Casi un gigoló (John Turturro, 2013)
Hay una pequeña filmografía de películas que ocupan a Woody Allen como actor sin su participación en el guión y menos en la dirección, usando su personalidad o su voz para generar un ambiente, una cierta nostalgia de lo que se ve y vive en las cintas dirigidas por él, resultando casi siempre en una desagradable realización: preferiríamos estar viendo una cinta donde él fuera el director.
Una excepción notable viene a ser la obra maestra The Front (1976) de Martin Ritt, donde Woody Allen protagoniza y funciona debido a que está realizada en la época donde Woody Allen aún forjaba su fama, y estrenada un año antes de la película que ganaría el galardón a la mejor película en los premios de la academia, Annie Hall (1977). No trata de recordar el estilo de Woody Allen porque ese estilo no existe aún, por ende, funciona a la maravilla como un avatar más de la personalidad seria-cómica que forjaba en esos años el director-actor.
La otra (casi) excepción es la película que nos convoca. Fading Gigolo es dirigida y protagonizada por John Turturro y cuenta con la actuación secundaria de Woody Allen, casi de co-protagonismo a veces, lo cual resulta bastante sorprendente a su edad, ya que no tenía un papel tan importante en el cine de otro director desde su protagónico en la deplorable y abominable Scenes from a Mall (1995) del recientemente fallecido Paul Mazursky. La promoción de la cinta, así como la forma en que la gente ha estado hablando sobre ella (“la nueva de Woody”) se ha enfocado en su presencia, por lo que no decepciona.
Woody Allen impregna cada escena en la que participa de una suerte de aura, una delgada capa de barniz dorado, donde cada momento enunciado y acentuado por el “timing” y su humor clásico, el tartamudeo desesperante que ya comienza poco a poco a transformarse en un bálsamo, algo esperado y a la vez querido cuando uno lo ve en la pantalla, algo que logre recordar esas grandes comedias que protagonizó en sus inicios y que logró profundizar a lo largo de los años con diversos matices.
La performance que realiza en esta cinta es correcta, logrando no solo demostrar que aún puede lograr emocionar con un par de palabras sabias o con un viejo chiste de vaudeville, también logra encauzar muchas de sus obsesiones, gracias al guión escrito por Turturro, quien escribió pensando en Woody para realizar el personaje, siendo prácticamente impensable que otra persona lo hubiera llevado a buen puerto. Pese a la extrañeza de la situación que vive el personaje, Woody la adopta y trata con toda la seriedad que puede darle, así como se enfrenta a sus constantes demonios religiosos, filosóficos y morales.
Pero basta. Woody Allen deja una gran sombra sobre la película, es como el elefante en el cuarto, es imposible hablar de él, pero trataré de seguir adelante sin mencionarlo de otra manera que no sea como “el chulo”, que es finalmente el papel que juega en esta cinta sobre un prostituto improvisado, interpretado por el director de la cinta John Turturro, lo cual ya representa uno de los problemas más claros de la cinta en cuanto a su verosimilitud: la presencia física y estética de Turturro distan mucho de ser la típica o esperable de alguien que pueda ejercer la prostitución masculina, a eso se le añade el hecho de que entre sus clientas contamos a Sofía Vergara y Sharon Stone.
Sin embargo, sigamos el juego, porque la cinta es interesante en la forma en que juega a dos bandos: hay claramente un ámbito de comedia que funciona la mayor parte de las veces desde el ángulo de la ridiculez de la situación de que un hombre que trabaja en una florería se transforme en un prostituto bajo el consejo de su mejor amigo, que termina siendo su chulo, sobre todo en el contexto en que se mueve; pero al mismo tiempo una segunda trama más romántica-melodramática empieza a aparecer, sobre una viuda judía, quien bajo las normas de su religión no puede tener contacto físico con ningún hombre, y menos mostrar su cabello. Curioso y una realidad que no conocía.
La aparición de esta viuda en la historia, así como el submundo judío, viene a entregarle una nueva idea y dimensión al trabajo de Turturro, ya que no sólo se dedica a entregar placer a mujeres ricas capaces de pagar 1000 dólares por tener una hora de sexo con él (nuevamente, ridículo, pero no insistiremos en eso), sino que también quiere reconfortar y lograr que la otra persona encuentre la paz. La mejor escena de la película es sin duda la primera sesión entre Turturro y la viuda.
La viuda ha venido al departamento de Turturro bajo la promesa de que se le realizará un masaje o ejercicio para subir su ánimo. Ella se desnuda lejos de él y luego se acuesta dejando su espalda sólo cubierta por una sábana. Lentamente Turturro se acerca y lentamente levanta la sábana y posa una sola mano en la espalda de la mujer. Ella llora y nosotros podemos comprender, a través del silencio obtenido y las tomas cerradas de manos, cuerpos, rostros, que puede que nunca haya pasado más que eso, pero para ella ese contacto es todo lo que necesitaba.
La cinta no alcanza ese nivel de emocionalidad, pero sí logra seguir melodramáticamente con esa trama, creando una especie de romance prohibido entre el prostituto y su judía clienta, con la que nunca tiene sexo (platónico, podría llamarse). La experiencia se transforma en una bestia de múltiples cabezas, con ese absurdo ámbito del pago por sexo a Turturro, la confrontación del personaje de Woody Allen (lo siento, no pude evitarlo) con sus raíces judaicas de manera, y el romance prohibido que pareciera que nunca fuera a terminar de buena manera. No parece haber foco, sino que dos o tres películas que se mezclaron y que lograron esto.
Esto se nota de sobre manera en las escenas finales de la película, donde se hace evidente una falla de toda la cinta: no se nos explica suficiente, pareciera que las intenciones de los personajes hubieran quedado fuera del montaje, como si no tuvieran otra fuerza de voluntad que el avance mismo de la trama, con eventos interesantes, diálogos importantes y otras cosas que harían mucho más satisfactorio el visionado si es que no hubieran sido simplemente obviados, creyéndose supuestos, cuando en realidad habrían aclarado muchas cosas.
Esas faltas hacen que los personajes al final de la cinta se vuelvan un tanto odiables, debido a lo inexplicable de todas sus decisiones finales. Sin embargo, estas fallas no quitan la emocionalidad que logra con un par de tomas y miradas secretas; así como el agrado que causa ver a Woody Allen en un papel más grande que el que él mismo se ha dado en todas las últimas cintas en las que ha actuado. No alcanza el nivel de The Front, ni se acerca, pero es un digno (aunque lejano) segundo lugar en esa exclusiva filmografía Woodyana.
Jaime Grijalba