La decisión de partir: amantes modernos o “dolor, tòng, gotong”

Desde el inevitable engaño de la interpretación personal, La decisión de partir nos sumerge en una fotografía, diseño sonoro y guion donde la tecnología se erige como mediadora del romance imposible entre Seo-rae y Hae-jun. A través de la presencia constante de pantallas, cámaras, grabadoras y micrófonos, las imágenes y las palabras nos engañan tanto como a los propios personajes, sin recurrir a secretismos ni ocultamientos, sino más bien mediante su exposición y elocuencia. A lo largo de la trama, aquellas herramientas de investigación van perdiendo su credibilidad para convertirse en instrumentos ególatras que ciegan a los protagonistas.

La muerte que vuelve invisible a los hombres 

Esquilo

Park Chan-wook desafía una vez más los principios morales y filosóficos de los espectadores con 'La decisión de partir', un melodrama romántico y policial que, unido a su reconocible sello, se consolida magistralmente sobre tres ejes fundamentales: amor, venganza y muerte. Con un equilibrio co-protagónico perfecto y una violencia contenida, así como a través de su peculiar reinvención personal del cine noir, nos convierte en cómplices y detectives de la fragilidad e individualismo de la modernidad, explorando su núcleo más profundo: las relaciones humanas.

La trama recuerda la historia de Odette y Swann de Proust. Un amor signado por la obsesión y trazado por una “melodía sublime” que se convierte en tortura, en la que uno de los enamorados decide encontrar algo más fuerte que el amor -el dinero- para reimprimir algún sentido de dominio y control a la relación, pero en este caso, eligiendo a la venganza como telos del amor. Identificándose también con el sentido profundo de Memorias de un asesino de Bong Joon-ho (2003), en el que el culpable se diluye en el anonimato y sin revelar ningún rasgo agresivo o premonitorio de sus conductas, aludiendo a un responsable que es tan humano como el detective que lo busca. Asimismo, Park Chan-wook construye un relato donde los roles y miradas se intercambian hasta dilucidar toda jerarquía y equiparar a cada personaje desde su propia humanidad. 

Con ello, el director, guionista y productor surcoreano, que ha logrado conquistar el mercado oriental, desde un punto comercial, y se ha consagrado en Occidente como un autor merecedor de reconocimientos tan importantes como el pequeño León de Oro del Festival de Venecia por Sympathy for Lady Vengeance, el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes por Oldboy y, más recientemente, el premio al Mejor Director por La decisión de Partir en el mismo festival, entre otros. Sigue acercándonos a protagonistas obsesivos y apasionados por encontrar 'la verdad', revelando la sutileza y sencillez que se oculta en el origen de nuestros conflictos más profundos y acontecimientos más descarnados. Narrando, en toda su obra, cómo nuestros tormentos prolongados no parten de grandes y estruendosos actos, sino que surgen de una palabra, un silencio o un gesto. Quizás por este enfoque, el que logra contar de una manera tan entretenida y atractiva en cada una de sus películas, ahondando en diferentes contextos, épocas y oficios, ha logrado encontrar la universalidad en sus historias y persuadir a un público mundial.

Su film más reciente se declara como un entramado de dualidades que, en lugar de cancelarse mutuamente, se complementan. Polaridades, como el principio de la trama, altivo y estático desde la gran cima donde sucede el crimen que la desencadena y, que a pesar de su gran exposición, guarda secretos tan profundos que perduran a lo largo de todo el relato, en contraste con el final que se sitúa en el movimiento de las olas, bajo el nivel del mar y que, a pesar de su absoluto camuflaje, enuncia una certeza rotunda. Se presentan también oposiciones más prácticas, como la claridad y la niebla, la culpa y la inocencia, el azul y el verde, e incluso los match cuts con los que el universo interior de los personajes se entrelazan. A más de la inventiva interacción de dos mundos paralelos y contiguos: China-Corea. Con lo que el autor reitera la importancia del punto de vista para juzgar la realidad y cómo esto se convierte en una limitación que nos obliga a ver la vida siempre a través de sesgos y a interpretarla desde aquellos resquicios. 

Desde el inevitable engaño de la interpretación personal, La decisión de partir nos sumerge en una fotografía, diseño sonoro y guion donde la tecnología se erige como mediadora del romance imposible entre Seo-rae y Hae-jun. A través de la presencia constante de pantallas, cámaras, grabadoras y micrófonos, las imágenes y las palabras nos engañan tanto como a los propios personajes, sin recurrir a secretismos ni ocultamientos, sino más bien mediante su exposición y elocuencia. A lo largo de la trama, aquellas herramientas de investigación van perdiendo su credibilidad para convertirse en instrumentos ególatras que ciegan a los protagonistas. Esto establece de manera trascendental cómo nuestra comunicación y lazos con los demás se vulneran cuando se tiene la certeza de que, entre más elementos se utilicen para 'ver', recibiremos mayor información. Olvidando que no importa cuántos utilicemos, siempre y cuando estemos dispuestos a ver lo mismo en todas partes. Esto se convierte en la verdadera tragedia de estos amantes modernos donde la relación es de “autoafirmación”.

Esto también se refleja en las relaciones paralelas de la trama. En la de Hae-jun y su esposa, la cual no es retratada como particularmente única o vibrante, sino más bien como parte de un cuerpo social que se extiende en estadísticas de parejas de fin de semana, que no tienen sexo, o de hombres que comen caparazón de tortuga blanda o mujer que comen granadas con frecuencia y, que a la postre, terminan por ser los elementos que definen los patrones de su relación. Así mismo, la presencia del GPS en el celular de Seo-rae se convierte en el símbolo más obvio de la imposibilidad de ver al otro sino a través de una pantalla, al igual que el recurrente uso del traductor y la explicación sosa del coreano que continuamente le hace Hae-jun a Seo-rae. Retratando la distancia emocional y psicológica que surge del exceso de información, dándole peso al silencio con el que cada personaje revela verdaderamente sus facetas.

Esta mediación no solo se expresa como separación. Las ficciones y grabaciones, presentes en los televisores, los celulares y en la música diegética, también aluden a  metarelatos entre los espectadores y la propia película. Cuando estos se permiten ser afectados por esas historias plasmadas en una pantalla y de algún modo las vuelven parte de su vida, bien sea de manera consciente o inconsciente,  como cuando Seo-rae le repite la misma frase de una película a Hae-jun atribuyéndola como suya. O cuando, como espectadores, esas imágenes digitales o sonoras se unen a esa creada realidad para inspirar nuestra manera de ser, hablar, pensar e incluso sentir y soñar. Aludiendo con ello a otras dualidades de la película que no intentan anularse sino nutrirse mutuamente, plasmando finalmente a la tecnología como un medio que alienta nuestra ceguera al mismo tiempo que expande nuestra perspectiva. 

Estas ideas se reflejan en una singular decisión estética de la película, en la que Park Chan-wook elige alejar a los dos amantes mediante encuadres, desenfoques y elementos del diseño de producción cuando se encuentran en el mismo espacio. Al mismo tiempo, cuando están alejados físicamente, los une a través de acciones espejeadas, replicando las mismas expresiones entre personajes o simplemente con una mirada que parece cruzar fronteras y kilómetros para encontrar aquellos ojos que se anhelan en la distancia. Quizás como un último deseo de develar cómo al vernos a nosotros mismos podemos reconocernos en los demás y cómo, al acudir a nuestra propia realidad y sentimientos, podemos acceder con una mayor claridad a otros. Esto en lugar de intentar descifrar a “otra” humanidad como si se tratara de una especie opuesta y extraña que debe atenderse desde la distancia y la observación científica. 

La decisión de partir es una película que sorprende, como diría Seo-rae, por su dignidad a pesar de ser moderna. Esto se debe en gran medida a su director, quien, partiendo de sus estudios en filosofía, se esfuerza por ofrecer una mirada existencial del amor, la muerte y la venganza. De esta manera, nos aleja de un entretenimiento sin alma y sin conciencia que, en medio de la sangre, la risa y el sexo, logra provocarnos preguntas inquietantes que tal vez permanecerán con nosotros para siempre.