La nube: Sed de sangre

No es habitual que las películas vinculadas a la ciencia ficción, la fantasía, la acción o el terror sean valoradas por festivales tan prestigiosos como Cannes, una premisa que involucra insectos carnívoros podría haber sido ideal para una olvidada película de serie B, de esas que estaban décadas atrás en los estantes de algún videoclub con una llamativa portada que prometía grandes dosis de violencia. Los guionistas Jérôme Genevray y Franck Victor, sin embargo, optaron por un camino muy diferente, que prefiere la meticulosidad para instalar una base humana en la cinta que luego dará paso al terror.

Aunque el año pasado no se pudo llevar a cabo el Festival de Cine de Cannes bajo condiciones normales -por lo que no hubo una competencia propiamente tal ni cintas premiadas-, eso no impidió que la organización mantuviese vivo parte del espíritu de ese evento. El festival y las instancias relacionadas aun así hicieron una selección de películas para aquella edición, como una manera de destacar los títulos que a ojos de los curadores merecían una especie de sello de calidad en su paso por otros eventos y su posterior estreno en cines o streaming. Una de las obras que se benefició con esa distinción fue La nube (La nuée) de Just Philippot, seleccionada dentro de la “semana de la crítica”, un gesto todavía más meritorio para el largometraje debut de este director, considerando que presenta elementos ligados al cine de género.

No es habitual que las películas vinculadas a la ciencia ficción, la fantasía, la acción o el terror sean valoradas por festivales tan prestigiosos como Cannes, así que estamos ante una excepción a la regla. Probablemente se deba a que esta cinta se aleja de los principios convencionales del género del terror, con una historia que se toma su tiempo antes de adentrarse en las fórmulas que caracterizan a esos relatos. Durante la primera mitad del metraje la obra se desenvuelve como un drama familiar, con situaciones y conflictos aterrizados, que no escapan demasiado de lo normal. En aquellas escenas las preocupaciones de los personajes se refieren a cuestiones como las dificultades económicas y el bullying escolar, pero luego se suma otro factor más estrafalario a la ecuación.

La cinta es protagonizada por Suliane Brahim en el rol de Virginie Hébrard, una viuda que vive en una zona rural de Francia junto a sus dos hijos, Laura (Marie Narbonne) y Gaston (Raphael Romand). Tras la muerte de su pareja, la mujer decidió ocupar la granja familiar para la cría de saltamontes, que luego procesa y vende como harina. El negocio parece tener una buena justificación, ya que el valor proteico de esos insectos es mayor que el de la carne de res, pero el nivel de producción no es el ideal y tampoco resulta fácil encontrar compradores dispuestos a pagar un precio razonable por ellos. Ni siquiera la ayuda de su amigo Karim (Sofian Khammes) parece mejorar las cosas para Virginie, quien comienza a considerar la posibilidad de vender la granja y mudarse junto a sus hijos, momento en el que logra un sorprendente descubrimiento: las langostas crecen y se reproducen mucho más rápido cuando se alimentan de sangre.

Una premisa que involucra insectos carnívoros podría haber sido ideal para una olvidada película de serie B, de esas que estaban décadas atrás en los estantes de algún videoclub con una llamativa portada que prometía grandes dosis de violencia. Los guionistas Jérôme Genevray y Franck Victor, sin embargo, optaron por un camino muy diferente, que prefiere la meticulosidad para instalar una base humana en la cinta que luego dará paso al terror. Los componentes fantásticos del relato no surgen de inmediato, sino que tras pasar un buen rato con la familia de Virginie, mostrando incluso el trabajo que conlleva manejar su negocio. Si bien estas secuencias iniciales pueden resultar algo lentas para quienes llegan a La nube con otra predisposición, la paciencia es bien recompensada.

Las dificultades técnicas que implica filmar una película con tantos saltamontes obligaron al director Just Philippot y a su equipo a buscar soluciones creativas para esos desafíos. El gran atractivo de la obra, su diseño de sonido, fue potenciado para transmitir la presencia de los insectos sin la necesidad de mostrarlos en todo momento. La decisión tiene un gran efecto sobre la atmósfera del largometraje, que se vuelve opresiva y tensa debido al ruido cada vez más intenso que rodea a la granja. Algo similar ocurre con los movimientos que ocurren en los invernaderos donde están los saltamontes, que necesitan solo unos golpes sobre las lonas para crear la ilusión de que adentro hay miles de criaturas.

A esos elementos la obra suma una dimensión más palpable y explícita, cercana al body horror que popularizó David Cronenberg. La sensación de profunda inquietud que logra Philippot hace recordar otro título reciente del cine de terror francés, Grave (Raw; 2016) de Julia Ducournau (directora que, coincidentemente, triunfó este 2021 en Cannes con su largometraje Titane), que también entregaba una perspectiva particular del género, complementándolo con enfoques como el estudio de personaje o el relato psicológico. Pese a que el enfoque de La nube no es tan osado ni cautivante como el de esa cinta, no se pueden negar sus méritos ni menospreciar el esfuerzo por crear algo que tenga un sello propio. El riesgo que corre la película se nota en las calificaciones que ha recibido por parte de los usuarios en sitios como Rotten Tomatoes o IMDb, las que demuestran una clara reacción dividida entre el público.

El peligro que enfrentan los personajes funciona tanto a nivel superficial como metafórico. Además de ver a los saltamontes como insectos sanguinarios y mortíferos, podemos asociarlos a temas subyacentes al guion, como el vínculo que existe entre el desarrollo económico y la destrucción del medio ambiente o la naturaleza depredadora del capitalismo. Tampoco se pueden obviar los guiños religiosos de la situación, considerando que los saltamontes o langostas fueron una de las "Diez plagas de Egipto". Incluso sin necesidad de recurrir a conceptos demasiado teóricos, la película también sirve como una plataforma para examinar los sacrificios que hace Virginie como madre para el bienestar de su familia, hasta el extremo de amenazar su propia salud; que estos insectos se alimenten de la sangre le entrega una fuerte capacidad simbólica al relato.

La historia, por lo tanto, no existe en el vacío ni descansa solo sobre fórmulas y sustos aislados. Al centro de la obra se encuentran la protagonista y sus hijos, para quienes la amenaza de los saltamontes significa un hecho catastrófico que los obliga a examinar sus miedos, afectos y prioridades. Es decir, como en el cine de George A. Romero, los insectos podrían ser reemplazados con casi cualquier otro peligro, ya que lo realmente importante es el efecto que dicho componente tiene sobre esta familia.

 

Título original: La nuée. Dirección: Just Philippot. Guion: Jérôme Genevray, Franck Victor. Fotografía: Romain Carcanade. Reparto: Suliane Brahim, Marie Narbonne, Sofian Khammes, Raphael Romand, Nathalie Boyer, Victor Bonnel, Stéphan Castang, Christian Bouillette, Renan Prevot, Vincent Deniard, Clément Bertani, Guillaume Bursztyn, Thierry Calas. País: Francia. Año: 2020. Duración: 100 min.