Licorice Pizza: Hacia el fin del mundo
Las decisiones de PTA frente a este tipo de encrucijadas son algo a lo que ya deberíamos estar acostumbrados. Sin embargo, de alguna forma se las arregla para volver una y otra vez a este enfrentamiento en donde, a la larga, somos quienes seguimos sus películas quienes debemos asumir o no estas historias como cuentos morales.
La urgencia por la historia y sus bemoles no es algo ajeno en la filmografía de Paul Thomas Anderson. Y digo urgencia porque sus películas encarnan el frenesí del que está por llegar, sin saber necesariamente donde. Sus personajes enfrentan, cada uno en su lugar, algo que puede parecer el fin del mundo, el fin de una era, el fin de la forma en que entienden la vida que llevan.
Gary (Cooper Hoffman) conoce a Alana (Alana Haim) mientras hace la fila para tomar su fotografía escolar. Alana no es una alumna, sino parte del equipo que toma esas fotografías. Gary, desenvuelto de una forma a la que no estamos acostumbrados, intenta acercarse a ella pese a su diferencia de edad. Él es un adolescente; ella, una mujer sobre la veintena. ¿Qué tenemos aquí?
La actitud desenfada de Gary no es exclusiva de él. Sus amigos, su hermano menor y todos quienes lo rodean, son parte de una misma mirada, una en la que su aparente inmadurez no se condice con sus acciones. Los niños toman decisiones, se presentan como iguales ante los adultos a quienes se enfrentan y, muy probablemente, es ahí donde radica su encanto. Atrapados en un tiempo que no les pertenece, encarnan perfectamente esa necesidad imperiosa de comerse al mundo, mientras los adultos se mueven por un universo que de a poco va decayendo. Por lo mismo, encuentros con una antigua estrella de Hollywood o el novio de la famosa cantante Barbra Streisand son un contrapunto a lo que vemos en el grupo de adolescentes. Mientras ellos buscan un lugar en el mundo, los adultos siguen comportándose como si todo les perteneciera y peor, como si sin ellos nada pudiese seguir funcionando.
Visto desde ahí, no es extraño que Alana opte por rebelarse ante la sociedad entablando relaciones de amistad con los adolescentes, y una situación romántica con Gary. Su situación no es muy distinta a la de muchos de nosotros frente a un mundo que exige ciertas formas de comportarse y realizarse. La inconformidad de Alana nace de una indignación que va mucho más allá de como enfrenta sus relaciones; está, de hecho, más cerca de un grito de auxilio, una manera de deshacerse de la rabia frente al deber ser. Alana no tiene que responder a la expectativa de su familia, pero sabe que aunque no lo quiera, la experiencia de la adultez está a la vuelta de la esquina. Por lo mismo, ella corre. Corre para encontrar – nunca sabremos exactamente qué - y en ese camino, Gary también la acompaña. El mundo es demasiado grande como para mantenerse quieto.
Las decisiones de PTA frente a este tipo de encrucijadas son algo a lo que ya deberíamos estar acostumbrados. Sin embargo, de alguna forma se las arregla para volver una y otra vez a este enfrentamiento en donde, a la larga, somos quienes seguimos sus películas quienes debemos asumir o no estas historias como cuentos morales. Por mi parte, no creo que sea su intención, aunque si puede haber algo de misantropía en ello, una forma de exponernos a nuestras debilidades, mientras la extraña empatía que sentimos hacia Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) en There Will Be Blood - por poner un ejemplo - nos sigue rondando.
De alguna manera, y tal como señala Gary en medio de una escasez de combustible, el mundo se está acabando. Todos los tiempos, todas las formas y las convencionalidades a las que nos acostumbramos están cayendo, y todas las estructuras deben ser revisadas y rebatidas para dar paso a las nuevas formas. Por lo mismo, Gary y Alana exacerban esa necesidad, mientras corren como si no hubiese fin, o tal vez como si en realidad todo se fuese a acabar. La urgencia a la que hacíamos referencia al principio se repite en esta entrega de PTA, a quien no parece importarle nada más que ellos dos, nada más que sus lugares en el mundo, al que llegarán de una u otra forma. El vértigo, ese que a veces nos atemoriza, se hace presente y nos habla de una libertad a la que varios de quienes hemos caído bajo el influjo de Licorice Pizza apenas podríamos aspirar.
Título original: Licorice Pizza. Dirección: Paul Thomas Anderson. Guión: Paul Thomas Anderson. Fotografía: Paul Thomas Anderson, Michael Bauman. Reparto: Alana Haim, Cooper Hoffman, Sean Penn, Bradley Cooper, Tom Waits. País: Estados Unidos. Año: 2021. Duración: 133 min.