Moonrise Kingdom
Narra la historia de Sam, un pequeño boy scout, huérfano e inadaptado y Suzy, la mayor de cuatro hermanos e hija de un matrimonio en crisis. La historia tiene lugar en una isla de Nueva Inglaterra y transcurre en el año 1965. Estos dos jóvenes preadolescentes están enamorados y han decidido iniciar un viaje para estar juntos, es por ello que se escaparán dos veces, para demostrar que lo que los une es más fuerte que cualquier designio de los adultos.
Desde el primer plano de la película es imposible no reconocer la mano de Wes Anderson, quien ha desarrollado un cine con características propias que hacen inconfundible sus filmes. Como de costumbre el director nos crea un mundo lleno de magia, “extrañeza” y excentricidad, que choca constantemente con la realidad, pero que a la vez es capaz de hacerte creer que está realidad en que vivimos puede ser más mágica de lo que esperamos. En ese sentido, Moonrise Kingdom se logra asentar dentro de un imaginario mucho más potente que sus trabajos anteriores. Anderson le saca un excelente partido a su puesta en escena, que está sumamente bien cuidada, desde los detalles en el vestuario hasta sus decorados, que a regularmente parecen escenografías teatrales, las cuales nos insertan más fielmente dentro de este mundo mágicamente articulado por el lente del director. Y aunque su puesta en escena puede lucir teatral no lo son las actuaciones de sus protagonistas, las cuales son siempre medidas y más que destacables, considerando en este caso la juventud de sus intérpretes.
A diferencias de sus historias anteriores, esta podría ser calificada como una historia de amor; de un amor pueril idealizado en su máxima expresión, que no deja de lado los conflictos familiares, tan típicos dentro de las películas del director, pero que sin embargo logra una madurez no vista en sus trabajos predecesores. En está ocasión los niños parecen ser más lucidos que los adultos, quienes viven en mundo absolutamente caótico, del cual Sam y Susy quieren escapar y sólo ser felices, el uno junto al otro. Sin embargo este cometido no será tan fácil de lograr, los padres de Susy, son una familia atípica, excéntrica y papá y mamá tienen un matrimonio venido a menos, ya que, la señora Bishop ha comenzado un amorío con el Capitán de policía de la isla (quien más tarde intentará adoptar a Sam, para salvarlo del orfanato y los ataques de electroshock). Los hermanos de Susy permanecen siempre unidos, jugando, leyendo o aprendiendo sobre música clásica, mientras que ella vive entremedio de sus libros de héroes y heroínas que han crecidos desamparados, cuya situación quizás les ha dado las fuerzas necesarias para cumplir sus “hazañas”. Así como sus personajes, ella pretende tener facultades mágicas, la de ella es ver las cosas de cerca a través de sus inseparables binoculares. Mientras tanto Sam es errático en su actuar, inadaptado, pero con intereses particulares (una constante de los personajes de Anderson, que siempre tienen algún tipo de excentricidad) y que rápidamente se enamora de Susy, tras un año de llevar un correo amoroso es que ambos acuerdan su huída.
En la exploración de Sam y Susy tanto de tierras, historias, vivencias, despertar sentimental y hasta sexual, es que la película encuentra sus pasajes más reveladores, es también donde se hace palpable la precisión del director para crear mundos únicos, en los que los códigos de la realidad cambian para ponerse al servicio de la cinematografía. Los momentos que retrata poseen una delicadeza lúdica, sus travellings laterales tanto como sus zoom back nos revelan sus espacios, compuestos con una perfecta simetría dentro del plano, los cuales enmarcan los límites dentro de los cuales se mueven sus personajes.
Sin duda esta es la película mejor lograda de Anderson y aunque en términos narrativos la historia no sea tan compleja o atractiva como sus anteriores filmes, hay algo en el aire que te deja fortificado, serán las remembranzas o los anhelos de infancias que despiertan al instante o quizás ese erotismo pueril del primer beso, sin duda hay algo que va más allá de la niñez, que quizás tiene relación con la consecución de los sueños o incluso con la misma locura.