Rosa Chumbe: Una maldita policía
Durante la semana pasada se realizó en el Centro Arte Alameda una pequeña aunque interesante muestra de cine peruano contemporáneo bautizada como “Nuevos directores peruanos”, la que consistió en dos ficciones y dos documentales. Una de las obras de ficción era Videofilia (y otros síndromes virales), de Juan Daniel F. Molero, cinta que ya fue exhibida en el Festival Cine B y reseñada para nuestro sitio el año pasado. Un aspecto a destacar de la muestra fue la presencia de los directores presentado sus realizaciones. Dado la casi nula presencia de cine del Perú en nuestras salas, salvo algún estreno particular de alguna cina muy exitosa o muy premiada (como pasó con La teta asustada hace algunos años), es de esperar que esta u otras instancias sean más recurrentes.
La ópera prima en largometraje de Jonatan Relayze (Lima, 1981), Rosa Chumbe, presenta una trama de tema universal pero particularizada con un punto de vista local, idiosincrático, que abarca también perspectivas de género y clase social, y que es además un estudio de personaje. La mujer del título es la protagonista, una policía de tránsito de unos cincuenta años que lleva una rutina desesperanzadora. Sus días se repiten sin cesar entre la burocracia matutina, los almuerzos solitarios, el trabajo en la calle, dar rienda suelta a su ludopatía en máquinas de juegos de azar, para luego, de vuelta en su precario hogar, lidiar con su joven hija, su nieto bebé, y evadirse entre el alcoholismo y la televisión. La hija, Sheyla, madre soltera, trabaja en la calle en el negocio informal de llamadas por celular y, cansada de su rol materno forzado, prefiere evadirse a su manera, saliendo por las noches, dejando que la abuela cuide del niño. Por lo tanto, ambas mujeres no se soportan y discuten constantemente.
La narración de la película es lineal y la trama consta del seguimiento de esa rutina durante pocos días. El fastidio de ambas mujeres, sobre todo el de Rosa, se establece sin prisa en la primera parte. Pequeños síntomas, pocos diálogos y la gran presencia actoral de Liliana Trujillo (como Rosa) dejan clara la situación, con una economía de recursos -con travellings y un registro de cámara realista, casi sin afectaciones-, concentrada en focalizar a los personajes y desenvolverlos en espacios abrumantes. La casa, las calles y las dependencias policiales tienen la impronta de lo vetusto, lo atiborrado o lo impersonal. De ahí que el goce o por lo menos el descanso para las dos mujeres se encuentre en el fuera de campo visual y narrativo de las salidas nocturnas para la hija, y en la ridiculez de la televisión chatarra que Rosa ve junto su botella de ron cada noche.
El rol evasivo y de atontamiento kitsh de la televisión se representa en el programa seguido por Rosa: el programa de un humorista que cuenta chistes fomes y sexistas en un plató de infomercial. La risa alta y gruesa de Rosa se condice con su emocionalidad apagada, su aburrimiento vital y su desesperanza ante un futuro que se vive como eterno y soporífero presente. Es ahí cuando se rompe el régimen realista para dar paso a ensoñaciones que tiene la mujer, alguna de ellas relacionada con el esperpéntico personaje televisivo.
Cuando la situación entre madre e hija no dé para más es que se abrirá un vistazo hacia la culpa, la caída y, pese a todo, un atisbo de redención. Por fuera de la rutina, la indiferencia, el trabajo, las evasiones, la precariedad y el machismo puede haber un mal peor que la rigidez que estructura sus vidas. Así, Sheyla abandona por “razones de fuerza mayor” a su hijo y su madre y Rosa debe hacerse cargo de él, obviamente sin preparación para asumir nuevamente el rol materno. Finalmente, parece que solo la religiosidad popular puede servir de algo (o de mucho) para salvarla de un acto de grave irresponsabilidad. Al momento de la festividad religiosa el desorden y el anonimato público de la urbe -espacio de los peligros, desencantos y engaños cotidianos- reflejan la dimensión caótica del mundo que toma un cariz mítico, en el que una cuasi hipnotizada Rosa vaga sin sentido claro. Ella se aferra a su peso y el espectador con el estupor que carga. Con ello la película termina por revelarse en su estudio de cuerpos femeninos caídos en el abismo moderno de lo profano.
Cuento corto, moral con toques de humor negro, miserabilismo comedido y desencanto logran conjugar un retrato maternal donde no hay vínculo familiar, que apela directamente al trance de mujeres que no tienen, al parecer, más recursos para sostener su sobrevivencia que la juventud en el caso de la hija, y el sueldo y la suerte en los juegos de azar en el caso de Rosa. Como una tajada de la vida de ambas mujeres, en la que se cuela sesgadamente las condiciones sociales de un país, se percibe un callejón sin salida. De ahí que la narración pudiese imaginarse como una sucesión de episodios rutinarios en una continuidad eternizante, en la que solo falla la descompensación en el desarrollo de la línea dramática de la hija. Más metraje y situaciones para ese personaje le hubieran podido alejar del esquematismo y cierta superficialidad, para así equilibrar su oposición protagónica ante la Rosa Chumbe, que acaba por resultar en unos de los más entrañables personajes del cine latinoamericano de nuestros tiempos: una huraña mujer policía que necesita humedecerse emocionalmente más que ahogarse en sus penas, pero que aún tiene fuerza y empatía, a su pesar, para solidarizar con los que necesiten ayuda.
Nota comentarista: 7/10
Título original: Rosa Chumbe. Director: Jonatan Relayze. Guión: Jonatan Relayze, Christopher Vasquez. Fotografía: Miguel Angel Valencia. Reparto: Liliana Trujillo, Cindy Díaz, Alejandro Romero. País: Perú. Año: 2015. Duración: 75 min.