El Cristo ciego (2): Alegorías inconclusas y el fracaso de la fe
Si bien durante los últimos años nos hemos acostumbrado a que las películas chilenas tengan un largo recorrido por festivales de cine nacionales e internacionales antes de su estreno en salas, al parecer hay una tendencia de acortar el tiempo entre el circuito de festivales y el circuito comercial. Luego de su presentación mundial en el Festival de Cine de Venecia y de su debut nacional durante el FICValdivia del 2016, el jueves se estrenó El Cristo ciego, dentro de un mes cargado de estrenos chilenos en la cartelera.
Rafael (Michael Silva) es un joven mecánico que vive en un pequeño pueblo en la región de Tarapacá, al norte de Chile. Durante su niñez tuvo una de revelación que lo llevó a sentir que era una suerte de profeta, un representante de Cristo en la tierra. Sin embargo, pasa sus días trabajando en el taller, mientras el pueblo se burla por su "divina condición". Desde muy al inicio de la película Rafael se presenta retraído, apartado de su comunidad, hasta que se entera que un amigo de la infancia sufrió un accidente y decide ir a sanarlo mediante un milagro. Aquí surge el primer conflicto de la película. Rafael debe abandonar a su padre alcohólico para ir en busca de su amigo, un hecho que debería haber sido, al menos por la presentación, bastante conflictivo y trascendental en su vida. A pesar de eso, no deja de ser una mera anécdota, su padre se vuelve irrelevante a lo largo de la película. Algo que simulaba ser el abandono del padre terrenal por el celestial no logra la profundidad suficiente, ya que nunca queda clara ni la alegoría ni la acción.
El Cristo ciego presenta el mismo recurso que Murray (junto a Pablo Carrera) utilizó en Manuel de Ribera (2009), Michael Silva es el único actor profesional dentro de la película, mientras que todos los demás personajes es gente real de las localidades norteñas. Si bien la estrategia es interesante y cuestiona algunos límites entre la realidad y la ficción, es necesario preguntarse en qué medida existe hoy, en muchas películas chilenas, la incapacidad de representación de las clases populares. Se ha vuelto bastante común en el cine chileno que los personajes rurales, de escasos recursos y/o marginales, sean representados por sí mismos, mientras que las clases medias y acomodadas pueden ser interpretadas mediante actores profesionales. En este sentido, y hablando estrictamente de las películas de Murray, la delgada línea que separa esta autorrepresentación de las comunidades de Tarapacá (y de Calbuco en el caso de Manuel de Ribera) bordea la exotización y en una mirada condescendiente a una población que actúa de manera inocente frente al protagonismo de este profeta contemporáneo. La necesidad de la fe, al parecer, elimina cualquier cuestionamiento a Rafael.
Siguiendo en la misma línea de lo anterior, el personaje de Rafael es aún más marginal en este espacio de no-ficción dentro de la ficción. Es un sujeto que genera repulsión, que está fuera de la comunidad por opción propia y por la propia repulsión que genera en esta sociedad. Al parecer es incomprendido pero tampoco desea ser comprendido. Y en este sentido, la película se transforma en un viaje de fracaso, en donde comunidad y protagonista viven en una constante tensión entre lo exigido, lo esperado y lo que se puede dar. Rafael fracasa constantemente en ser parte real de alguna de las comunidades que visita, pero siendo justos, ninguna de ellas busca integrarlo de forma real, sino más bien suplir una necesidad primaria de la fe y de su representación humana. La figura de Rafael está en cuestionamiento por una comunidad que espera un milagro, que lo sigue en su travesía para ser testigos de la divinidad de su profeta.
Quizás lo más interesante de la película es un muy buen logrado el retrato del desierto y del aislamiento en que viven decenas de pueblos y comunidades de la zona. Con una pequeñísima mención crítica al rol de las mineras en la zona, El Cristo ciego logra representar la distancia, el vacío, el silencio y la aridez que implica vivir allí. Es en este desierto donde las alegorías vuelven a fallar. Rafael relata en distintas oportunidades cuentos que pretenden ser parábolas, pero que en realidad no son más que simples historias con moralejas sencillas y finales que bordean lo patético (como la metáfora del ex-sicario y cómo encuentra el amor). El desierto pasa a ser el personaje secundario más relevante, sin embargo por momentos se le entrega una responsabilidad dramática mayor a la que le corresponde. Al igual al paisaje árido y monótono, Rafael se mantiene sin cambios, silente por momentos y sin una real transformación luego de este peregrinar. Solo se le ve fracasar, pero sin cuestionar el fracaso ni a sí mismo.
Nota comentarista: 6/10
Título Original: El Cristo Ciego. Dirección: Christopher Murray. Guión: Christopher Murray. Fotografía: Inti Briones. Montaje: Andrea Chignoli. Música: Alexander Zekke. Reparto: Michael Silva, Bastián Inostroza, Ana María Henríquez, Mauricio Pinto, Pedro Godoy. País: Chile. Año: 2016. Duración: 85 min.