El príncipe Inca: Búsquedas sin objeto
Tras una terapia de constelaciones familiares, el artista Felipe Cusicanqui se reencuentra con la figura de su abuelo, antiguo patriarca de un clan que desciende de la alta nobleza inca. Dicho reencuentro remueve en él viejas cicatrices, nunca del todo cerradas, que tuvieron su génesis en la infancia del artista, cuando aseguraba ser un príncipe, lo cual le valió volverse víctima del matonaje de aquellos compañeros de colegio que a golpes le demostraron que esa historia no les parecía demasiado verosímil. Cusicanqui vivió entonces inoculado por el relato de un origen noble y hasta cierto punto mágico que contrastaba ferozmente con lo cotidiano y ordinario de su vida diaria, sintiéndose “un bicho raro”, entre príncipe plebeyo e indígena rubio. Tras la muerte de su abuelo, hereda documentos que acreditan la historia y es entonces cuando se vuelve imperante para el artista realizar un viaje a Bolivia para poder re-encontrarse: a él, a esta historia, y cualquier rastro de aquellas raíces de oro noble incaico que tanto lo marcan -según él- incluso desde antes de nacer.
Hay datos en esta biografía novelesca que bien podrían hacer pensar a cualquiera en la posibilidad de una adaptación cinematográfica. La anécdota del que creyéndose plebeyo descubre ser parte de la nobleza podría recordarnos a la historia de Anastasia Nikoláyevna de Rusia, innumerables veces adaptada para cine y televisión. Es desde ese punto de vista una historia universal, y así la reconoce la directora Ana María Hurtado cuando señala en entrevistas el potencial cinematográfico que vio en la biografía de Cusicanqui. Sin embargo, cuando de la película misma se trata, cuando hablamos de cine y no de loglines o sinopsis, nada queda de esa promisoria historia y su personaje.
Hurtado presenta la película como un relato sobre la búsqueda del origen y desde ahí la estructura como un viaje donde el personaje Cusicanqui recorre el altiplano en la búsqueda de indicios que lo conecten de alguna u otra forma con esa historia originaria que lo ronda desde niño. Pero la “curiosidad insaciable” que la sinopsis del filme le endosa a su personaje nunca se muestra como tal y la película no logra en ningún momento desarrollarse como una búsqueda, puesto que frente a la cámara Cusicanqui no se aprecia realmente curioso por nada, exceptuando que alguien le pueda dar pistas sobre su apellido.
Cuenta la directora que fue ella misma quien le ofreció a Cusicanqui emprender viaje hacia el altiplano para re-encontrarse con sus raíces y hacer una película al respecto, sin embargo, es el artista quien narra todo en primera persona, al más puro estilo de la programación dominguera de los canales de televisión abierta. Este dato que podría parecer simplemente uno para la causa provoca resquemores dado que hay algo que no termina de cuajar, algo que nunca permite que la película se estructure realmente como una búsqueda dado que aquel germen de duda necesario para viajar o para buscar no se siente presente. Hurtado busca en realidad una forma de contar aquella historia que encuentra tan fascinante y Cusicanqui busca porque le piden, porque es su rol en la película, pero no porque tenga una duda real. No hay ninguna pregunta quemándolo, no hay curiosidad genuina en su devenir andino sino solo un par de medias certezas que pareciese querer confirmar.
El artista recorre el altiplano. Tras percatarse de lo que pareciese ser ruinas incas en el camino busca alguien con quien conversar al respecto. Luego de confirmar su sospecha respecto a la estructura comienza a hacer preguntas sobre su apellido: “Cusicanqui… te suena quechua o aymara?” El lugareño no sabe qué responder. Poco después el personaje encuentra una choza antiquísima. En su interior se encuentra un anciano que -a juzgar por su aspecto- bien podría haber sido el edificador de aquellas ruinas y probablemente con años de sabiduría, conocedor de historias, un nexo real con la cosmovisión del lugar y sus costumbres. Cusicanqui se acerca a la choza y tras saludar y preguntarle al anciano si habla español vuelve a consultar: “¿Cusicanqui… usted sabe que significa Cusicanqui?” El anciano no habla español, solo quechua. La conversación queda ahí. ¿Esa es curiosidad insaciable?
Finalmente, el artista logra dar con algún vestigio de lo que fuera su familia Boliviana, en este caso la casa de su abuelo. Recorre con cierta parsimonia los pasillos de una casa que nunca conoció y que está pronta a ser demolida.
Cusicanqui da un último recorrido, sale y llora. Es el símbolo concreto y tangible del fin de aquella búsqueda pre-cocida, pero a uno como espectador en realidad no le pasa nada, en parte porque en la hora y cuarto de película nunca supimos nada de su personaje, salvo, claro, que su apellido es Cusicanqui y está confirmadísimo que desciende de un príncipe inca.
Hernán Gutiérrez
Nota: 3/10
Título: El príncipe inca. Dirección: Ana María Hurtado. Guión: Ana María Hurtado. Fotografía: Mauricio García. Montaje: Jorge Lozano. Música: Roque Torralbo. Sonido: Mario Puerto. País: Chile. Año: 2016. Duración: 81 min.