Sexo desafortunado o porno loco: Lo visual es esencialmente pornográfico

Sexo desafortunado o porno loco es una de esas películas donde el dispositivo que se propone juega un rol tal que se hace indispensable tener que describirlo. La película consta de tres partes más un prólogo y tres finales, cada uno más farsesco que el otro, por lo que podemos conjeturar que el tono teatral de la última parte propone que las conclusiones sean elaboradas por los espectadores según el parecer de cada quien.

You hand in your ticket, and you go watch the geek

Who immediately walks up to you when he hears you speak

And says, "How does it feel to be such a freak?"

And you say, "Impossible!" as he hands you a bone

-Bob Dylan, “Ballad of a Thin Man

 

Del director de una de las obras maestras del cine rumano, No me importa si pasamos a la historia como bárbaros (2018), Radu Jude volvió al ruedo con una de las películas que retrata la locura pandémica, entre otras cosas, repitiendo la perspectiva sarcástica y metarreferencial, aunque para este caso el balance es más sobregirado. Sexo desafortunado o porno loco es una de esas películas donde el dispositivo que se propone juega un rol tal que se hace indispensable tener que describirlo. La película consta de tres partes más un prólogo y tres finales, cada uno más farsesco que el otro, por lo que podemos conjeturar que el tono teatral de la última parte propone que las conclusiones sean elaboradas por los espectadores según el parecer de cada quien.

La premisa anecdótica es simple: una mujer y su pareja tienen sexo y lo graban en uno de sus teléfonos. Alguien sube el video y se hace viral. La mujer, que es profesora en un colegio, debe enfrentar el escándalo desatado porque alumnos, apoderados y todo el mundo, ha visto el material, bajado y vuelto a subir. Asiste a una reunión con algunos apoderados y la directora del colegio, en ella se decidirá si continúa su labor docente o se le expulsa. Descrita así esa simpleza es engañosa porque la película se estructura con elementos que le dramatizan o desdramatizan, ya que se dejan fuera algunos y se incorporan otros. El principal es la segunda parte, titulado “Diccionario breve de anécdotas, signos y maravillas”, correspondiente a un excurso de base conceptual, como las entradas de un diccionario alfabético ilustrado: una definición por medio de una imagen de archivo y el texto que comenta la ilustración de dicho concepto. Tal como dice su título, se repasan cosas, personajes, hechos, desde una perspectiva que se relacionen con la historia rumana. Por ahí se dice: “Un verdadero poeta debe ser al mismo tiempo trágico y cómico, la vida humana debe verse como tragedia y comedia”.  Y también, “Cine= espejo del escudo de Perseo, la representación de la realidad nos salva del horror de ella”. Entre estas definiciones se va formando una ecuación y una forma de lectura de la película, pero con la que se puede interrogar sus pretensiones.

En los extremos de este segmento se ubican las partes ficcionales, cada una de naturaleza representacional diferente, eso sí, dependientes de una gradación, que va del naturalismo porno al evidente uso de añadidos de postproducción (“efectos especiales”). El prólogo es el registro de la sesión de sexo, así tenemos de entrada al porno como primer grado narrativo, de representación y, por supuesto, de provocación. Se trata de un pretendido registro amateur y de goce privado que involucra el ridículo y el azar: de un lado las pelucas o los comentarios hechos por la pareja, del otro los golpes a la puerta y el llamado de una mujer (la abuela que pide le compren sus remedios, la nieta que tiene que dormir). Un porno trastocado por lo cotidiano, “banal-satírico”, y que será el reverso espejeado del explosivo final en tono farsa.

En el principio el registro lo lleva el hombre, Eugen, y su falo. Emi, la mujer, a quien vimos primero entre desnuda y disfrazada, se nos aparece nuevamente una vez iniciada la primera parte, titulada, como el libro de Walter Benjamin, “Calle de dirección única”. En esta sección la mujer recorre a pie la ciudad rumbo a la reunión, pasando por calles transitadas, frente a locales de todo tipo, edificios habitacionales y en construcción, en fin, lo que experimentamos todos los días en las ciudades, con el añadido de que todos (o la mayoría) usan mascarilla. El tiempo es pandemia, y aunque nunca he estado en Rumanía puedo decir que por lo que vi, los autos son estacionados en cualquier parte. Toda esta sección está captada en planos secuencia determinados por su horizontalidad, a distancia de Emi, por lo que ella es una más de las personas que pasa por las calles. Como la godardiana heroína de Dos o tres cosas que sé de ella (1967), el protagonismo urbanita lo comparten la ciudad y la mujer, mientras que el entorno puede ser la locación o la concreción del capital en el espectáculo literal que agiganta las mercancías: los carteles publicitarios por momentos tienen en la imagen predominancia que no tienen los humanos. Por ahí alguien podrá reconocer a la Emi del viral porno, pero los carteles son igualmente obscenos. La agresividad muda de esos signos se corresponde a la agresión verbal y gestual de los transeúntes o la gente en los locales. Además, basta que Emi entre en el departamento de una colega para que los hombres de ese hogar la empiecen a mirar de forma insistente. Como la cámara se posiciona a distancia no vemos qué tipo de mirada pueden sostener esos hombres (¿lascivia, repugnancia, reproche?).

El punto de llegada es la parte final y sus tres finales consecutivos “Praxis e insinuaciones (sitcom)”, en que la disposición es equivalente a un juicio, con la profesora sentada frente a los apoderados, sentados en las sillas que usan sus hijos en un patio del colegio, con una efigie de la Virgen detrás de Emi. La directora hace las veces de mediadora y llamará a voto para que se decida qué sucederá con la profesora. Entre los comentarios prejuiciosos y deslenguados de los presentes se introduce en el sonido una risas bastante molestas y disonantes, que bien pueden ser parodia de las risas pregrabadas de las sitcoms televisivas, que festinan los dichos, dotándolos de un grado grotesco. Eso además está subrayado por la tipología de los apoderados, correspondientes a figuras tipo, clichés ambulantes (el militar, el sacerdote, el progre, la chismosa, la moralista, etc.), que se expresan en base a descalificaciones, lugares comunes, ironías y superioridad moral, que de entrada queda expuesta como argumentación vacía. El nivel de comunicación, con celulares a la vista, es digna del peor debate de redes sociales y lo que queda en entredicho es si el vacío ya no es de ideas sino en la comunicación misma, lo que finalmente tiene como horizonte la percepción del debate ideológico democrático de una comunidad como mera interfaz humana, pero ya no un intercambio intelectual ni sensible. Se puede pensar que el último final, sobrecargado y que parodia a los superhéroes, sea el paso lógico en el eslabón representacional. La farsa cede a su propia viscosidad y solo puede imaginar un apocalipsis, de mentira y que no soluciona nada, salvo dar rienda a la impotencia de la mujer juzgada, única víctima en un juicio sin ley.

Los diálogos, y debates, sobre la importancia de la memoria histórica de No me importa si pasamos a la historia como bárbaros acá se convierten en fragmentos de una discusión que no tiene más fin que la altisonancia moral. El juego baziniano de la representación realista implosiona en las distintas partes de la película para hacerlas volar al final. A diferencia de otros compañeros de la nueva ola rumana de este siglo, Radu Jude parece pensar en el realismo como artefacto ideológico representacional para debatir el presente y los agujeros de la historia de su nación que suman didactismo y sátira. ¿Entonces, cuál es la moraleja de esta historia?

Volvamos al prólogo y enfrentémoslo con el final. Ante una Emi desvestida en su habitación, en un acto privado hay una Emi que quieren ajusticiar por algo que no hizo. La única prueba es que aparece en la grabación, que en este ella cometa un acto sexual. Lo pornográfico estaría en su valor exhibitivo, pero eso no lo dicen sus acusadores, entrampados en la obscenidad del acto sexual por sí solo (el argumento moralista-religioso), que se da cuando se viraliza y es consumido no solo con fines voyeristas, sino -y recalco- principalmente porque puede ser compartido, comentado, reprobado, censurado. Dicha cadena de la emergencia de enajenación de un contenido cualquiera, como bien (mal) dictaminan los chismorreos o las redes sociales consiste en degradar a otro bajo mi superioridad moral, en este caso a la mujer de un video porno casero. Sin embargo, si miramos el panorama desde lejos, se nos aparece una infinitud de otros contenidos que son igualmente potenciales de obscenidad: un cartel de ropa interior femenina, un automóvil, un juguete, el afiche de un político en campaña, la ruina de la fachada de un edificio antiguo. En tanto están a la vista y son reproducidos por un ojo que escudriña toda la superficie del mundo, no hay escapatoria en una realidad devenida imágenes. La exhibición de atrocidades somos nosotros.

Título original: Babardeală cu buclucsau porno balamuc. Dirección: Radu Jude. Guion: Radu Jude. Fotografía: Marius Panduru. Reparto: Katia Pascariu, Claudia Ieremia, Olimpia Malai, Nicodim Ungureanu, Alexandru Potocean, Andi Vasluianu. Año: 2021 País: Rumanía. Duración: 106 min.