Memoria (1): Vibraciones sonoras del mundo inmaterial
Así como en Memoria -que ganó el Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2021- el lenguaje verbal le resulta insuficiente a Jessica para interpretar lo que al principio de la película no sabemos si sólo ocurre en su cabeza, para el/la espectador/a le será complejo seguir su viaje si no lo hace desde un lugar liminal y un estado de ambigüedad, sólo a partir de los cuales podrá ir dejándose fluir a lo largo de las más de dos horas de duración del filme.
Fue cuando viajaba por Colombia investigando para filmar en ese país en 2017, que el director tailandés Apichatpong Weerasethakul comenzó a padecer el "síndrome de la cabeza explosiva". Al despertar escuchaba el mismo sonido que Jessica (Tilda Swinton), la protagonista de su octava película Memoria, describe como una bola enorme de concreto que cae en un fondo de metal rodeada de agua de mar, al tratar de explicarle su percepción a un ingeniero de sonido que intenta reproducirlo técnicamente.
Su primera película filmada íntegramente fuera de Tailandia es una inquietante y sensorial búsqueda de una mujer extranjera que vive en Medellín, Colombia, por esclarecer el origen del sonido que escucha desde que visita a su hermana enferma en Bogotá. Las posibles causas de los síntomas de su hermana nos dan las primeras nociones de que nos enfrentamos a un relato con elementos mágicos o fantásticos: estaría enferma por la maldición del jefe de una tribu amazónica que no quiere ser contactada o, eventualmente, de un perro atropellado que dejó morir en un sueño.
Probablemente influenciado por sus padres médicos rurales, la enfermedad, los hospitales y el sueño son tópicos que Apitchatpong ya había abordado en la enigmática Cemetery of Splendor de 2015, donde un grupo de soldados tailandeses sufre una extraña enfermedad del sueño en una escuela transformada en hospital. Son unas diosas del templo convertidas en humanas quienes le explicarán a una de las voluntarias que cuidan a los enfermos de esta especie de narcolepsia, que el lugar está ubicado sobre un antiguo cementerio de reyes, los que les extraen la energía a los soldados para luchar en sus batallas, haciéndolos dormir y sólo despertar a ratos. La terapia de luces de colores que le aplican a los durmientes para que no tengan pesadillas, está de alguna manera presente en el corto de Apichatpong incluido en El año de la tormenta eterna (en que también participan el iraní Jafar Panahi, la directora chilena Dominga Sotomayor y otros destacados directores internacionales que representan las cuarentenas por coronavirus), en que además incluye insectos, presentes en la tradición budista.
Así como en Memoria -que ganó el Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2021- el lenguaje verbal le resulta insuficiente a Jessica para interpretar lo que al principio de la película no sabemos si sólo ocurre en su cabeza, para el/la espectador/a le será complejo seguir su viaje si no lo hace desde un lugar liminal y un estado de ambigüedad, sólo a partir de los cuales podrá ir dejándose fluir a lo largo de las más de dos horas de duración del filme.
Como en su vasta filmografía en que se diluyen las fronteras entre la ilusión y el mundo material, en Memoria Apitchapong hace convivir la realidad con la expresión onírica, los fantasmas que coexisten e interactúan con los vivos, el “ahora” donde convergen los tiempos pasados o las vibraciones de paisajes y objetos que guardan historias por años. Ahí está la memoria, en una especie de percepción pulsante de la tierra que guarda un flujo colectivo.
En la ganadora de la Palma de Oro de 2010, la ficción Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas, Apichatpong desdibuja los límites entre el mundo de los vivos y los que ya no lo están, cuando el protagonista -enfermo terminal- vuelve a su pueblo a vivir sus últimos días y se le presenta su esposa muerta de joven y su hijo desaparecido, transformado en una criatura peluda de ojos rojos. Su mujer tiene la misma apariencia que cuando murió hace muchos años, porque ya no tiene noción del tiempo. Los seres que se esconden en la oscuridad, los espíritus y los animales del bosque sienten la enfermedad del tío Boonmee, quien cree que enfermó producto de su karma por haber matado muchos comunistas (la dimensión política y la guerra de guerrillas de la insurgencia tailandesa desde los sesenta, es otra preocupación de Apichatpong, además de los mitos y espiritualidad de los pueblos y aldeas).
Es en las calles de Bogotá donde pareciera que la atmósfera guardara las huellas de la violencia política como si pudieran escucharse sus ecos, al punto que un joven se tira al suelo como si hubiera estallado una bomba, cuando sólo ha pasado una micro. Ahí también los sonidos se expresan a través de la música de los jóvenes de una universidad, a la que Apichatpong le da suficiente tiempo para desplegarse en sus característicos planos largos y pausados; así como al silencio, como una forma de tener más conciencia de la sonoridad.
Los restos humanos que Jessica incluso puede tocar cuando una antropóloga forense le muestra un cráneo de hace seis mil años con una perforación para que salieran los malos espíritus, parecieran contactarla con la historia y la conciencia humana de los ancestros. En su recorrido hacia la naturaleza, también se encontrará con excavaciones arqueológicas (y fuerte presencia militar en el camino), expresión del interés casi místico del director por la exploración del centro de la tierra, que también está presente en Tío Boonmee cuando un grupo emprende una excursión a unas cuevas subterráneas.
Tanto la ciudad como la selva colombiana emiten un latido que únicamente Jessica parece percibir como si pudiera seguir las huellas de otras personas o paisajes, incluso hasta creer estar volviéndose loca. Guiada por una pulsión por llegar al origen de sus inquietudes, en una localidad rural le pedirá medicación a una doctora que le asegura que en el pueblo muchas personas sufren alucinaciones y termina entregándole un descontextualizado mensaje cristiano.
Como una expresión de la influencia de los paisajes sonoros en nuestras vidas, Jessica comienza un camino de recolección de sonidos que culmina en un lugar donde conoce a un limpiador de pescado que nunca ha salido de la localidad, que le comenta que entiende el lenguaje de los animales y le confiesa que tiene el poder de recordarlo todo y por eso trata de limitar lo que ve.
Con el encuentro con este hombre que se entiende a sí mismo como una suerte de “disco duro” del conocimiento de otros tiempos (que queda plasmado en la memoria de los objetos y en vibraciones pegadas a las piedras) y a ella como una antena, Jessica va culminando su búsqueda con un final fantástico (un tanto desconectado del tono de la película) al comprender que la tierra tiene depositada la historia humana en sí misma.
Título original: Memoria. Dirección: Apichatpong Weerasethakul. Guion: Apichatpong Weerasethakul. Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Música: César López. Reparto: Tilda Swinton, Daniel Giménez Cacho, Jeanne Balibar, Juan Pablo Urrego, Elkin Díaz, Daniel Toro, Agnes Brekke, Jerónimo Barón, Constanza Gutiérrez. Año: 2021 País: Tailandia, Colombia, Francia, Alemania, México, China. Duración: 136 min.