Venus de las pieles (Roman Polanski, 2014)
En perspectiva, el cine de Roman Polanski tiene señales claras de identidad: personajes empujados a una vorágine potenciada por una atmósfera oscura de fatalidad, seres perdidos por sus propias pulsiones internas, cuerpos obnubilados por el placer, enclaustrados en ambientes insanos que paralizan su voluntad. Su cine también es paródico, quizás como una forma oscura de conjurar la maldad: individuos que al buscar refugio reforzando las contradicciones de sus actos, se repliegan en una turbia comicidad. Su cine tiene algo de tragedia griega y de comedia burlesca, bebe de Sófocles y de Aristófanes.
Polanski es un demiurgo que expone las fisuras de la naturaleza humana con particular agudeza y que se solaza en describir universos personales que estallan en toda su energía destructiva. Por eso no es extraño que sus películas tengan una relación particular con el teatro en la medida que se sitúan en escenarios cerrados o evocan estados psíquicos clausurados. Varios de sus films han reforzado esa ligazón al ser concebidas como adaptaciones al cine de obras dramáticas. Es el caso de La muerte y la doncella, Un dios salvaje y, su última película, La Venus de las pieles (2013).
Como en anteriores incursiones, Polanski realiza una película que se concibe a sí misma a partir del encuentro de dos fuerzas antagónicas que se repelen y necesitan. El desarrollo posterior no es más que la lenta e irreversible consumación de una catástrofe sin estridencias. En la obra de Dorfman (La muerte y la doncella) era el encuentro vindicativo del torturado y el torturador, en el texto de Yasmina Reza (Un dios salvaje) era la discusión desaforada de dos parejas en el living de una casa de la cual no podían salir, con ciertos ecos de El ángel exterminador de Luis Buñuel (uno de sus maestros).
La Venus de las pieles cuenta la llegada de la actriz Vanda Jourdain (Emmanuelle Seigner) a un teatro vacío para una audición. Allí encuentra al director Thomas Novachek (Mathieu Amalric), impotente ante su incapacidad de hallar una intérprete que esté a la altura de la adaptación dramática de La Venus de las pieles de Leopold Von Sacher-Masoch, novela que tiene la curiosa fama de dar origen al concepto de masoquismo. Vanda llega atrasada al teatro, mojada por una lluvia profusa. A simple vista parece una mujer algo ignorante y tosca. Se comporta como una debutante o una actriz mediocre. Sus ademanes son un tanto groseros y su vestimenta delata cierta vulgaridad. Pero no deja de tener un aura de fatalidad en sus gestos provocativos, en su corporeidad voluptuosa, desenfadada y graciosa. Thomas rechaza su llegada pero es convencido de aceptar una breve audición que le permita escapar de esta mujer, todo sea para deshacerse de esta extraña mujer que altera el curso particular de esa borrascosa noche parisina. Así cada uno asumirá un personaje de la obra y dramatizarán una breve escena de esta.
Lo que sigue a continuación es un gradual descenso en las personalidades dobles y ocultas, zonas cercanas a la crueldad, desajustes emocionales, intercambio de roles, la cálida turbiedad de esclavizarse ante otro, la violencia consentida. Todo enmarcado en un escenario que alude a un encierro físico y mental, en donde las actuaciones de Vanda y Thomas disfrazan daños infantiles y obsesiones neuróticas, autoflagelantes. Pero Polanski tiene la suficiente cordura y distancia para no quedar atrapado en sus propias obsesiones. Sabe distinguir el rigor de la severidad, la extravagancia de la pedantería. Aún en los momentos de mayor tensión nunca olvida el humor desengañado que nos provoca repudio y, a la vez, nos fascina.
Aquí estamos lejos de aquellos pozos sin fondo de Polanski, esos agujeros negros que todo lo devoraban de Bitter Moon (1992), tal vez su última obra maestra. Ahora se ensaña a fuego lento con sus personajes al poner al descubierto el lastimoso estado de Thomas, víctima de sus propios deseos de ser subyugado por una diosa. La maestría de su enfoque hace que se apiade de él al solazarse en las compensaciones de la maldad: ahí está Emmanuelle Seigner, su cuerpo, sus cueros, sus botas, su intuición perversa. Y no dejamos de pensar qué se sentirá ser su esclavo, ser sometido a sus caprichos, a los abusos de la carne. Es el universo de Polanski, un cineasta que sigue perteneciendo a las ligas mayores. Con 81 años, escapando a cada tanto de la justicia, viejo, pero igual de diablo.
Nota: 8/10. Promedio del blog: 8/10. Título original: La vénus a la fourrure (Venus in Fur), Año: 2013, Duración: 96 min, País: Francia, Director: Roman Polanski, Guión: Roman Polanski, David Ives (Teatro: David Ives), Música: Alexandre Desplat, Reparto: Mathieu Amalric, Emmanuelle Seigner. Año: 2014.