Princesita (3): Imágenes sin cuerpo

Princesita es el segundo filme de Marialy Rivas luego de Joven y alocada (2012), una película que acertó al observar las transformaciones en la sexualidad adolescente en la era de la “intimidad vuelta espectáculo”. Con un sano desprejuicio moral y aplicando una narrativa pop llena de guiños a la creciente cultura digital (chats, emoticones, etc.), problematizaba la búsqueda de identidad sexual de una adolescente en tensión con el moralismo evangélico de su familia. En esa película, las tensiones entre la fuerza “castradora” de la moral versus la exploración de una ética individual que pasaba por la identidad de género provocaban un interés en el marco de un cine chileno muy de-sexualizado.

Princesita querría radicalizar este gesto. Se presenta como un relato de una niña de 12 años en pleno inicio de la pubertad que está atrapada en una secta religiosa donde un carismático líder (Miguel), espera la primera menstruación de la protagonista (Tamara) para establecer un rito de iniciación (una violación). En paralelo, Tamara entra al colegio; es ahí donde una profesora empieza a intuir indicios traumáticos, durante una clase de educación sexual. Es en la escuela también donde Tamara se enamora de un niño de su edad. Estos dos elementos quiebran una suerte de hipnosis que tiene la protagonista con el líder, para romper finalmente el eslabón.

En términos simbólicos, sin duda Miguel representa la opresión falocéntrica, así también el poder del carisma. Es aquí donde, podríamos decir, se intenta presentar una relación algo más compleja desde Tamara insistiendo en la dimensión “transferencial” de la opresión y el poder, un relato de “encanto” que la película recrea desde el punto de vista de Tamara y que redunda en el tratamiento fotográfico de mucho flu y difusores de luz. Desde otro ángulo, la profesora es la contraparte: especie de medio para su liberación, que tiene de su lado la cordura, la educación y la psicología. Curiosamente, cuando Tamara logra “despertar”, antes del ritual sacrificial, es cuando corre a los brazos del niño del que se enamoró, lo que podría interpretarse como un deseo surgido de sí misma o la búsqueda por llenar un vacío que ha dejado la “muerte del padre” vinculada al líder. Pero esas aspiraciones son rápidamente castradas por Miguel, antagónico omnipotente frente a los deseos de Tamara.

Tal como ha señalado Raúl en su crítica anterior, el cierre es algo apresurado y no hay pasos lógicos para el despertar. Esta clave estaría en la llegada de su primera menstruación, especie de “auto-reconocimiento” de su propio cuerpo y sexualidad. Por otro, la voz-over -que suponemos de Tamara adulta- es el recurso encargado de establecer los procesos mentales de la protagonista que acompañan todo el relato, y aunque no necesariamente lo cohesionan del todo, sí remarcan los momentos de identificación y desidentificación del personaje.

Con todo, no queda clara la intención de la fábula. Miguel es un psicópata, y parece ser la anomalía monstruosa, cercano a lo que hemos visto en El Club, El bosque de Karadima o La mujer de Iván, pero no se logra captar la especificidad de Princesita. Sabemos que el cine feminista ha hecho del monstruo un tema recurrente, jugando con los elementos del fantástico, lo corpóreo y la transgresión. Pienso en el cine de Catherine Breillat, por ejemplo, quien ha hecho del trabajo de desnaturalización del mito elemento fundamental de un feminismo visual que subvierte “el placer visual de la narrativa” -como hace años señaló Laura Mulvey-, lo que sitúa la pregunta por el modo o la forma en que los elementos de la puesta en escena logran distanciar, criticar o subvertir el modo en que los cuerpos aparecen en la imagen. Es particularmente ese embellecimiento visual de los cuerpos (que incluye al propio casting) el que me hace pensar que Princesita parece una película incorpórea, sin marcas mayores del tiempo o el trauma (es la misma escena de la violación la que se presenta pudorosamente), ni qué hablar de marcas de clase, etnia o género, como algo visto no más que una victimización. Como sea, es el final encandilado en un supuesto acto de rebeldía o liberación el que no llega a puerto porque no queda claro su objetivo estratégico. Es una imagen bella e incluso publicitaria, pero vacía en definitiva.

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Porque, finalmente, ¿de qué se trata esto? ¿De qué se hace cargo la película? Si se trata de la denuncia de una secta y su líder, no pasa de un relato de crónica roja o policial. Si se trata de un thriller psicológicola insistencia en la alegoría no deja andar a la narración. Si se trata de una crítica a la moral eclesiástica, el final es tan abierto que no parece haber iconoclastia ni dirección política del gesto.  Si se trata de una denuncia del poder del “contrato sexual”, el poder está tan omnipresente que no parece haber agencia ni detalle en los géneros como relación social, más bien la construcción de un otro que deviene metáfora de una condición masculina per se. Es quizás por esto último que el filme no proyecta esa relación fuera de ese “gran otro” amenazante del que hay que liberarse. ¿Thriller? ¿Alegoría? ¿Denuncia? ¿Coming of age? Princesita, realmente, no toma ni se hace cargo de alguna de estas dimensiones, ya sea la de una denuncia o el de una reflexión.

Personalmente, me perdí con la intención de la película. A eso se suma un montaje redundante en operaciones y climas afectivos, que posiblemente intentaba sortear problemas de guión. O quizás se trata de un guión que tenía una idea que se fue desdibujando a lo largo del filme. Lo cierto es que toda la belleza y parafernalia visual de Princesita queda en algo decorativo en la medida que no llegan a puerto en un plano de densidad significativa.

Habrá que insistir en algo: una película no es su premisa. No es lo que dicen los directores que es, ni es lo que las frases promocionales dicen que son: observar esas diferencias es lo que distancia el ejercicio de la crítica de una promoción de marketing.

 

Nota comentarista: 4/10

Título original: Princesita. Dirección: Marialy Rivas. Guión: Marialy Rivas, Camila Gutiérrez. Fotografía: Sergio Armstrong. Montaje: Felipe Gálvez, Andrea Chignoli, Delfina Castagnino. Sonido: Martín Grignaschi. Música: Ignacio Pérez Marín. Reparto: Sara Caballero, Marcelo Alonso, María Gracia Omegna, Nathalia Acevedo, Nahuel Cantillano, Rafael Federman, Emiliano Jofré, Stefano Mardones, Agustín Silva, Isidora Uribe. País: Chile. Año: 2017. Duración: 78 min.