La cacería: Torcida equivalencia

Lo que generó la controversia fue la premisa de la cinta, que consiste en un grupo de personas adineradas, cuya ideología política se acerca al progresismo, quienes participan en una cacería humana donde los perseguidos son gente de ideas conservadoras. La situación fue interpretada por sectores de la derecha estadounidense como una película que celebraba aquella persecución, pero ese tipo de análisis pasa por alto algunos aspectos básicos de las obras narrativas, ya que en historias como ésta el llamado de los realizadores no es a identificarnos con los asesinos, sino que con los perseguidos.

Hay algunas películas que deben recorrer caminos complicados para ser estrenadas. Puede ser por dificultades presupuestarias, inclemencias climáticas, desacuerdos creativos, entrometimientos de los estudios, entre otras cosas, pero hay pocos casos como el de La cacería (The Hunt), que se vio rodeada de una ruidosa controversia en la que estuvo involucrado el propio presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Con una premisa violenta, que presentaba algunos guiños al actual panorama político de ese país, la cinta llamó la atención de los sectores conservadores, quienes vieron en la obra un ataque directo hacia ellos. Esta situación, sumada a un par de tiroteos masivos que hicieron poco aconsejable su estreno en septiembre del año pasado, dejó a la obra en un estado de incertidumbre, pero después de unos meses pudo ser mostrada al público.

Lo que generó la controversia fue la premisa de la cinta, que consiste en un grupo de personas adineradas, cuya ideología política se acerca al progresismo, quienes participan en una cacería humana donde los perseguidos son gente de ideas conservadoras, los que incluso son apodados “deplorables” (un apelativo que Hillary Clinton ocupó hace algunos años para referirse a los partidarios de Trump). La situación fue interpretada por sectores de la derecha estadounidense como una película que celebraba aquella persecución, pero ese tipo de análisis pasa por alto algunos aspectos básicos de las obras narrativas, ya que en historias como ésta el llamado de los realizadores no es a identificarnos con los asesinos, sino que con los perseguidos. Son esos personajes los que se encuentran en una desigualdad de condiciones y no saben muy bien lo que está pasando, así que nuestra inclinación como espectadores es empatizar con ellos.

De hecho, la película no duda en exagerar los defectos de los perseguidores para ridiculizarlos, creando una caracterización que complacería a los propios seguidores de Trump. La cinta replica una retórica recurrente de los grupos conservadores, mostrando a los asesinos como miembros de una elite liberal, autocomplaciente con sus visiones, rápida para juzgar al resto, hipócrita y superficial. Si bien los guionistas Nick Cuse y Damon Lindelof pretenden cuestionar a ambos bandos, deben torcer varias reglas de verosimilitud para alcanzar una especie de equivalencia entre las críticas de uno y otro; si las conductas de un sector están basadas en cuestiones verídicas, las del otro dependen de algunas libertades narrativas. A ratos, La cacería parece incluso consentir ciertas teorías conspirativas de la alt-right estadounidense, como Pizzagate y los crisis actors (teoría conspirativa que afirma que son falsos los tiroteos y asesinatos masivos).

Durante el primer tercio del metraje, la película recurre a una serie de muertes repentinas y distracciones para confundirnos con la identidad del verdadero protagonista. Así, una vez que los “deplorables” despiertan en medio de un campo, y tras encontrar una caja llena de armas, comienzan a ser matados uno a uno por los cazadores, en una mezcla de balas, explosiones y hasta flechas. Una de las técnicas que ocupa la cinta para jugar con nuestras expectativas es utilizar algunos actores conocidos que uno asume tendrían un rol principal dentro de una cinta, lo que resulta entretenido la primera vez que lo hace, pero va perdiendo fuerza a medida que lo repite más de la cuenta. Una vez que se despejan esas distracciones, se revela que la protagonista es Crystal (Betty Gilpin), una mujer de pocas palabras, que está siempre en estado de alerta y que demuestra unas impresionantes habilidades de supervivencia.

Aunque la película trata de aclarar su postura frente a las teorías conspirativas y las noticias falsas durante los minutos finales, esas explicaciones no corrigen de manera retroactiva la impresión que uno tiene de la cinta en las secuencias previas. Debido a un tratamiento simplista de sus elementos políticos, cayendo en estereotipos y diálogos habituales de las redes sociales, cualquier tipo de muestras de ingenio o sutileza son eclipsadas por una caricaturización burda de los problemas que quiere satirizar. La cacería fue producida por Blumhouse Productions, la misma empresa responsable de Get Out (2017), pero carece de todos los méritos que tenía la obra de Jordan Peele, la que criticaba de forma más creativa e incisiva las buenas intenciones de los sectores progresistas.

Estos problemas se extienden también a la dimensión narrativa de la película, ya que hasta omitiendo los aspectos políticos del relato es difícil conectar con la historia que cuenta. Debido a un afán irreverente, ejemplificado por lo que vemos durante el primer tercio con las sucesivas muertes y protagonistas falsos, resulta difícil entender cuál es el enfoque de la cinta y la manera en que ve a sus personajes. No se revela mucho acerca de Crystal, que permanece como un enigma durante gran parte del metraje, y si bien no expresa el mismo pensamiento que sus deslenguados compañeros, a medida que vemos la película no hay mucha claridad sobre lo que realmente cree. Lo poco que vemos de ella nos entrega una frialdad y una serie de tics que ponen en duda su estabilidad mental, dificultando algo tan básico como saber si debemos sentirnos identificados con ella.

El director Craig Zobel trata de potenciar el tono de La cacería con un estilo insolente, que recurre a una aparatosa mezcla de gore y comedia, una combinación que termina sintiéndose autoindulgente. La incertidumbre que existe respecto de la intención de la obra y cómo ve a sus personajes impide una comprensión absoluta de qué momentos se supone deben ser chistosos y cuáles no, algo fatal para una cinta que trata de hacer reír. A pesar de la utilización de planos con ángulos poco convencionales, el efecto que logra no es de agitación o exaltación, sino que está más cerca de la confusión. Todo esto genera que en vez de transformarse en una experiencia donde los espectadores se dejen llevar por el relato, se instale una sensación de constante extrañeza.

Si en una película como Ready or Not (2019), por ejemplo, la dinámica de la cacería humana es construida sobre un planteamiento intuitivo de lo que representa cada bando, lo que permite un buen complemento entre los elementos de género, la historia y el trasfondo que pretende simbolizar, en esta obra no se ve la misma claridad. Los elementos políticos que introduce no sirven para profundizar las situaciones narradas, sino que entorpecen lo que debió ser algo más fluido. Sus ideas acerca de los sesgos ideológicos y su capacidad para modificar la comprensión de la realidad no aterrizan con la contundencia suficiente, siendo en cambio mejor representadas por la controversia que surgió antes de su estreno, algo que sus autores ni siquiera habían planeado.

 

Título original: The Hunt. Dirección: Craig Zobel. Guion: Damon Lindelof, Nick Cuse. Fotografía: Darran Tiernan. Reparto: Betty Gilpin, Hilary Swank, Ike Barinholtz, Wayne Duvall, Ethan Suplee, Amy Madigan, Emma Roberts, Justin Hartley, Glenn Howerton, Sylvia Grace Crim. País: Estados Unidos. Año: 2020. Duración: 90 min.