Suspiria: Cuerpos y relaciones
Hay espectadores, críticos de cine, que desde hace unos años están anticipando la crisis de las buenas historias, fundadas en una obsesión de la industria por generar remakes o reboots de películas que ya cuentan con el cartel de “clásicas”. El fanático promedio desempolva sus antorchas dependiendo de cada caso porque, de verdad, ¿qué tan necesario es generar relecturas de historias que conocimos en la pantalla grande?
Teniendo que enfrentar esa mirada, a veces prejuiciosa, el director Luca Guadagnino se embarcó en un proyecto peligroso. Suspiria, obra maestra original de Dario Argento, una especie de catedral del giallo italiano, cuenta con elementos estéticos difíciles de recrear para los espectadores actuales, muy de acuerdo a su género, con una atmósfera inquietante y un tipo de horror muy específico. Mucho del cine actual de terror está retomando esa vertiente en donde podemos volver a los miedos atávicos que, por razones obvias, mantenemos guardado bajo siete llaves.
La Suspiria de Guadagnino parece escuchar algo de ese discurso en su nueva versión, que dicho sea, no pretende ser verdaderamente un remake de la película original, sino más bien una reinterpretación de la historia, valiéndose de temas como el abandono y la búsqueda de la propia identidad, y usando como escenario el Berlín de la Guerra Fría, permanentemente húmedo e inaccesible. Guadagnino transfiere la sensación de pequeñez de los personajes de la Suspiria de 1977 a la ciudad completa: ya no es solo la casa la que parece tener proporciones imposibles, sino que son todas las calles, los edificios y los recovecos de Berlín, generando una sensación laberíntica donde algo late de manera secreta, tal como los personajes elegidos para esta versión. Tanto esto, como también la potente expresión corporal de las protagonistas, parecen respetar el género de su predecesora, sin que llegue a ser un giallo en toda su dimensión.
Nuevamente los hechos giran en torno a Susie (Dakota Johnson), una bailarina amateur que decide viajar a Berlín para presentarse en una prestigiosa escuela de danza, cuna de Madame Blanc (Tilda Swinton), bailarina que la ha inspirado desde pequeña. La relación de Susie con la escuela se genera inmediatamente, luego de la desaparición de una de sus integrantes. Paralelamente, asistimos a la confesión de Patricia (Chloë Grace Moretz) con su psicoanalista, el Dr. Klemperer, quien será el primer eslabón para desentrañar el misterio de la escuela de danza.
Guadagnino entra con su cámara a la escuela de danza asumiéndose como un espectador de las dinámicas que ahí ocurren. Mantiene la distancia, eventualmente respetuosa, para dar paso a lo femenino expresado a través del movimiento y de la corporalidad. Susie aprende una danza que resulta ser a la vez un arma poderosa contra la más mínima rebelión, y es en esa explicitud que va desenmarañando el misterio inicial. Las mujeres que conforman este grupo de devotas operan como un aquelarre desde el primer momento y sin dejar ninguna duda.
Suspiria está dotada de imágenes que nos recuerdan algo de las producciones Hammer, pero finalmente decanta por un tipo de cine que decide mostrar sin artificio y un poco atropelladamente la historia que quiere contar. Aquí es donde aparece una de las dificultades del filme, porque pese al interés por retomar la leyenda de Suspiria desde una clave de terror más como la señalada en un principio, nos quedamos con la sensación permanente de que Guadagnino no logra cerrar del todo sus intenciones. Las relaciones que se establecen, desde las más obvias hasta las apariciones de gran fuerza física planteadas por sus protagonistas, instalan preguntas que no se responden. La idea fundamental de la madre y la renuncia a las formas de vida tradicionales se pierde en medio de momentos que de todas formas siguen siendo sugerentes e interesantes, pero que no concretan y que, por lo mismo, pierden fibra.
La fortaleza de la película está dada, de todas maneras, por la actuación de Tilda Swinton -en un papel triple- y una muy sorprendente Dakota Johnson, quien si bien no logra tener un despliegue actoral de importancia, cumple con su cometido. Estos momentos de gran intensidad están coronados por la banda sonora de Thom Yorke, correcta en forma, pero que comete el grave error de funcionar a la perfección como un disco solista del cantante. En otras palabras, se escucha mejor fuera que dentro de la película, donde incluso en algunos momentos interfiere con las acciones de los personajes. Si la idea era convertir a sus sonidos en un protagonista más, no llegó a buen puerto.
Esta versión de Suspiria exige un salto de fe desde el espectador. Si decidimos verla desde la producción de Argento, la experiencia no será tan agradable. Sin embargo, con todas sus fallas, se observa un interés real de Guadagnino de poder hablar de esta historia aunque no le pertenezca. Hay manejo de la forma en que expone a sus personajes, en la que quiere incluir al espectador como un fisgón más, que pese a que no logra entender el íntimo mundo de estas mujeres, sabe que están y sabe que existen. Guadagnino no le teme a lo que ve y decide mostrarlo tal como lo siente.
Nota comentarista: 6/10
Título original: Suspiria. Dirección: Luca Guadagnino. Guión: Dave Kajganich (Basado en el guión de Suspiria, por Dario Argento y Daria Nicolodi). Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Música: Thom Yorke. Reparto: Dakota Johnson, Tilda Swinton, Chloë Grace Moretz, Mia Goth, Jessica Harper, Sylvie Testud, Angela Winkler, Malgorzata Bela, Renée Soutendijk, Ingrid Caven, Lutz Ebersdorf, Vanda Capriolo, Toby Ashraf, Fabrizia Sacchi, Elena Fokina, Christine Leboutte, Olivia Ancona. País: Italia. Año: 2018. Duración: 152 min.