Cold War (1): La síntesis de un amor
Es 1949 y Wiktor selecciona aspirantes a artistas para una academia folclórica en Polonia. Recorre los pueblos del país para encontrar gente con talento que pudiera unirse y ser parte del coro y del cuerpo de danza de la academia. Zula no es una gran cantante, pero es evidente que Wiktor se ha encandilado por ella. El romance comienza pronto, o sin mucho preámbulo, simplemente ocurre; también el desamor, las promesas, los quiebres, la tragedia. Pawel Pawlikowski (Ida, 2012) relata la historia del largo amor entre artistas en una Europa quebrada por la Guerra Fría, paseando entre la Polonia estalinista y una Francia del Bloque Occidental. Como Europa, la relación está atravesada por la Guerra Fría. Ocurre que el estalinismo encuentra sus maneras de publicitarse a través del espectáculo. Una vez que la línea del coro folclórico en el que Zula canta, y que Wiktor dirige, se vuelve propagandístico y una gran bandera de Stalin cae mientras cantan himnos de gloria a la Unión Soviética, él decide arrancar a Francia. Se lo propone a Zula. Ella, finalmente, prefiere quedarse con el Bloque del Este.
La primera aproximación de Pawlikowski es evidente: el contexto histórico se cruza con lo más íntimo, la política es coordinadora de las relaciones amorosas (así como de cualquier otro tipo de relación) y las decisiones personales se rinden ante las circunstancias. La guerra fría, por lo demás, no hace referencia solo al conflicto geopolítico que los envuelve, sino que a la propia relación entre Wiktor y Zula, que veremos desarrollarse a tropezones, a veces voluntarios, auto-infringidos, aún cuando un magnetismo, el deseo, los obliga a volver a verse. Hasta ahí es donde tiene alcance la política en los protagonistas: el deseo (no ya el amor) parece impermeable, y las barreras políticas son meras ficciones inconvenientes. Pero esa inconveniencia es real. Un punto alto de la película es la mano de Pawlikowski y la de su director de fotografía, Lukasz Zal. La sucesión de imágenes bellas, tanto en movimiento como con la cámara quieta, como quien espera el momento indicado para sacar una buena foto (resulta que todo lo largo de ese momento es el indicado: el cine mismo), elevan a Cold War y la ubican ahí donde está, al menos en apariencia, lo que algunos atrevidos llamarían el “buen cine”. Pasando de largo la estupidez en el criterio, la calidad en la fotografía es incuestionable, y por algunas imágenes incluso habría que agradecer la disposición al digital en blanco y negro, el formato 4:3, que pareciera ser la enmarcación ideal; a encontrar la foto perfecta en las ruinas, en una casa derruida, en un bosque neblinoso o en el movimiento coordinado de los aprendices de danza folclórica polaca.
Pero el mayor logro de Pawlikowski está en lo narrativo, donde realmente se concentra el cine en Cold War. Aunque el problema será, justamente, esa concentración. El relato es elíptico al punto de que nos perdemos la mayoría de las cosas que ocurren en la historia de Wiktor y Zula; algo así como veinte años pasan desde el comienzo a su fin, en un metraje de menos de 90 minutos. Hay matrimonios que no conoceremos, parejas de los protagonistas de las que apenas escucharemos hablar. Nos encontramos ante cuadros muy específicos en su romance, puntos candentes que marcan un cambio cuando entremedio ya todo ha cambiado. La historia de ambos ocurre en fuera de campo, así como la historia de la guerra en su totalidad. El drama, en ese sentido, no está presente, al menos no en el tono (aunque existe en desborde alrededor de la película, entre el romance y la guerra), sino que se esconde entre arbustos para dejar que los momentos críticos tomen lugar, aquellos que sintetizan la historia de sus vidas, evitando entrar en las emociones o dar a entender los motivos, a explicar las acciones. Eso es genial, todo bien. Pero algo ahí se desperdicia.
No se trata de una película fría, pero es cuán frío puede alcanzar a verse un romance que a los protagonistas les quema, y donde Cold War gana en lo narrativo, termina por perder en lo emotivo. Al final, parece no quedar mucho más que la idea de un romance quebrantado. La síntesis de un amor trágico. He ahí el problema con Cold War. ¿Qué hay luego de la película? Salvo el muy buen relato de un amor, no queda mucho más. Puesta en el escenario actual, es temáticamente irrelevante, apenas la constatación de hechos históricos ficcionados, de verdades más o menos irrefutables. Va a costar no detenerse en su belleza técnica, en lo fotográfico y en el relato. Pero es lo único que le queda. Ambas cosas serán ciertas: Cold War es bella; Cold War es poco importante.
Nota comentarista: 7/10
Título original: Zimna Wojna. Dirección: Pawel Pawlikowski. Guión: Pawel Pawlikowski, Janusz Glowacki. Fotografía: Lukasz Zal. Reparto: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Agata Kulesza, Borys Szyc, Cédric Kahn, Jeanne Balibar, Adam Woronowicz, Adam Ferency, Adam Szyszkowski. País: Polonia. Año: 2018. Duración: 88 min.