Victoria: Malabares cinematográficos
Victoria es de esas películas por las que uno siente curiosidad inmediatamente al conocer sus aspectos técnicos. Después del éxito de Birdman de Iñárritu quedó claro cómo el público masivo tenía más interés en los aspectos técnicos de lo que la industria había pensado, y desde entonces el plano secuencia ha sido uno de los recursos más populares a la hora de discutir los recursos formales de una cinta. Claro está que Iñárritu no fue el primero (además es bien sabido que Birdman oculta más de un corte) en experimentar con la idea, pero ni el primer intento de Hitchcok en La soga, ni la proeza de Sokurov en El arca rusa gozaron de la popularidad y reconocimiento de la cámara del Chivo Lubezki en aquella película. El lenguaje fue rápidamente replicado, y no es sorpresivo ver experimentos recientes fascinados con el plano secuencia cómo principal recurso.
Victoria de Sebastian Schipper aprovecha las posibilidades actuales del aparataje técnico para grabar, en esta ocasión sin cortes ocultos, una obra de más de dos horas en un solo plano. Si bien tampoco es la primera vez (además de Sokurov, tenemos el antecedente de La casa muda de Gustavo Hernández en 2010), pocas películas han sido promocionadas únicamente por sus méritos técnicos. Quien se preparaba para ver Victoria estaba permanente consciente de la proeza de cámara antes que de la narrativa, y se encontraba constantemente revisando segmentos oscuros donde se pudiera esconder algún corte. La obra de Schipper sí representa una novedad en ese sentido: mientras que la obra de Sokurov fue promocionada por la misma proeza, su discurso y formalidad obedecían a la idea misma del plano secuencia, aunque podía resultar no tan atractiva para alguien ajeno a la obra del ruso. La obra de Schipper, en cambio, mostraba cómo puede existir un interés masivo en presenciar virtuosismo cinematográfico y que no todo tiene que girar necesariamente en torno a una narración o rostros de actores reconocibles para ser promocionado.
Victoria nos presenta a una chica española saliendo de un club en Berlín y a un grupo de cuatro chicos recién expulsados de este. Después de un primer encuentro algo incómodo, Victoria empieza a conocer al grupo de chicos y los sigue en busca de un after. Victoria mantiene una relación especialmente amistosa con el líder del grupo, Sonne, del que se despide al no poder continuar hasta tarde por horarios de trabajo. Minutos más tarde, y de manera inesperada, el grupo llegará hasta el lugar de trabajo de Victoria para solicitarle ayuda para una operación de la que apenas recibe información. Inesperadamente (para Victoria y para el espectador) este favor terminará involucrándola en una peligrosa actividad criminal.
La formalidad por la que apuesta Victoria funciona sin duda a nivel sensorial y emocional. El atraco y el peligro a los que debe enfrentarse Victoria se sienten tensos, cada momento en que su involucramiento con el peligro es más inevitable este se intensifica por los nulos momentos de descanso que permite el permanente plano secuencia. Mientras que el acto de no cortar daba una sensación flotante y reflexiva en la obra de Sokurov, en Victoria ocurre el efecto contrario. La manera en que la cámara entra y sale de autos, evita o se enfrenta al peligro, solo intensifica el aspecto sensorial de la obra, y nos deja nulo espacio para pensar más detenidamente respecto a lo que está ocurriendo. Esta falta de respiro es el punto fuerte de la obra, al mismo tiempo que se revela cómo una forma de maquillar sus debilidades.
Si el accionar de la pandilla resulta emocionante y tenso por la manera en que es tratado en cámara (y en su nulo montaje), también parece intentar distraernos de una serie de acciones inverosímiles. Victoria responde al estereotipo de extranjera recién llegada a una ciudad, con extrema e inocente confianza en todos, que es capaz de entregarlo todo por nuevas experiencias. Victoria ignora constantemente sus compromisos laborales (no es necesario recordar la importancia de éstos para un inmigrante recién llegado) y, peor aún, su propia integridad física en favor de un grupo de desconocidos peligrosos por los que tomó simpatía en una fiesta. Lo que respecta a su relación con Sonne es aún más exagerado. Casi como si la cinta olvidara la sensación de tiempo real que el plano secuencia le imprime, Victoria nos sugiere un enamoramiento profundo en apenas una hora. Vemos cómo Victoria está dispuesta a darlo todo por la seguridad de Sonne después de apenas un discreto coqueteo en una escena anterior, e ignora el desencanto que debería sentir después de ser involucrada en una situación peligrosa de la magnitud como la que es obligada a padecer. Si en el fondo es Victoria la que siempre estuvo deseosa de vivir el riesgo -como afirma Schipper en algunas entrevistas-, nunca nos llega a cerrar del todo esa propuesta al seguir un personaje que apenas llegamos a conocer, que vemos en tiempo real y sin recursos de montaje que pudieran constituirlo en más profundidad.
El plano secuencia de Victoria funciona a creces en términos emocionales. La cinta engancha en sus momentos de acción y deja sin aliento en sus momentos más tensos. Sin embargo se olvida de construir situaciones creíbles para el espectador, nos presenta personajes que se mueven constantemente por impulsos difíciles de explicar, muchas veces simplemente idiotas. La cinta de Schipper representa por una parte un renovado interés por los aspectos técnicos, pero también muestra cómo este amor por el plano secuencia puede terminar en una fascinación por el virtuosismo más vacuo. Victoria no dialoga ni reflexiona respecto a su forma, y peor aún, se olvida de construir una historia que se sostenga lógicamente. Nos queda, en cambio, una ejecución impecable y la sensación vertiginosa que entrega la cámara en mano sin cortes. Pero también nos queda preguntarnos sobre el valor que puede tener esto último cuándo se ignora la lógica y el discurso.
Héctor Oyarzún
Nota comentarista: 5/10
Título original: Victoria. Dirección: Sebastian Schipper. Guión: Sebastian Schipper, Olivia Neergaard-Holm, Eike Frederik Shulz. Fotografía: Sturla Brandth. Montaje: Olivia Neergaard-Holm. Música: Nils Frahm. Reparto: Laia Costa, Frederik Lau, Franz Rogowski, Max Mauff, André Hennicke. País: Alemania. Año: 2015 Duración: 138 min.