Mensajes privados: Interfaces íntimas
Probablemente sea más interesante pensar Mensajes privados como una película-ejercicio de dispositivo no tan diferente a las anteriores. En el documental nacional contemporáneo se pueden encontrar varios ejemplos de películas de dispositivo (Las cruces, Una vez la noche, las últimas películas de Agüero), mientras que en la ficción podríamos pensar en El baño (Gregory Cohen, 2005) o las películas de Leo Medel, aunque los ejemplos en este caso no abundan. La película de Bize se sitúa entre estas tendencias, entre ser una película de interfaz pandémica, una auto ficción y un psicodrama colectivo.
Cuando la etiqueta del novísimo cine chileno sugería todavía una promesa de giro hacia un nuevo estilo de cine nacional, no era difícil entender que Matías Bize se convirtiera en una de sus figuras principales. Con presupuestos acotados, un interés especial por las relaciones de pareja y situaciones pequeñas resueltas por un grupo actoral limitado, las películas tempranas de Bize sirvieron como un estandarte de la tendencia hacia la desdramatización y a las “poéticas débiles” de principios de siglo. Quizás por esta conexión temática general, hubo un gesto menos atendido en los primeros ejercicios de Bize; películas que se podían describir por su estructura formal, por el uso de un dispositivo evidente.
Se podría hablar de dispositivos espaciales (En la cama), temporales (Lo bueno de llorar), o una combinación entre ambos (Sábado), en general, las primeras películas de Bize eran descritas antes por su formato que por sus temáticas. Esta preocupación se volvió menos evidente después de La vida de los peces (2010) y La memoria del agua (2015), películas donde la etiqueta del “drama de parejas” encajaba mejor y donde los gestos estilísticos eran menos visibles Pensando en estos dos “polos” de su filmografía, Mensajes privados podría verse como la versión de Bize de una película de pandemia, al mismo tiempo que como una adaptación esperable de su manera de hacer cine ante la situación mundial.
En ese sentido, la reducción de recursos de la película (primer plano permanente, baja fidelidad del registro casero) no está tan lejos de las restricciones de sus primeras películas. Aun así, la diferencia también es evidente; antes se trataba de restricciones creativas voluntarias, ahora de una situación que llevó a no pocos cineastas a pensar en métodos de rodaje poco convencionales. Sin embargo, probablemente sea más interesante pensar Mensajes privados como una película-ejercicio de dispositivo no tan diferente a las anteriores. En el documental nacional contemporáneo se pueden encontrar varios ejemplos de películas de dispositivo (Las cruces, Una vez la noche, las últimas películas de Agüero), mientras que en la ficción podríamos pensar en El baño (Gregory Cohen, 2005) o las películas de Leo Medel, aunque los ejemplos en este caso no abundan. La película de Bize se sitúa entre estas tendencias, entre ser una película de interfaz pandémica, una auto ficción y un psicodrama colectivo.
Llegué a ver la película sin ninguna información previa de su formato, por lo que el comienzo provocó una sorpresa inicial; el rostro de Néstor Cantillana en un primer plano en baja resolución, es decir, el plano común de una videollamada. Si bien antes de la pandemia ya existían algunos ejercicios similares de guiño a la interfaz del computador o el celular, el hecho de llevar esto a las dimensiones de una pantalla grande sigue provocando una especie de corto circuito, se trata de imágenes que no asociamos al formato del cine. Aun así, como ocurre con otras películas cuya impresión inicial se basa en su formato, al cabo de un rato uno se va a acostumbrando al tono apelativo que implica un rostro gigante hablando directo a la pantalla.
Mensajes privados consiste en un conjunto de planos de este tipo de, principalmente, actores y actrices que han participado en las películas anteriores de Bize, lo que de alguna manera también sugiere un ejercicio íntimo entre conocidos. La mayoría de los relatos se podrían clasificar como testimonios centrados en una historia particular, casi siempre en relación a relaciones quebradas y eventos traumáticos. El “casi” viene porque existen excepciones y el formato es menos uniforme de lo que parece; están el interludio musical de (Me llamo) Sebastián, el relato más lírico y abstracto de Verónica Intile, o el discurso más libre y ensayístico de Vicenta Ndongo. Por lo demás, cada relato no sigue un orden lineal, sino que se van soltando fragmentos de cada uno de a poco en un montaje paralelo coral que mientras avanza se compone de hasta ocho voces.
Los ocho relatos no tienen la misma preponderancia, e incluso se podría afirmar que los relatos de Antonia Zegers, Néstor Cantillana, Blanca Lewin y Nicolás Poblete se llevan el peso narrativo de la obra, con relatos más estructurados y que se van desarrollando a través de sus propias estrategias dramáticas con mayor extensión. Sumado a la presentación formal pandémica, Mensajes privados también se inscribe, de alguna manera, en una tradición del testimonio extenso y las estrategias narrativas del relato oral. Como en algunas películas de Coutinho, o, más recientemente, de Affonso Uchoa o Graham Swon, se renuncia voluntariamente a la variedad de la imagen para centrarse en el rostro y apelar a las imágenes mentales que sugieren las palabras de sus protagonistas. Es también una especie de “test de memoria”; abandonamos y retomamos constantemente los relatos en paralelo, perdiendo y retomando el hilo, obligándonos a recapitular cada vez que aparece un rostro que no habíamos visto en un rato.
Aun así, tampoco los relatos centrales mantienen el mismo estilo, cuestionando desde la propia película el formato testimonial-documental. Por la intimidad y el tono de los relatos, nuestra primera inclinación nos lleva a pensar que se trata de una especie de película-confesionario donde cada actor y actriz revela un secreto íntimo. Sin embargo, además del montaje paralelo, existen cortes internos en los propios relatos, mostrando “segundas tomas” o desfases sonoros que contradicen la transparencia de los testimonios. Además de las diferencias de tono, se empiezan a notar diferencias en la técnica actoral; el relato Zegers encarnando a una profesora violentada por su esposo, por ejemplo, tiene la intensidad y las inflexiones de un clímax dramático, mientras que el relato de Poblete mantiene el tono de una confesión íntima a un cercano.
Se podría decir, a primeras, que esto revela la diferencia entre quienes actuaron historias ajenas y quienes relatan historias personales. Sin embargo, con las “tomas falsas” y los cortes, Mensajes privados coloca cada relato en el mismo nivel y nos lleva a pensar en sus procesos de escritura. Quizás por la claridad de esta elección, los relatos “diferentes” a ratos aparecen como incongruencias dentro de la misma estructura formal: las apariciones más cortas, como las de (Me llamo) Sebastián e Intile, se sienten casi como interludios ante la densidad de los relatos centrales, como una solución de montaje para variar entre los testimonios más extensos y densos.
A su vez, dentro de los relatos centrales, también cuesta un poco reconciliar el despliegue actoral que alcanzan los momentos más dramáticos de cada historia con los relatos más "naturales", especialmente el de Poblete, con su mezcla entre contención y dificultad para articular las palabras que responden a otro modelo actoral. El impacto que genera su testimonio no se da solo por la naturaleza de lo que revela, sino también por las estrategias de narración que utiliza, cambiando de protagonista y generando sospechas y especulaciones a medida que el relato avanza. Se trata del relato más vinculado al trauma, y por lo mismo, el estilo es discreto y caótico a la vez, sin búsquedas de “clímax” ni tics gestuales.
En ese sentido, por más que se trate de una estructura formal clara, el resultado la mezcla de cada historia es más ecléctica de lo que podría pensarse. Incluso, hacia el final, Bize decide romper el dispositivo con un plano completamente diferente, cámara en mano y sin testimonios. Se trata de un gesto que se posiciona desde el lado de lo simbólico, una especie de conclusión positiva frente a lo que podría describirse como una acumulación de traumas y pesares contados a cámara. Sin embargo, esta idea figurada y literal de “renacer”, aparece más como refuerzo metafórico para las conclusiones de cada relato que como una ruptura real en la forma de la película. Mensajes privados pareciera dudar hacia al final ante la rigurosidad de su propio dispositivo, desconfiando de paso en el poder evocador de la palabra.
Título original: Mensajes privados. Dirección: Matías Bize. Guion: Matías Bize, Néstor Cantillana, Nicolás Poblete, Verónica Intile, Vicenta Ndongo. Montaje: Rodrigo Saquel. Reparto: Antonia Zegers, Nicolás Poblete, Néstor Cantillana, Blanca Lewin, Vicenta Ndongo, Alex Brendemühl, Verónica Intile, (Me llamo) Sebastián. Año: 2022 País: Chile. Duración: 77 min.