El infiltrado: Batallas ganadas, batallas perdidas
Esta película comienza y termina con cifras que ratifican el carácter verídico de su historia, pero también reafirman el fracaso y la inutilidad de la guerra contra la droga: a comienzos de los años ochenta, quince mil toneladas de cocaína ingresaban a Estados Unidos semanalmente. Hoy en día, 3 trillones de dólares anuales se lavan anualmente en el imperio del norte. Un personaje de la película lo resume todo: “Sin el tráfico de drogas, la economía de este país se caería a pedazos”. En este sentido, El Infiltrado es la historia de una victoria atípica y singular, una anomalía dentro de un derrotero marcado por miles de asesinatos y cúmulos de dinero manchados con sangre.
En medio de este paisaje nada alentador, nuestro héroe es Robert Mazur (Bryan Cranston), un empleado de aduanas que actúa como agente encubierto para desmantelar redes de narcotráfico. Su trabajo es peligroso, pero el sentido del deber, una irrefrenable necesidad de intervenir en labores de alto riesgo, una vida familiar no del todo feliz (la película no entrega pistas concluyentes de sus motivaciones últimas) lo hacen participar en una misión que busca asestar un golpe de gracia al narcotráfico: capturar a Roberto Báez-Alcaíno (Benjamin Bratt) uno de los principales intermediarios de Pablo Escobar en el lavado de dinero. Para eso se construye una nueva identidad, una vida paralela, todo con tal de hacerse creíble a los ojos de los narcotraficantes, logren confiar en él y, de paso, lo alejen de suspicacias mortales. Robert Mazur así se convierte en Bob Mosella, un empresario americano que ofrece nuevos y asequibles cauces al dinero de Escobar, quien ha visto estancado sus negocios debido a la intervención de Ronald Reagan en los bancos panameños liderados por el dictador Noriega. Infiltrado en ese mundo, nada puede quedar al azar. El equipo liderado por su superior (Amy Ryan) le elige una pareja (Diane Kruger) y unos subalternos que hacen el trabajo “sucio” (John Leguizamo y Daniel Mays).
La película, en gran parte, deviene en el planteamiento de diversas situaciones que ponen en peligro la misión de Mazur y sus colegas, con diversos incidentes que refuerzan la tensión de si logrará ser descubierto o si el plan de captura llegará a buen término. A medida que avanza el metraje, y este es su costado más cuestionable, más débil, Mazur comienza a descubrir lazos afectivos con sus oponentes, haciéndolo cuestionar sobre el verdadero sentido de su misión. Por detrás, como una sombra ominosa y brutal, aparece Pablo Escobar como un ser al cual sólo se puede llegar atravesando distintas pruebas, perversas e indeseables. Como si esas dificultades entrañaran una metáfora de la criminalidad: un espacio inasequible, insondable y, en último término, imposible de capturar y derrotar.
Pero el centro que anima las fuerzas de El Infiltrado es Bob Mosella/Robert Mazur. Desde allí la película ofrece una serie de observaciones no del todo delineadas y algo funcionales a una película que se mueve desde el relato de suspenso a la comedia negra, con una suerte de reivindicación de todos esos héroes anónimos que han ofrecido su vida para hacer una mejor América (algo que Argo lograba mejor). Dentro de esa construcción artificial de la doble vida que Cranston lleva a cabo, ¿cuánto hay de las pulsiones que albergaban a su icónico personaje Walter White de Breaking Bad? Después de todo, ¿qué hace que un hombre que puede jubilar con privilegios, busque arriesgar su vida infiltrándose en la más compleja red de narcotráfico? Si Walter White justificaba sus acciones como una forma de defender el legado familiar, Mazur ofrece un silencio incómodo y desalentador cuando es inquirido por su esposa. Entre la excusa de White y la omisión de Mazur pareciera haber una zona poco clara en donde se reúnen el deber, cierto egotismo, una falta de sentido y la necesidad de moverse para no quedar paralizado.
Por supuesto, El Infiltrado no ingresa en zonas tan profundas, pero impresiona ver a Bryan Cranston, admitir las reverberaciones de su anterior personaje y verlas aparecer aquí en su rostro gastado y perplejo, cansado por una misión que lo supera pero de la cual no puede dimitir, como un ser atado a sus propias obsesiones, a sus propios compromisos laborales. Todo justificado bajo el consentimiento insensato de cumplir con su deber hasta las últimas consecuencias, cuando lo que se esconde es la ofuscación de llenar vacíos que no puede reparar el mero trabajo. Ganar batallas ajenas por la imposibilidad o el miedo de enfrentarse a otras de veras importantes. Y es aquí en donde Mazur/Mosella puede ser un reflejo de todos nosotros. Ni más ni menos.
Marco Antonio Allende
Nota comentarista: 7/10
Título original: The Infiltrator. Dirección: Brad Furman. Guión: Ellen Brown Furman. Fotografía: Joshua Reis. Elenco: Bryan Cranston, John Leguizamo, Diane Kruger, Benjamin Bratt, Daniel Mays, Amy Ryan. País: Estados Unidos. Año: 2016. Duración: 127 minutos.