La forma del agua (2): De monstruos y de amores acuosos

Extraño título para la última película de Guillermo del Toro. ¿Qué forma tiene el agua? ¿Qué formas puede tomar el agua? ¿Cómo dar forma al agua? Interrogantes que surgen como derivaciones posibles para aproximarse a alguna respuesta. La intentaremos buscar en el material que nos ofrece el mismo filme.

En las primeras escenas la voz de un narrador en off nos introduce en el universo del cuento, de la ficción, quizás de la fábula y las imágenes inundan la pantalla con objetos flotando lentamente en una atmósfera acuosa, los tonos verdes y azulados refuerzan una visualidad que se mantendrá durante todo el filme. Su protagonista flota y navega en un sueño placentero. Poco a poco la realidad onírica comienza a disiparse para hacernos entrar en lo cotidiano, en el día a día de Elisa (Sally Hawkins). Una serie de rituales organizan su existencia: reloj despertador, baño de tina, masturbación matinal, un calendario con mensajes inspiradores, viaje en autobús, en fin.. es una mujer soñadora y querible, se nos insinúa un pasado algo traumático, con pocos pero leales amigos. Elisa tiene una discapacidad, es muda, dificultad que en nada le resta esperar algo más de la vida rutinaria como una empleada en labores de aseo de un laboratorio secreto de investigación militar norteamericano. Ese es el contexto donde se nos va a mostrar un cuento fantástico.

La forma del agua es uno de los mejores trabajos de Guillermo del Toro, cercana al extraordinario El laberinto del Fauno (2006), combina elementos de su fascinación por los monstruos y el cine fantástico pero a los que añade una connotación política. Ubica su historia en  Baltimore en plena guerra fría y sus personajes -quizás algo estereotipados- tienen rasgos por los cuales se exponen a algún tipo de maltrato y humillación. Giles (Richard Jenkins), roommate de Elisa, es un dibujante publicitario que mantiene una conflictiva homosexualidad, su compañera de trabajo Zelda (Octavia Spencer) es una mujer casada de raza negra que convive con un marido machista. Todos representan tipos humanos que sufren algún tipo de discriminación (raza, orientación sexual, discapacidad, género) en un momento en que los Estados Unidos está fuertemente marcado por los ideales del American way of life, es decir, un tanto racista y homofóbico. Es un mundo donde solo existen los buenos (blanco, heterosexual, casado) y los malos (todos los demás). Richard Strickland (Michael Shannon), a cargo de la seguridad de esa misión, representa todos esos ideales americanos. Su casa es un típico hogar de los años sesenta, con una familia de aviso publicitario de cereales, autoritario y algo paranoico. Está también la presencia, en la planta baja del edificio donde vive Elisa, de un cine, que exhibe grandes producciones, musicales y romances pero con escaso público.

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En dicho contexto surge la figura del monstruo (Doug Jones), una especie de anfibio antropomorfo que procede de la Amazonía y que representaría algún tipo de deidad. Su presencia y estudio en el laboratorio supone la experimentación científica para posibles usos estratégicos y militares con el propósito de dotar a los Estados Unidos de ciertas ventajas contra su antagonista la URSS. Por su parte, los rusos han infiltrado un espía en el laboratorio. Tales son los ingredientes esenciales que encontrarán con la forma del agua el elemento esencial para mezclarse entre sí. El vital elemento circulará por toda la película, en tanto color, movimiento de cámara, y en distintos estados y lugares, generando las transiciones necesarias entre los diversos personajes, espacios y mundos, produciendo momentos fecundos y creativos que dotan a la película de una  continuidad visual que suspende toda interrogación por lo verosímil. Se trata de hacernos participar de un universo fantástico, y también algo nostálgico, donde nacerá el amor entre Elisa y el monstruo. Sus aproximaciones son ricas en detalles expresivos que llegan hasta una relación sexual inter-especie. Un tópico que por lo demás que ya no constituye un tabú.

El cine, desde hace tiempo, confirma la cualidad humana para enamorase de cualquier cosa: androides, gorilas, delfines, robots, cyborgs, sistemas operativos en fin. La plasticidad de la pulsión sexual se corrobora en el imaginario cinematográfico. Pero La forma del agua funciona no sólo como cuento fantástico sino también como una fábula moral, un tanto ingenua y maniquea, aunque políticamente correcta. Sus mayores logros residen en sus imágenes y en releer la vieja temática del amor hacia lo extraño con claves de la política actual. Un guiño hacia la tolerancia y la integración social. Desgraciadamente, los monstruos, no sólo los verdes y con poderes curativos, seguirán existiendo pues, como precisa Foucault, “El monstruo es, en el fondo, la casuística necesaria que el desorden de la naturaleza exige en el derecho”.

 

Nota comentarista: 7/10

Título original: The Shape of Water. Dirección: Guillermo del Toro. Guión: Guillermo del Toro, Vanessa Taylor. Fotografía: Dan Laustsen. Música: Alexandre Desplat. Reparto: Sally Hawkins, Michael Channon, Richard Jenkins, Octavia Spencer, Michael Stuhlbarg, Doug Jones. País: Estados.Unidos. Año: 2017. Duración: 123 min.