Perdida (David Fincher, 2014)
Hace unas semanas mencioné lo nuevo de Fincher en una conversación. “¿De qué se trata?”, me preguntaron. “De un tipo que empieza a parecer cada vez más sospechoso de ser el responsable de la desaparición de su esposa”. “Suena cliché”. “Puede ser, pero es Fincher”. El artesano Fincher, actualmente uno de los pocos cineastas norteamericanos contemporáneos que tienen una fórmula cinematográfica propia que se puede amoldar efectivamente a casi cualquier guión para potenciarlo desde la visualidad. Al igual que, por ejemplo, Soderbergh y, hasta cierto punto Scorsese o Aronofsky, David Fincher tiene un estilo de cámara, ambientación y musicalización, con un sello personal inconfundible, pero que va más allá de sólo ser un sello. Es un sello funcional que acompaña el dramatismo de cada escena, un dramatismo llevado por los personajes.
Entonces, en David Fincher confiamos a la hora de llevar un cliché a la pantalla. Perdida es un ejercicio cinematográfico fino, concienzudo, perturbadoramente efectivo. Y, felizmente, la película no es sólo un thriller policial que gira en torno a la pregunta “¿Quién es el culpable?”. Es un film que resignifica la vida en pareja en un contexto social marcado por la falta de escrúpulos y la mecánica amarillista de los medios masivos.
En el día de su quinto aniversario de matrimonio, Amy (Rosamund Pike) desaparece bajo circunstancias extrañas. Su esposo Nick (Ben Affleck) recibe inicialmente el apoyo de la policía y los vecinos, pero después de unos días, el frenesí mediático y la urgencia por encontrar a un culpable – más que a la propia Amy -, vuelven a Nick en el principal blanco de las sospechas, quien además no se muestra muy afectado por el suceso.
En los primeros segundos de película, Fincher subraya la importancia del contexto social, con planos de Missouri, sus barrios suburbanos y su aparente calma y limpieza, que desplaza la suciedad a ríos y lagos, y la soledad al interior de los bares. En ese sentido, el cineasta vuelve a repetir el ejercicio de hacer de la ciudad un personaje, como en Se7en.
Missouri se vuelve el lugar perfecto para albergar personajes tan crédulos como hipócritas, y cada suceso que ocurre parece tener dos versiones. La historia es contada perfectamente dosificada a través del punto de vista de Nick, las respuestas que le da a la policía y su propia investigación; y el relato en paralelo de Amy, a través de la lectura en off de su diario de vida, que relata su vida de casada hasta el día de su desaparición. En el enfrentamiento de estos dos relatos es donde algo empieza a oler mal. Nick dice que ama a su esposa, pero no parece extrañarla; la pareja parecía ser perfecta a ojos de todos, pero en la intimidad de su diario de vida, Amy relata que habían problemas; Nick pareciera tener motivos para querer deshacerse de Amy, pero no parece un asesino. El trabajo del concepto de la dualidad es finamente trabajado a través del montaje, con un relato en paralelo, y a través de la fotografía infalible de Jeff Cronenweth (Social Network, Fight Club), con un fuerte énfasis en los claroscuros. Todos elementos de un cine formuláico, sesudo en la planificación y ejecución que, para los adherentes al cine más indie o moderno, puede parecerles poco orgánico. Precisamente, Fincher no es orgánico, es espectacular y lleno de artilugios. Digno de ser visto en pantalla grande.
El misterio de quién es el culpable de la desaparición de Amy es respondido temprano en la película, alejándose del orden clásico de misterios como The Usual Suspects y acercándose más a Insomnia o Fracture. Lo interesante es que, al estar los espectadores en conocimiento de la verdad, y no los personajes, sólo nos queda sentarnos cómodamente y ver cómo se desata el infierno en el pequeño y tranquilo Missouri.
Perdida no es una película sutil. Es una película llena de excesos que podrían quitarle verosimilitud a la historia, pero la mano fina de Fincher y las tremendas actuaciones de Affleck y Pike nos permiten seguir dándole permiso para que fuerce nuestra credibilidad. Nos da información tanto como nos la omite, y nos hace creer que estamos en control cuando en realidad no lo estamos, y cuando la película termina y los créditos corren en la pantalla, en la sala se siente un ambiente de desprotección e incredulidad. Y las preguntas empiezan a surgir: ¿puede el amor mutar al odio rápidamente?, ¿es una persona capaz de hacerle tanto daño a quien alguna vez amó?, ¿soy yo capaz de hacer algo así?, ¿es el matrimonio feliz algo posible?, ¿cuáles son los límites de la intimidad y la privacidad?, ¿me voy a mi casa o a un bar?
Pato R. Gajardo