El insulto (2): Perdón y olvido
Esta película carga con una mochila difícil y engorrosa: reducir en algo más de cien minutos el conflicto que por décadas ha involucrado a toda una sociedad, a diversas generaciones y a naciones en permanente conflicto. Son los refugiados palestinos y los nativos del Líbano, aunque por allá lejos asoman protagonistas secundarios como Israel, el cristianismo y los radicalismos nacionales.
El insulto busca esa síntesis perfecta de exposición de una guerra civil irresuelta, con espasmos de paz y violencia junto a las esquirlas de una disputa que amenaza el futuro de un país para, al final, ensayar una posible solución. Para eso utiliza una premisa ingeniosa y simple: dispuestos trabajar en obras viales de una calle residencial, el capataz de la obra Yasser Salameh (Kamel El Basha), con pasado en la milicia palestina, decide reparar la cañería de una casa. El dueño es Tony Hanna (Adel Karam) un libanés anti-palestino y fanático nacionalista. Este lo moja con una manguera, increpándolo por intervenir su propiedad sin su permiso, a lo que el otro le responde con un insulto del que no es capaz de retractarse. La película va de un caso privado, que deviene en judicial y que poco a poco escalará hasta adquirir ribetes de alcance nacional.
Nada bueno puede salir de esto y desde el primer momento el director Ziad Doueiri nos avisa que estamos en terreno explosivo y delicado: la primera escena de la película, una suerte de prólogo, nos muestra a Tony asistiendo a una concentración de radicales libaneses que quieren la expulsión de los palestinos del territorio. Pero Doueiri se cuida de marcar favoritismos. De hecho, El insulto está estructurada sobre una base estricta de contrapesos que permitan ilustrar y justificar las razones de lado y lado.
El primer tercio de la película es la exposición del conflicto como la expresión de una intolerancia libanesa hacia los refugiados palestinos: Tony es descrito como alguien que repite de memoria encendidos discursos nacionalistas, corrompido por el discurso fanático y que embarca a su familia en una disputa judicial imbuido de una testaruda odiosidad. Por su parte, Yasser es trazado como un personaje de principios, que mantiene cierta estoicidad mientras sufre las afrentas del incendiario Tony. La segunda parte del filme ofrece la contraparte, la mirada que explica la antipatía del ciudadano libanés hacia los palestinos. Allí entra en escena un bufete de abogados regidos por Wajdi Wehbe (Camille Salameh), que en un principio intenta manipular a Tony, pero que en el transcurso de la trama irá variando sus intereses para descubrir ciertos secretos de su vida privada. Allí aflora el sufrimiento del pueblo libanés, los atentados de la OLP a diversos pueblos, el miedo de convivir con el enemigo, miles de vidas expuestas en vano. Cuando El insulto parece ir en búsqueda directa de colisión de ideologías e intereses, Doueiri elige el camino de la reconciliación de los opuestos. Puede ser una decisión inconsistente e incluso cobarde en términos de lógica argumental, pero la última parte de la película es lo que es: un intento, siempre provisorio, por reclamar un espacio de paz. Las tensiones se alivian y algo se pierde en medio de las miradas conciliatorias y cómplices.
Doueiri filma con una cámara disciplinada en sus intenciones: movimientos que acompañan en cada momento a sus personajes, entregando ciertas dosis de vértigo y celeridad. Pero llega un momento en que se vuelve agotador y reiterativo, monótono. Ese interés por mover la cámara a cada momento y lugar, en constante ajetreo, parece más una cierta pirotecnia y un alarde antes que un intento de develar cierta energía emocional de sus personajes. Como si a medida que la temática se volviera más compleja, al mismo tiempo la película perdiera su personalidad por el efecto redundante de la forma en que está filmada. Allí donde las inquietudes se vuelven más perentorias en términos temáticos, más fatigoso es su visionado. A veces un efecto repetido hasta el hartazgo puede ser un camuflaje de falta de ideas.
En todo caso, El insulto es un esfuerzo honesto y didáctico, un tanto grueso a veces, de buscar señales que animen la esperanza de la reconciliación entre dos pueblos. Por supuesto, es también un filme sobre los inmigrantes y la tolerancia, pero sería poco serio endilgarle esas cualidades. Estas pertenecen más bien al territorio perturbador descrito por la película describe que a las soluciones que ofrece o intenta cuestionar. Es, en definitiva, un artefacto que contiene su pregunta y su posterior respuesta. Autosuficiente, aleccionadora y eficaz.
Nota: 7/10
Título original: Qadiyya raqm 23/ L’insulte. Dirección: Ziad Doueiri. Guión: Ziad Doueiri, Joelle Touma. Fotografía: Tommaso Fiorilli. Reparto: Adel Karam, Kamel El Basha, Christine Choueiri, Camille Salameh, Rita Hayek, Talal Jurdi, Diamand Bou Abboud, Rifaat Torbey, Carlos Chahine, Julia Kassar. País: Líbano. Año: 2017. Duración: 110 min.