Los Delincuentes: narración bifurcada

Suerte de remake del noir argentino Apenas un delincuente (Hugo Fregonese, 1949), la película de Rodrigo Moreno en rigor es una relectura libre que coquetea y luego prescinde del esquema acercándose a otros registros más bien reflexivos y poéticos. Subdivida en dos secciones muy claras, la primera parte es un noir urbano y porteño sumergido en la ciudad ruinosa, las oficinas grises, los cafés porteños y el sonido del bandoneón en una atmósfera moderna y atemporal a la vez. Moreno sabe concentrar bien la narración siguiendo un poco el dispositivo observacional de El custodio (2006), uno de sus filmes anteriores más reconocidos, con un comentario agudo a los habitus de una clase media precarizada y conformista.

Morán y Román tienen un trabajo estable en la contaduría y la caja de un banco. Uno de ellos tiene una idea que es la premisa central de todo el filme: robar plata para nunca más trabajar. Morán le propone a su compañero un pacto, y que él asume la responsabilidad del robo asumiendo los años de cárcel, y ya cuando salga ninguno de los dos volverá a trabajar. A partir de este punto las vidas de ambos personajes se bifurcan y se abren a lugares insospechados. 

Suerte de remake del noir argentino Apenas un delincuente (Hugo Fregonese, 1949), la película de Rodrigo Moreno en rigor es una relectura libre que coquetea y luego prescinde del esquema acercándose a otros registros más bien reflexivos y poéticos. Subdivida en dos secciones muy claras, la primera parte es un noir urbano y porteño sumergido en la ciudad ruinosa, las oficinas grises, los cafés porteños y el sonido del bandoneón en una atmósfera moderna y atemporal a la vez. Moreno sabe concentrar bien la narración siguiendo un poco el dispositivo observacional de El custodio (2006), uno de sus filmes anteriores más reconocidos, con un comentario agudo a los habitus de una clase media precarizada y conformista. A esto se le agrega una dosis de comedia absurda, a partir del robo, tono que irá creciendo a lo largo del filme. Uno de los logros de esta primera sección es el ambiente hostigante y denso de la oficina bancaria al momento que llega una encargada del seguro a establecer una investigación sobre los posibles cómplices del robo. Aquí Román se lleva el peso de la culpa mientras el filme se abre a la segunda sección. 

La segunda sección se aleja del minimalismo de la primera parte, cierta predicción narrativa o esquema de plots. A partir de una misteriosa chica que se cruza con ambos personajes en momentos distintos, esta segunda parte gira en torno a la espera mientras Morán cumple su pena de cárcel. Esta espera abre caminos no esperados en ambos, y es también el amor o la promesa de algo mejor lo que genera estas aperturas, así como la coincidencia improbable de que los dos amen a la misma mujer. El encuentro con un grupo de personajes, entre ellos un cineasta chileno que anda filmando espacios naturales, bifurca y crea espacios poéticos donde el humor, el paso del tiempo y el juego son las claves.

Desobedeciendo, entonces, la premisa inicial, el filme gira en esta segunda sección en torno al ocio y el tiempo muerto en paisajes del interior argentino, recordando al trabajo de Llinás, Citarella y El Pampero cine. El filme de Moreno bien podría leerse como un puente entre el minimalismo urbano noir, cercano a cierto cine argentino -pensando en Trapero o Aristaraín-, con las búsquedas post “Nuevo cine argentino” de inicios de siglo, que han venido declamando desde El Pampero cine respecto a la narración, los espacios y los modos de producción. Evadiendo el esperado final, Moreno decide dejar abierto el desenlace como una pregunta sobre los personajes, pero también una inquietud sobre desplazar la narración para que el espectador reflexione sobre aquello que efectivamente está viendo y lo que él quiere ver. Moreno le quita esa catarsis para dejar más bien un pensamiento sobre el destino errante de los personajes y sus propias imágenes.