La fiesta de las salchichas: Humor “adulto”
La fiesta de las salchichas funciona en varios sentidos como una conclusión del trabajo y las exploraciones de Seth Rogen como comediante. Con una tendencia hacia la comedia adolescente, la coprolalia, el absurdo y la exageración, Rogen ha sido protagonista, escritor y director de varias de las últimas comedias Hollywoodense de éxito, y ha ayudado a abrir el camino para la comedia over-the-top. Dentro de esta apuesta por la exageración y la irreverencia, el formato animado parece la herramienta perfecta para que un tipo como él pueda dar rienda suelta a su concepto de cinta que funciona como acumulación de excesos. Especialmente en This is the End (Seth Rogen, 2013) encontramos su fijación por llevar las cosas al límite con personajes intencionadamente estereotipados, con situaciones inverosímiles y explosivas, como la que se ve en el apocalíptico y ridículo final.
La fiesta de las salchichas contiene una apuesta coherente con ese espíritu. Usando personajes que no ocultan su rol de estereotipo y con un excesivo uso del insulto (la palabra fuck se repite hasta el hartazgo, mientras que shit es la primera palabra pronunciada por algún personaje), la película busca provocar desde su primera escena al contradecir constantemente su formato. El juego formal de La fiesta de salchichas está claro: los directores Conrad Vernon y Greg Tiernan (y el co-guionista Rogen) no olvidan en ningún momento las expectativas y las asociaciones que hace el espectador con la animación digital como formato. Con un estilo de animación que recuerda al estudio Pixar (aunque con un nivel de detalle y sofisticación menor), la cinta apuesta por la irreverencia al tomar una serie de tópicos considerados adultos tales como el sexo, los insultos y la religión e introducirlos en un formato asociado al público infantil. Además del mencionado uso de la palabra fuck, también vemos como sus protagonistas, Frank y Brenda, son alimentos fácilmente asociables a un pene y una vagina (Frank es una salchicha y Brenda un pan de completo). Las referencias al sexo en general y la sugerencia sexual que hay entre estos alimentos sostiene la mayor parte de los chistes y gags de la cinta. Si bien muchos de los remates no resultan demasiado ingeniosos, la estrategia de los directores si es clara: la asociación mental de estar viendo algo “adulto” en un formato “infantil” logra crear una permanente impresión de irreverencia y transgresión que puede resultar graciosa por su incorrección. Sin embargo, esta incorrección política viene acompañada de una historia que parece mucho más interesada en encontrar momentos sexuales que en desarrollar una narración.
Además de este humor relacionado al sexo la cinta intenta adentrarse en reflexiones más profundas. La fiesta de las salchichas gira en torno a un grupo de distintos alimentos en un supermercado que están a la espera de ser llevados por humanos (vistos por ellos como dioses) hacia el “más allá”. Lo que el grupo desconoce es que el paraíso imaginado es en realidad cruel con los alimentos, y que los dioses solo buscan descuartizarlos y, finalmente, comerlos. Esta explícita crítica a la religión, que incluye escenas donde Frank les cuenta la verdad al resto de los alimentos y estos deciden simplemente no creerle, intenta entregar capas de profundidad por encima del humor adolescente que repleta la obra. Esta crítica, también en el marco de la “irreverencia”, aparece extremadamente subrayada, y podría resultar realmente ofensiva solo a algún fanático religioso. Los chistes de materia geopolítica son aún peores. Incluyendo un personaje llamado Teresa del Taco como representante de México, y haciendo referencias al conflicto palestino-israelí como un asunto de odio injustificado entre dos pueblos, la cinta exagera los rasgos de la personalidad de cada alimento dependiendo de su nacionalidad. Teresa del Taco habla con una exageradísimo acento latino, mientras que el lavash palestino es prepotente, explosivo y misógino. En una cinta de estas características, que juega con la exageración, es una decisión que podría entenderse hasta cierto punto, pero que se vuelve incómoda cuando los únicos personajes con una nacionalidad clara que no tienen rasgos que los identifiquen con su país son los protagonistas estadounidenses.
En cambio los chistes que tienen que ver con la premisa principal de la trama, es decir con la comida parlante en sí, son por lejos lo que mejor funciona. Fiestas descontroladas tipo Ibiza en la sección de alcoholes del supermercado, o el momento en que los alimentos son cortados para una cena y ven como los humanos mutilan y preparan comida, son chistes ingeniosos que juegan con su premisa. Vernon y Tiernan parecen haber aprendido de Pixar en ese sentido. De la misma manera en que el estudio aprovechó los chistes sobre juguetes en Toy Story (John Lasseter, 1995), o la biología marina para la construcción de personajes en Buscando a Nemo (Andrew Stanton y Lee Unkrich, 2003), La fiesta de las salchichas logra momentos de verdadero humor al dejar de apostar por el humor “adulto” y al juguetear, en cambio, con su propia idea principal.
Aparte de las falencias narrativas y las incongruencias políticas mencionadas, creo que el mayor fallo de La fiesta de las salchichas radica precisamente en su concepto principal de humor “adulto” introducido en un formato “infantil”. Es un ejercicio en el que Rogen pretende ampliar los límites de un formato, pero que termina finalmente haciendo todo lo contrario. La fiesta de las salchichas consolida los límites entre el humor apto para adultos y el que funciona para un público infantil. La impresión de que la animación es un arte menor, un entretenimiento para distraer niños en la mayoría de los casos, se ve solidificada al pretender una maduración del formato con chistes adolescentes del tamaño del pene. Esto es aún más grave si vemos el panorama actual. En tiempos en que la animación de televisión norteamericana ha alcanzado una calidad y madurez inesperadas, el humor “adulto” de La fiesta de las salchichas queda a años luz de las reflexiones que series como BoJack Horseman o Gravity Falls han alcanzado sin tener que recordarnos permanentemente que están siendo profundos en un género “infantil”. Estamos un momento en que los límites de lo que está permitido para niños, y especialmente lo que está permitido para adultos, se ha ampliado gracias a series como Hora de aventura, donde la distinción entre su público adulto y el infantil es tan complicada de delimitar que resulta un ejercicio inútil. En cambio, en La fiesta de las salchichas vemos una “subversión” que solo restringe los límites de lo que pretende expandir, que se queda atrapada en un humor que no es ni infantil ni adulto, y que recuerda más a los días de enseñanza media, en uno se podía reír dibujando falos en los cuadernos de compañeros para sentir que estaba haciendo “algo incorrecto”. Finalmente, queda una cinta con algunos chistes rescatables y con algún juego formal que se aprecia (los cambios de color en la parte musical o el uso de animación tradicional 2-D en algunas escenas dan una variedad apreciable), pero que resulta completamente irregular en un sentido narrativo y que sobreestima su propio ingenio y profundidad.
Héctor Oyarzún
Nota comentarista: 4/10
Título original: Sausage Party. Dirección: Conrad Vernon, Greg Tiernan. Guión: Seth Rogen, Kyle Hunter, Ariel Shaffir, Evan Goldberg. Montaje: Kevin Pavlovic. Música: Alan Menken, Christopher Lennertz. Reparto: Seth Rogen, Kristen Wiig, Jonah Hill, Bill Hader, Michael Cera, James Franco, Salma Hayek, Edward Norton. País: Estados Unidos. Año: 2016. Duración: 88 min.