Por una genealogía del neoliberalismo: Diálogo en torno a “Chicago Boys”
Desde el sitio argentino Informe Escaleno, Emanuel Rivero, Federica Torres y Rafael Bea nos colaboran con este entretenido diálogo en torno a Chicago Boys de Carola Fuentes y Rafael Valdeavellano.
Emanuel: Hoy nos toca hablar sobre un documental chileno, Chicago Boys de Carola Fuentes y Rafael Valdeavellano. A la película le está yendo muy bien en la taquilla y no es para menos: cuenta la historia de los economistas que estudiaron en Chicago University y que, con la dictadura de Pinochet, implementaron su plan económico con represión policial, sin críticas opositoras, con apoyo de los medios y con un relativo éxito. El documental comienza en los años cincuenta, cuando unos estudiantes de economía se van a estudiar a la Universidad de Chicago donde predominan las teorías económicas de Henry Simons y Milton Friedman. De hecho, uno de los primeros estudiantes que gana la beca –Sergio de Castro– se convierte, con el gobierno de Pinochet, en el ministro de economía de Chile y aplica por primera vez las ideas neoliberales de Friedman y de Arnold Harberger quien, casado con una chilena, hará de nexo entre los poderes de Estados Unidos y los estudiantes chilenos. Es un caso de cómo becas en el exterior producen efectos en los países de origen de los becarios, aunque no siempre puede decirse que los efectos son tan nocivos.
Federica: Siempre hay intereses, Emanuel. Nadie te da una beca porque sí…
Emanuel: ¿Para vos no es posible que haya áreas de conocimiento que si bien están atravesadas por el poder se cuestionen sobre sus condiciones y eso los haga más universales y en algunos casos beneficiosos? Aunque admito que la objetividad es imposible, creo que es una ficción que hay que sostener porque tampoco nadie maneja la subjetividad como quiere (los intereses no siempre son concientes o responden a nuestros objetivos). Es una aspiración al debate entre ideas, en la que pueden controlarse o explicitarse los intereses, lo que define a los sujetos democráticos.
Federica: Son pocos los becarios que se preguntan por qué tal institución me da dinero. ¿Por qué la Universidad de Cincinnati me va a pagar a mí para que estudie, no sé, la Conquista del Desierto o cuestiones de género? Tampoco en Estados Unidos todo es tan homogéneo y también hay disputas, lo fundamental es reflexionar sobre los condicionamientos sutiles que plantean estas becas y cualquier investigación. Lo que Bourdieu llamó de un modo muy feo la “objetivación del sujeto objetivante”. Lo más difícil es que nadie va a renunciar una vez que el beneficio está adquirido y cuando su sostén económico depende de eso. El caso de los Chicago Boys es extremo pero no estaría mal que se hiciera la historia de estos intercambios académicos en América Latina y de cómo, si bien no hay una relación directa entre inversión monetaria y objetivos determinados, se produce esa articulación entre becas, investigación, poder y saber.
Rafael: Lo increíble de la película de Carola Fuentes y Rafael Valdeavellano es que cuenta con documentos antiguos, filmaciones en súper-8 que registran la llegada de los becarios, su vida cotidiana en Chicago y otros materiales como el inverosímil programa televisivo de Milton Friedman Free to Choose. Para mí es una de las mejores apuestas de este film: lo que podríamos denominar una historia genealógica del neoliberalismo en América Latina. En la diversión nocturna, en la biblioteca, en el campus universitario, los becarios van adquiriendo una serie de nociones que después, obviamente, van a querer implementar en su país de origen.
Emanuel: En este sentido es interesante lo que dice Iván Pinto: se trata, aunque parezca paradójico, de una generación fracasada. Cuando vuelven a Chile, en los años sesenta, van a tratar de constituirse en referencia académica en la Universidad Católica de Chile y no lo van a lograr. Su fracaso consiste en que van a tener que esperar a una dictadura cruenta para implementar sus ideas y, otra vez paradójicamente, su éxito va a ser el fracaso de Chile como país igualitario. Ese fracaso de alguna manera persiste porque si bien en Chile hay una democracia estable y vigorosa no pudieron establecer sobre ese período una noción de justicia que condenara los crímenes de lesa humanidad y las violaciones de los derechos humanos, las violaciones que acompañaron la implementación del plan económico. No se logró un consenso sobre el sentido de ese período, sobre lo que significó. Pinochet llegó al cajón sin pasar por el banquillo. Y en ese sentido, Chicago Boys es un aporte, como muchos otros, de ejercicio de memoria y conceptualización política. El problema que enfrentan estos documentales no está en ellos sino en la falta de una noción de justicia que debería estar afuera del film y que se tendría que haber impuesto con el retorno de la democracia. Cuando se trata de violación a los derechos humanos, la memoria sin justicia es como pedalear en una bicicleta fija: no se llega muy lejos.
Rafael: Sí, ahí aparecen las dos últimas partes del documental (“El ladrillo” –que es como se llamaba el informe de los Chicago Boys que sirvió de base a la política económica de Pinochet – y “Consecuencias”) que hacen una contraposición entre ejecutivos y pueblo, entre falso y verdadero que pierde un poco las preguntas fundamentales en relación a los testimonios que brindan los Chicago Boys: ¿cómo alguien puede anteponer sus saberes técnicos a una idea de sociedad? ¿Por qué no sabían, es al menos lo que dicen, que para implementar sus planes era necesaria la represión? ¿Por qué, si lo supieron, pudieron olvidarlo o no darle importancia?
Federica: Exacto, qué lleva a unos de los primeros Chicago Boys (porque después siguieron las becas y hasta el día de hoy ocupan puestos claves y, también hay que decirlo, no todos siguen a Friedman) a decir “este país de mierda” más de una vez. No para juzgarlo en términos morales (la moral siempre termina acomodándose al gusto de cada uno) sino para hacer, como decís vos, una genealogía de esa frase: el choque violento entre las imágenes idílicas de Chicago y las injusticias de la sociedad chilena.
Rafael: La confianza que lograron los documentalistas con los testimoniantes es increíble y una de las tareas del espectador es leer los gestos, los titubeos, las miradas de quienes hablan, sobre todo de Castro. Dice mucho más la escena en la que los mozos levantan las migajas del banquete neoliberal (una reunión académica en la Universidad) que las típicas escenas de marchas populares callejeras de los documentales chilenos: como si esas escenas de multitud demostraran algo por sí solas.
Emanuel: Efectivamente, el armado político del film desplaza algunas preguntas filosóficas que hubiera sido necesario hacerse. Sobre todo a propósito de dos declaraciones que a mí me impactaron mucho. La primera es de Milton Friedman y sostiene que los hombres son básicamente ambiciosos y avaros (y que en el libre mercado, la lucha de avaricias logra desarrollo y equilibrios). La segunda es de uno de los economistas chilenos (Ernesto Fontaine, el mismo que dice que Chile es “un país de mierda”): para él, la desigualdad es una cuestión de envidia. Pese a que no soy religioso, no creo que haya que descartar la sabiduría de las religiones. Tanto Friedman como Fontaine recurren a dos de los siete pecados capitales (la avaricia, la envidia) para explicar el alma humana. Yo entiendo que en general hay visiones optimistas del hombre y visiones pesimistas, y cuando aparecen estas visiones pesimistas se trata de regularlas o dominarlas. Acá no: hay que incentivar la avaricia y la envidia. Son motores no solo de la economía sino de la felicidad humana: las preguntas del film podrían haber ido también por ese lado.
Federica: Otra alternativa hubiera sido el análisis de Michel Foucault, quien en el Nacimiento de la biopolítica se ocupó del neoliberalismo en sus distintas vertientes con la mirada quirúrgica que lo caracterizaba y cierta fascinación tanto por la fobia al Estado (denomina a la escuela de Chicago “anarcoliberal”) como por su experiencia en Estados Unidos donde disfrutó del liberalismo moral de las grandes ciudades. Según Foucault, en los Estados Unidos, “el liberalismo entró en juego como principio fundador y legitimador del Estado” y tuvo anclaje en la derecha y en la izquierda. En los intensos debates del neoliberalismo norteamericano, la desigualdad económica jugó un papel menor y eso, trasladado a países estructuralmente descompensados como los latinoamericanos, hizo chirriar mucho de sus argumentos. De todos modos, creo que con la “cantinela” –Foucault dixit– del neoliberalismo hemos perdido el espíritu genealógico y la historicidad del enfoque foucaultiano. Asistimos, en esta era pospolítica, a un nuevo tipo de neoliberalismo que ya no considera al Estado como su enemigo sino que le asigna nuevos roles, principalmente dos: garantizar la continuidad democrática (electoral) de su proyecto y verlo como un aliado en los negocios del mercado con efectos laterales sobre la población (un elemento populista que no hay que dejar de lado). Perón decía que la Argentina es un país muy politizado pero con poca cultura política. Y eso se ve lamentablemente en nuestros intelectuales que comparan lo que pasó en las elecciones recientes en la Argentina con los años noventa sin advertir que las reformas neoliberales no se hubiesen hecho sin la gestión gubernamental del peronismo y que, ahora, se inicia una etapa diferente donde lo que se pondrá en disputa es la capacidad del espectáculo y la ingeniería para mantener la nueva mayoría. No nos olvidemos que en la tan cacareada década de los noventa, Menem gobernó diez años, siendo el presidente en la historia argentina con más tiempo en el poder y ganando su segundo mandato con casi el 50% de los votos. En Chile la situación es distinta, porque el neoliberalismo surgió de la conjunción de carabineros y subempresarios con trajes mal cortados y modales pomposos. Pero esa alianza todavía sigue rigiendo zonas claves de la actualidad chilena, dejando otras zonas en manos de otros actores sociales.
Rafael: Bueno, ¿no nos habíamos reunido para hablar de cine? Estas charlas se parecen cada vez más a reuniones de autoayuda política.
Federica: ¡Apareció el carabinero del cine! ¿De qué querés que hablemos si se trata de los Chicago Boys? ¿De la belleza del plano?
Rafael: Los planos, la organización del material, el sonido, el montaje: todo eso también es una práctica de sentido que incluye la política. Ustedes le piden al documental que sea otra cosa y eso no es posible. Chicago Boys tiene un montón de material para pensar la historia reciente. Estructura la parte final de su relato sobre oposiciones esquemáticas: el salón universitario y la calle, los tecnócratas y los militantes, la elite y el pueblo, la oscuridad y la luz, la voz individual y la colectiva. Estamos ante el efecto de una organización que se apoya en una tradición latinoamericana que se remonta a muchos años atrás y que todavía es efectiva en términos de sentimientos aunque no de inteligibilidad de los procesos. La cuestión es si nos dejamos arrastrar por esa cómoda sensación de indignación y satisfacción que nos dan esas imágenes o vamos a buscar nuevas maneras de organizar el material para ver los matices de lo real. No hay dos países, más bien hay que defender la pluralidad a ultranza. Y eso Chicago Boys lo logra en pocos momentos, aunque es un film muy atractivo y, en algunos pasajes, fascinante.
Federica: A mí me hizo pensar mucho en la beca que me acaban de otorgar: les prometo que no voy a abandonar la crítica ni de mí mismo y, de ser necesario, de aquellos que me la dieron.