaje y la curiosidad por saber qué podría suceder. Lo mismo en la cotidianidad del centro, con sus pequeños eventos que en un diferente registro de tópico permite descubrir los vicios actitudinales de la servidumbre al credo evangélico y del asistencialismo. La normalidad y naturalidad del resto de los internos y el jefe a cargo de la organización son los buenos referentes de la vía realista del filme.
Al contrario, cuando sucede el evento nocturno con los jóvenes en el paso sobrenivel de la avenida Balmaceda y el vagabundeo por Bellavista la película se carga de imágenes confusas, que buscan expulsar aún más al personaje y llevarlo a un momento límite que se siente muy anunciado y que por lo mismo no alcanza a tener fuerza suficiente. De pronto, al menos a mí, la enajenación, autodesprecio, extrañeza y pérdida de sentido del personaje se me hizo risible, como si la dirección de la película y su régimen de representación no supieran cómo cerrar la intensidad máxima de la trama sin más que con un toque suicida. De pronto la marginalidad se volvía impostada y cliché ante un Mapocho cargado de corriente y una amenaza nunca cumplida de que la bestia dormida sacara sus garras. El personaje termina en fuga, suponemos que retornando al sur, mientras su posible futuro “circular” (que vuelva a la cárcel) se adivina como un camino pavimentado por su existencia sin salida de sí mismo, de fantasmas y demonios que jamás conoceremos y que no tienen demasiada conexión a una realidad social determinada, con excepción del dato "la pobreza": nunca sabremos nada como para que interese el personaje o para que lo alegoricemos como síntoma de la miseria nacional, de una marginalidad excluyente que también practica la marginación.
En la productiva utilización de recursos limitados y el uso ingenioso de espacios y no actores hay atisbos de una problematización que, aunque necesita más desarrollo para su propuesta, tiende a provocar un malestar visual. Ese malestar, que puede hacer de relatos débiles su fuerza discursiva, siempre resulta atractivo cuando invoque al incordio o la desesperanza y así dar pie a una mirada posicionada y crítica. Lo contrario a que caiga en derroteros de la porno miseria, por un lado, o del grado cero significante, por otro. Maleza, sin embargo, parece no decantarse por uno o por otro, ni tampoco resulta afilada en su punto de vista. Como un testigo que no registra -y como su protagonista- parece tan ensimismada que nos deja ausentes, como si quisiera que la abandonemos y no sepamos más de ella.
Nota comentarista: 5/10
Título original: Maleza. Dirección: Ignacio Pavez. Guión: Ignacio Pavez. Productor: Ignacio Pavez. Reparto: Cristián Luna, Ignacio Pavez, Pablo Álvarez, Gastón Salgado. País: Chile. Año: 2017. Duración: 92 min.