El otro lado de la esperanza (2): Un lugar en ninguna parte
-“Estoy enamorado de Finlandia, pero si me dices como irme de aquí te lo agradeceré eternamente” (Khaled a un compañero refugiado)
Khaled (Sherwan Haji) es un tipo de pocas palabras. Tiene sus buenas razones para guardar un silencio amargo: abandona su país natal escapando de las bombas que arrecian a Alepo (Siria) siendo solo el comienzo de un periplo que durará años y dejará no pocas cicatrices. Ha recorrido diversos territorios, perdiendo en el camino a familiares y cercanos. Se ha escabullido de la persecución neonazi europea, atraviesa fronteras, recibe golpizas, malos tratos y hambre. Quizá la esperanza de que su hermana siga con vida es lo único que lo motiva. Por efecto del azar, la “buena suerte” y la persistencia del que sabe que tiene poco que perder, se embarca en un navío que recala en Helsinki, Finlandia. Se acerca a las autoridades del país y participa de todas las instancias burocráticas para conseguir el estatus de refugiado político y conseguir cierta tranquilidad, cierta paz en medio del desastre.
En otro lugar de la ciudad y al mismo tiempo, una historia paralela: Waldemar (Sakari Kuosmanen) decide romper su matrimonio, vender su antiguo negocio y comenzar una nueva vida como dueño de un restaurante. La operación narrativa que une estos dos historias, la de Khaled y Waldemar, no puede ser develada. No hay nada de misterioso en ello, al contrario. Los pliegues del espacio en las películas de Kaurismäki se subordinan a un orden estricto y plenamente artificial. Pero la magia de todo es que caemos presa de ese artificio porque en medio del caos y el sinsentido, Kaurismäki nos ofrece un sentido en el que confiar a ojos cerrados. Sobre la superficie de lo que parece una tragedia, el finés hace emerger una bondad posible, igual de absurda que la desazón que se le opone.
Lo que más impresiona de Al otro lado de la esperanza es la plena consistencia que, mirada en retrospectiva, la obra de Kaurismäki asume ya desde sus inicios. Como un efecto que suspende el transcurso del tiempo, todas sus películas parecen transcurrir en el mismo lugar, los mismos tipos y el mismo clima. Un microcosmos perdurable y, a estas alturas, universal. Los más significativos rasgos de identidad de su cine pueden ser encontrados tanto en esta película como en cualquiera de su filmografía. Mayor mérito aún: son los signos de un cineasta que se apropió de un estilo inconfundible, trazos de una madurez precoz e insistente: la estrechez de un mundo inestable y frío convive con la candidez taciturna, en un efecto que disuelve las contrariedades y las tragedias. Un efecto que no deja de ser sorprendente, como si el mismo absurdo de la vida fuera el antídoto a las propias adversidades, la extraña sensación de que la pequeñez psicológica que cubre el mutismo de sus personajes escondiera una sabiduría siniestra e intrigante (por sabia, por deliberadamente sumisa).
Khaled bien puede ser digno de lástima. Su intento de recibir refugio de manera legal le son negados. Parece perdido, sin raíces a las cuales asirse. No importa. Ese rostro, ese cuerpo carga con los pecados del mundo en un vía crucis sin la pretenciosidad del mártir sino con la calma de alguien desprovisto de falsas ilusiones. Y su silencio bien puede ser el gesto piadoso y necesario hacia sí mismo y los demás. O tal vez se esconde la dramatización paródica que bien puede ser el porvenir de Europa: nihilista y débil, triste y derrotada. Aunque dudosamente agotada o moribunda.
Todo esto Kaurismäki lo logra a partir de una estilización laboriosa y reconocible desde las primeras imágenes, con marcas visibles en el cromatismo de los escenarios: su favoritismo hacia colores definidos y apagados (el rojo, el café, el azul, todo embargado de sombras delicadas y tenues). Así, la maquinaria pesada que rige la vida de los protagonistas se vuelve un espacio en donde se puede ser víctima, recibir o entregar auxilio, incurrir en la maldad o recibir sus efectos. Pero, a no olvidar, en donde nunca hay asomo de nerviosismo, ansiedad o malevolencia. Se podría decir que Al otro lado de la esperanza, y con ello todo el cine de Kaurismäki, es un cine de la aceptación o la indiferencia. Y en esa dualidad es donde sus implicancias políticas se vuelven más problemáticas (¿cuanto de esa mirada a la realidad es una docilidad que se resuelve en el escape, en una ausencia de vitalidad?) pero, al mismo tiempo es un cine maduro porque no acusa con la evidencia del enjuiciamiento ético. Tampoco es un cine desesperado por el camino que recorren sus personajes. Kaurismäki pareciera dar una vuelta más larga y sinuosa: lo que vemos es una simulación de la realidad, una dimensión paralela que se rige por sus propias reglas y atavismos. Ante eso solo queda la suspensión del juicio y la apertura hacia algo levemente torcido, estoico. Un lugar insólito y apático y, sin embargo, suavemente áspero. Extraño lugar el cine de Kaurismäki.
Nota comentarista: 9/10
Título original: Toivon Tuolla Puolen. Dirección: Aki Kaurismäki. Guión: Aki Kaurismäki. Fotografía: Timo Salminen. Reparto: Sakari Kuosmanen, Sherwan Haji, Kati Outinen, Tommi Korpela, Janne Hyytiäinen, Ilkka Koivula, Kaija Pakarinen, Nuppu Koivu, Tuomari Nurmio, Niroz Haji. País: Finlandia. Año: 2017. Duración: 98 min.