Ya no basta con marchar: encapuchados con el arte
Como suele suceder en varias ocasiones dentro del régimen de lanzamientos de cine chileno, con filmes que son presentados como estrenos en tres o cuatro salas del circuito "no mainstream" de Santiago o por Miradoc, y con bastante posteridad a su pre-estreno, el caso de Ya no basta con marchar llega con retraso respecto a un contexto más "urgente" que le hubiera significado mayor sintonía temporal con la demanda estudiantil de transformaciones a la educación chilena. Si bien, por otro lado, tal demanda aún se sostiene pese a haber perdido notoriedad en la agenda pública más contingente, no por ello ha disminuido su importancia y necesidad. Que este año haya pasado a primer lugar la demanda feminista dentro de instituciones educativas secundarias y universitarias no debería restar sino sumar al petitorio de actualizaciones necesarias para modificar y mejorar la educación en el país, siendo así -en parte- una más de la cantidad de metas de un proceso que ha ido avanzando irregularmente, desde que surgió como movimiento social el año 2011, con el antecedente de la "revolución pingüina" de 2006.
Tal vez, a la larga, haya algo que implique más que una coincidencia la demora de esta película y el irritante aplazamiento de una transformación estamental y cultural a nivel de Estado y de sociedad. Digo eso en el sentido de la pertinencia que la reflexión sobre educación, arte y política invoca Ya no basta con marchar, y que se desprende ya desde su título, posible de interpretar en múltiples acentos: un petitorio, una súplica, una orden, una toma de conciencia. Más que detallar la demanda estudiantil, este documental escapa del contrarregistro de la violencia de las marchas de 2011 y 2012, como hicieron, por ej: Tres instantes, un grito (Cecilia Barriga, 2013) o De la sala de clases a la lucha de clases (Renato Dennis, 2016). En cambio, se centra en grupos de estudiantes de arte y sus manifestaciones culturales que se hicieron visibles en ese período. Se trató de formas de mediación particulares que tuvieron cabida durante las manifestaciones callejeras y que atañen a la caracterización de los estudiantes movilizados más allá de las consignas y las pancartas.
El desacuerdo del título también trae el recuerdo de aquella película de Aldo Francia -Ya no basta con rezar (1972)- con Marcelo Romo como el cura que se va politizando contra el poder burgués en plena Unidad Popular. Sin embargo, y por supuesto guardando todas las diferencias del caso (que son bastantes), no hay mayor "uso político" del formato documental por parte del filme de Saavedra. En un grado bastante directo y clásico, con buenos registros/seguimientos cámara en mano y entrevistas retrospectivas, Ya no basta con marchar entabla una línea que anuda la conjunción de demandas históricas, la sociabilidad comunitaria y la acción resignificante del espacio cívico, para definir a la protesta estudiantil como un movimiento social, destacando las actividades de los participantes de algunas de las actividades performáticas que ocurrieron dentro -y por fuera también- de las marchas.
Dentro del relato del documental pronto se hace patente que uno de los motivos subyacentes a la consigna "por una educación gratuita y de calidad" consiste en una crítica que trata de impugnar al statu quo, en tanto se critica un sistema y una constitución heredados de la dictadura y su impronta mercantilista neoliberal, reencarnada en los gobiernos de la Concertación y Piñera, como pertenecientes a un único ente que maneja la gubernamentalidad: el poder económico, la clase política y los poderes del Estado. De esa abstracción se desprende la figuración del proceder eminentemente concreto y material al que le corresponde un actuar represivo directo: las fuerzas policiales militarizadas. No es novedad para nadie lo que sucede cuando se intenta dispersar a un grupo movilizado (sean estudiantes, minorías, mapuches, etc). Pero, así como la representación que el estado, la televisión y los medios hicieron de los asistentes en 2011, a los que redujo al término "encapuchados", asociándoles con terrorismo, lo que el documental busca despejar en primera instancia es que la violencia física es llevada por los pacos, al oponer como figura el valor positivo que fue caracterizando a la masa callejera en sus marchas. Desde un punto de vista simbólico, se puede reconocer en ellas una alteración del orden de flujos que la masa cívica ejercía sobre la ciudad y el imaginario coreográfico que articularon las expresiones artísticas dentro de las marchas. Si algo, en tanto imagen, aún permanece en la memoria de esas manifestaciones se lo debemos a unos grupos de estudiantes y de otros asistentes -pertenecientes o no al ámbito de las carreras de arte-, y al novedoso repertorio de performances que se fueron sucediendo en las marchas y en eventos masivos sin carácter político. La finalidad de esas intervenciones era quebrar el bloqueo informativo que mantenían tanto fuentes del gobierno y el Ministerio de Educación como de los medios de comunicación (descontando el uso efectivo de las debutantes redes sociales), asimismo como hacer de la calle una especie de "carnaval espectacularizado y antidemagógico".
En el documental se aprecia cómo el trabajo activista de una porción del cuerpo estudiantil movilizado aparece mediando en el trance de las demandas, y que obedece a lo que podríamos llamar estudiante-activista, un performer, alguien que vincula vida y arte en el contexto de las movilizaciones. Ese rol del estudiante-artista hace reminiscencia del espectador emancipado evocado por Jacques Rancière en su ensayo del mismo nombre. Aquí no se trata de un espectador que confluye en la masa de quienes marchan en tanto se hace parte de la demanda ciudadana, sino que la transforma desde el interior en espectáculo para otros espectadores: el resto de quienes marchan, la ciudadanía que pasa ante la marcha y las cámaras que lo reproducirán en los hogares y aparatos móviles. Este estudiante reflexivo concibe la marcha como algo más que una aglomeración en movimiento sin otro rostro que el adusto compromiso político, sino que interviene en ella en favor de una mirada festiva, carnavalesca. En la masa compacta de uniformes escolares y sujetos recurrentes percibe que van apareciendo otro tipo de subjetividades (abuelos, gays, perros callejeros, etcétera) y acciones (danzas, música, disfraces), que se suman a las consignas gritadas y los carteles, las que entiende como conatos de manifestaciones que no son las típicas de las marchas de las que toma nota y luego incorpora o reintroduce en sus representaciones.
Las marchas de los años 2011-2012 fueron de las más masivas desde el retorno de la democracia y en parte su popularidad se debió a ese florecimiento de apariciones. Durante aquel tiempo las actividades de tipo performático fueron incrementándose, dando cuenta de nuevas posibilidades de imaginarios juveniles que, de no mediar el contexto, jamás hubieran surgido en un espacio público como ese. Algunas performances se realizaban dentro de las marchas como actos paródicos (vemos en el documental al grupo que se hace pasar por evangélicos, por ejemplo), o la danza y música marcaban el ritmo a los cuerpos marchantes. Otras, como el "Thriller por la educación", demostraron la alimentación desde las industrias culturales que los jóvenes subvertían. Con ello no sólo apelaban al reconocimiento y al aumento de la convocatoria, también funcionaba como táctica de posicionamiento mediático, como cuando el filme rescata la transmisión del "Thriller" por el noticiero de Canal 13 y la reacción jocosa de Iván Valenzuela. Esta reintegración "debordiana" del espectáculo en la calle pero trivializado por los medios de consumo audiovisual es criticada por el documental al contextualizar la pertinencia de una performance que intentó desviar al video de Michael Jackson en tanto significante pop, reconocible pero vacío.
Al documental le interesa esa función apelativa de la performance (oponerse al consenso mediante formas más menos polémicas que despiertan a nuestro sentido común), por eso las entrevistas a quienes concibieron esas expresiones en marchas y otros espacios (por ej: durante un partido de fútbol de la selección chilena) rescatan la intención primaria de visibilizar al movimiento social y provocar una reflexión en torno al lucro y la calidad en la educación. Claro está que, como se hace ver al final en el discurso de los mismos actores: "ya no basta con marchar", pero tampoco el arte basta para emancipar o lograr el propósito político. Ellos mismos dejan en claro su temor: como son efímeras, estas acciones fácilmente pueden verse reducidas a nada, es decir, carentes de impacto real. Se puede apreciar en el discurso de los entrevistados cierta ingenuidad teórica respecto a sus actividades, acerca de cuánto influyó en su proceso vital y artístico ese período de conjunción arte-vida, y qué conclusiones subjetivas o artísticas podrían haber obtenido, más allá del aporte que proporcionaron a la visibilidad del movimiento estudiantil. Dada la temática de este documental, las reflexiones sobre la implicancia del arte político y la politización del arte -asunto demasiado complejo e inagotable- pasan a ser un episodio temático repasado muy brevemente. Sin embargo, basta su enunciación para que pueda dar pie a enjundiosas conversaciones gatilladas tras ver esta película, y esa es una discusión que jamás debería darse por concluida.
Nota comentarista: 6/10
Título original: Ya no basta con marchar. Dirección: Hernán Saavedra. Producción ejecutiva: Pilar Díaz. Guión: Hernán Saavedra. Fotografía: Javier Reyes. Dirección de arte: Rocío Cerda. Montaje: Hernán Saavedra. Música: Banda Conmoción. Sonido: Luis Vergara, Sebastián Grob. País: Chile. Año: 2016. Duración: 71 min.