Valerian y la ciudad de los mil planetas: La fosforescencia espacial de Besson
Es difícil saber qué esperar cuando una historia que obsesionó a un director y rondó su cabeza durante décadas por fin logra salir de la fase guión. Tras batallar con productores, estudios y la frustración de no poder ver esa historia cobrando vida en las salas de cine, ¿estará la película a la altura del sudor y lágrimas derramadas por el cineasta o quedará relegada a la categoría de fallida quimera? En algunos casos, las dosis de coraje del realizador aumentan y elevan la idea original a una desafiante experiencia artística de corte personal en la que expone su alma y toda la porfía anterior se traduce en una proeza fílmica con una voz autoral tan estimulante como desafiante. En otros, por contrapartida, surge Valerian y la ciudad de los mil planetas de Luc Besson.
Que la adaptación al cine del popular comic francés Valerian y Laureline, creado por Jean-Claude Mezières y Pierre Christin en 1967, haya estado en hibernación por al menos 10 años y que sea el sueño infantil del cineasta galo no es solo parte de la campaña de promoción de esta ópera espacial que tiene a Dane DeHaan y Cara Delevingne como sus dos protagonistas: para Besson esto se trataba de una odisea personal en la que dar rienda suelta a su creatividad espacial tras El quinto elemento (1997) y darle forma en carne y hueso a los carismáticos personajes y a la deslumbrante y estrambótica galaxia que los rodea.
La historia se sitúa en el siglo XXVIII, época en la que recorrer el espacio y convivir con habitantes de otros planetas es de lo más corriente, aunque como siempre en estas historias no todos estén cómodos con la paz y la respetuosa convivencia entre habitantes de todo el universo. Es entonces cuando Alpha, la metrópolis más importante del espacio y que reúne a representantes de todos los rincones de la galaxia, se ve envuelta en un misterio que la pone en peligro al igual que a sus habitantes. Esto obliga a que la pareja de héroes entre en acción y responda al llamado del gobierno para intentar descubrir qué está pasando en la Ciudad de los Mil Planetas. Y lo que a primeras parece el comienzo de otra aventura más que reúne a osados jóvenes con vestimentas extravagantes y villanos de cartón piedra, lamentablemente se queda así.
Pese a un prometedor montaje inicial que fluye al compás de Space Oddity de David Bowie (un “starman” en toda regla), en el que nos llevan por un desfile de trajes, texturas, colores y formas de lo más llamativas y que sirve de prólogo para ilustrar de forma puramente visual cómo de la carrera espacial durante la Guerra Fría llegamos a convivir con alienígenas, los problemas de la cinta aparecen en el momento que nos presenta a Valerian y Laureline, la pareja de jóvenes oficiales espaciales que debiesen tener toda la química de la que carecen sus intérpretes: donde se supone fanfarronería e insolencia, hay irritación y discurso; donde fuego y chispa, tedio y rutina. En resumidas cuentas, Besson fue en búsqueda de las versiones millenials de Cary Grant y Rosalind Russel en His Girl Friday (Howard Hawks, 1940) y se encontró con bosquejos desdibujados que solo recogieron las muletillas de las estrellas del “Old Hollywood” y sus muy buenas pintas.
Tan barroca y lisérgica como entretenida y trepidante, Valerian y la ciudad de los mil planetas se las ingenia para hacer dos cosas muy bien: por una parte, mezclar de forma coherente y armoniosa a sus humanos con las extravagantes criaturas que viven en este desmadre galáctico y, por otra, evitar las preguntas difíciles o adentrarse en territorios que exigen algo más que espectáculo y fosforescencia de diseño. Y eso que tampoco ayudaron mucho las luces de neón, las playas paradisíacas en planetas ubicados en quién sabe dónde y los forzados intentos para que empaticemos con el verborreico dúo dinámico que debiese sacar chispas, papeles para los que sus intérpretes no estuvieron a la altura. Y esa es una de las grietas que desestabilizaron el proyecto: esta millonaria producción se desentiende de lo que la hizo única en las viñetas, provocando una disonancia no sólo entre el papel y la pantalla, sino entre lo que percibimos que es y lo que pudo llegar a ser, convirtiéndose en una oportunidad mal gastada.
En vez de abrasar la contagiosa rebeldía feminista de Laureline, aquí se reduce el personaje a una coqueta rubia que no quiere ser parte de la extensa lista conquistas de su compañero de equipo y que confunde andar malhumorada con fiereza y obstinación, en vez de la insubordinación frente a los esquemas patriarcales. Se echan en menos rasgos del personaje marcados a trazo firme en el material original y que iban perfectos para Besson, quien se ha caracterizado por apalear el machismo tan naturalizado en los géneros de acción y aventura al darle oportunidades de interpretar mujeres insolentes, osadas y descaradas a Scarlett Johansson en Lucy (2014), Natalie Portman en Leon, The Profesional (1994), Anne Parillaud en Nikita (1990) y a Milla Jovovich en El quinto elemento y Joan of Arc (1999).
Por su parte, a Valerian tampoco le va mucho mejor en este apartado. El que debiese ser un antihéroe tan encantador desde su cinismo y arrogancia, como ese vaquero espacial llamado Han Solo, esquiva las dualidades morales intrínsecas de su carácter para ser otro jovencito altanero que sólo es hábil con la pistola y que, en lo que importa, le sale todo bien. Sorprende que Besson, manifiesto fan de este comic, no pudiera plasmar el alma de la obra en la pantalla y que haya centrado el peso sólo en el agente intergaláctico.
Y es una lástima que se haya optado por el artificio y la pirotecnia que conlleva ser la película francesa más cara de la historia (se habla de cifras que bordean los 200 millones de dólares), teniendo en la ciencia ficción un lienzo tan atractivo para explorar situaciones que hoy adquieren carácter de urgente, como la aceptación y colaboración entre grupos con cosmovisiones que se ponen en jaque y atentan contra sus formas de vivir; la megalomanía de los líderes que alcanzan posiciones de poder y su incapacidad para darle cabida al sentido común; o la subversión de roles de género y de las expectativas entre los protagonistas: pudiéndolo tener todo desde el comienzo, las fantasías y temores proyectados entre ambos (fuertemente reflejado en su escena introductoria) se interponen para opacar lo que cada uno significa para el otro.
Todo esto nos lleva a otra discusión: para qué adaptar obras que provienen de otras artes, cuál es el propósito. ¿Sacar una tajada de una lucrativa franquicia y hacer un producto genérico? ¿Hacer feliz al niño que una vez fuimos? ¿Rendirle homenaje y trasladar a la pantalla viñetas arrebatándoles su significado? ¿O enriquecer el original con un espesor cinematográfico y convertirlo en una historia tan importante para este medio como para el cómic? Porque no olvidemos que adaptar también es aportar una mirada nueva. Pero claramente esta es una discusión para otra película, ya que Valerian y la ciudad de los mil planetas prefiere negarle la entrada a cualquiera que pida algo más que pasar 137 minutos de viaje espacial. Aunque esas preguntas se terminen infiltrando de alguna forma, muy a su pesar.
Bruno Delgado
Nota comentarista: 5/10
Título original: Valerian and the City of a Thousand Planets. Dirección: Luc Besson. Fotografía: Thierry Arbogast. Guión: Luc Besson (Cómic: Pierre Christin, Jean-Claude Mézières). Música: Alexandre Desplat. Reparto: Dane DeHaan, Cara Delevingne, Clive Owen, Ethan Hawke, Rihanna, Herbie Hancock, Rutger Hauer, Kris Wu, Emilie Livingston, Aurelien Gaya. País: Francia. Año: 2017. Duración: 137 min.