Desobediencia (2): La intromisión masculina
A muy poco del ruido, los premios y las luces que vinieron con Una mujer fantástica, Sebastián Lelio estrena Desobediencia, su primera película en inglés, como aprovechando el vuelo. Temáticamente, no es caprichoso: ambas películas tienen en su centro temáticas LGBT+. Esta vez, Lelio elige tratar una relación lésbica a la manera de un amor prohibido.
La cosa empieza así: Ronit (Rachel Weisz), fotógrafa en Nueva York, recibe la noticia urgente de la muerte de su padre, un importante y respetado rabino de una comunidad judía ortodoxa en Londres. Ronit viaja, llega a la casa de su exesposo, se queda ahí, se encuentra con familiares y bienvenidas frías o derechamente agresivas, y además se entera de que Dovid -su ex- está ahora casado con Esti (Rachel McAdams), su amiga y alguna vez amante. En ese sentido, Lelio instala la historia no desde el comienzo de una relación amorosa, como es común en otras películas de amor lésbico más o menos recientes (Blue Is the Warmest Colour, Carol), sino que en el reencuentro de una relación interrumpida, lo que de inmediato obliga preguntas y establece tensiones. La imagen es clara: tres amantes bajo el mismo techo.
Lelio avanza en una línea bastante clara en esta última parte de su carrera, especialmente desde Gloria, con protagónicos femeninos (es como es: los hombres siguen siendo los protagonistas y aún apuntamos ahí donde las mujeres ocupan ese lugar, a que aún son la excepción), particularmente mujeres al margen de la narrativa hegemónica: mayores de edad, transgénero, homosexuales. Pero no es ese su único tema. Pasarán colados al no estar al centro de la atención, pero se repetirá el tema de la familia, especialmente familias de clase alta. Aparentemente, a Lelio le es imposible sacudirse de esa cosmogonía inmediata en esta parte de su carrera: ahí empieza y ahí termina el mundo. Cabe decir, en todo caso, que esta vez el guión fue coescrito entre Lelio y Rebecca Lenkiewicz, guionista también de Ida (ganadora del Oscar mejor película extranjera en 2015), y basado en el libro homónimo, escrito por Naomi Alderman.
Lamentablemente, Desobediencia, a distancia del título, es una película de muy pocos riesgos. Se ubica en un terreno fácil: la comunidad judía ortodoxa. Puestos ahí, cualquier cosa mediamente salida de la norma resulta terrible y contraria. Parece un intento por hacer relevante un tema, el lesbianismo, que a estas alturas -en cuanto tema- tiene o debería tener poco de conflictivo. Aunque el problema no es tanto el lugar donde se desarrolla la historia, no hay ni que decir que se puede hacer una película de lo que se les ocurra, sino que la insistencia con la que Lelio nos muestra a ese entorno como uno hostil, como si por esa vía se estuviera diciendo algo relevante. Dicho de otra manera, sale fácil criticar al conservadurismo. No está nada de mal, por lo demás, y hay que insistir en ello, pero si en el camino se cae en lugares comunes, si se hace a través de personajes que más que personas parecen murallas rayadas con discursos retrógrados, la dinámica se vuelve tosca, y las escenas son apenas la página sobre la que se escribe una idea muy poco compleja. En Carol (2015), Todd Haynes relata una historia, en su base, muy similar: dos mujeres comienzan un amor en un contexto altamente conservador, Nueva York a comienzo de los cincuenta. La diferencia es que ahí donde Haynes se dedica a desarrollar una historia marcadamente amorosa, a ratos casi una aventura, Lelio prefiere quedarse con la otra parte, el impedimento, pero especialmente con el impedimento dicho, el rechazo conservador generalizado y enunciado, aún cuando Desobediencia crece y es mejor cuando Ronit y Esti viven el romance.
En ese sentido, Desobediencia se encuentra en las antípodas de Gloria, que trabaja insistentemente el concepto de la libertad -en su amplio sentido- de una mujer ya mayor; al mismo tiempo que está más cerca de Una mujer fantástica, más enfocada en los obstáculos (la familia del muerto, los doctores, los pacos), y en ese espacio de choque que impide el avance y la manifestación libre del sujeto, como apuntando a los malos. Quizá por lo mismo Gloria parezca una película mucho más libre desde su guión, distinta a estas últimas dos entregas, que comparten falencias. A ratos, incluso, pareciera haber algo así como un exceso de guión, que termina por resultar artificioso y molesto (la escena del scotch en Una mujer fantástica, por ejemplo, que encuentra su símil, mucho más contenido, en la comida familiar de Desobediencia; o en la misma línea, aunque en un foco opuesto, el momento en el que Ronit y Esti ponen la radio en la que suena "Lovesong", de The Cure, antes de que retomen su relación: escenas demasiado desesperadas por contar algo).
Por suerte, la relación triádica entre Ronit, Esti y Dovid le dará sustancia a la película. Hay ahí una ambigüedad difícil de definir, y por lo mismo es enriquecedora. En esa indeterminación posicional es donde Lelio encontrará la mayor de las virtudes de Desobediencia. La relación de los tres queda flotante, despojada de concepciones fijas; lo que importa no es tanto el lugar que ocupan entre los tres, sino más bien ese entremedio y sus posibilidades. ¿Es Dovid el esposo actual, el ex, el líder judío o el silencioso cómplice de una relación que en cierto punto no le compete? ¿Esti es una esposa devota, amante, provocada o provocadora? Y Ronit, ¿es la hija del rabino o la disidente? ¿Llega a desordenar o es llevada a hacerlo? ¿Cuál es su lugar, el de exesposa o el de actual amante? Esas ambigüedades, tan opuestas al murallón de conservadores que son los secundarios, dan peso a la película.
Ahora, lo de la relación triádica tampoco está libre de complicaciones. Resulta extraño, aunque nada novedoso, que en una historia protagonizada por dos mujeres, sea el hombre quien termine por darle resolución. De desobediencia nada. Lelio da espacio público a la relación lésbica ahí donde encuentra la aceptación del hombre. Y no solo del hombre, en este caso, sino que de Dovid, el sucesor del rabino, y usando palabras del mismísimo líder espiritual fallecido, padre de Ronit. Esto será el aspecto más conflictivo en el abordaje que Lelio hace de su tema central. La libertad será el concepto clave, la llave de la desobediencia, el maquillaje bonito de aquello que en principio parece terrible. Pero hubo que maquillarse, y lo tuvo que hacer una autoridad masculina. De esto derivará una escena clave y, en cierta medida, conclusiva para el trío protagónico, tan complicada como única, y nuevamente estará allí la ambigüedad, esta vez cristalizada.
El título de la película termina por ser un juego interpretativo, la desobediencia no es solo hacia la religión ni a la autoridad, sino que al deseo propio. Como si algo así fuese posible. La desobediencia al deseo (lo que no es más que un decir, un imposible) no es otra cosa que pura obediencia a la imposición externa. Tiendo a pensar que esa era la intención final de Lelio, pero no alcanza a quitar lo artificial y forzoso de lo anterior, ni lo contradictorio que es ubicar a Dovid como agente permisivo, personaje del que -además- sabemos muy poco como para entender qué le habría hecho llegar a esa resolución.
Con todo, Lelio confirma un camino y una marca. Hay diferencias en las aproximaciones entre sus historias de mujeres al margen y (aparentemente) empoderadas: unas más acertadas que otras, quizá haya ahí una trilogía involuntaria. Pero podría seguir avanzando hacia una cuarta y luego a una quinta. Lelio tiene talento, y entre película y película quizá aparezca alguna tan estimulante como Gloria.
Nota comentarista: 5/10
Titulo original: Disobedience. Dirección: Sebastián Lelio. Guión: Sebastián Lelio, Rebecca Lenkiewicz (novela de Naomi Alderman). Fotografía: Danny Cohen. Montaje: Nathan Nugent. Música: Matthew Herbert. Reparto: Rachel Weisz, Rachel McAdams, Alessandro Nivola, Anton Lesser. País: Estados Unidos – Reino Unido. Año: 2017. Duración: 114 min.