Joyas del cine iraní en Cine UC. Dos filmes de Abbas Kiarostami
A propósito del imperdible ciclo dedicado al cine iraní en Cine UC, Marco Antonio Allende analiza dos joyas del director Abbas Kiarostami: “¿Donde está la casa de mi amigo?” (1987) y “El sabor de la cereza” (1997)
El ciclo que realiza el Cine UC es valioso porque nos permite ver (o volver a ver) películas que formaron parte del reconocimiento internacional que adquirió el cine iraní en la década de los noventa. De todo ese grupo brillante de directores que acumularon premios y prestigio por festivales del mundo entero, el único que ha adquirido el carácter de cineasta fundamental es Abbas Kiarostami. De ahí el interés que provoca ver, desde la perspectiva actual libre del oleaje de las modas, dos de las películas que lo elevaron al canon fílmico de los últimos tiempos.
Por una parte, ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987) es una historia ambientada en el pueblo de Koker, al norte de Irán, en donde un niño busca infructuosamente a su compañero de escuela para entregarle un cuaderno que tomó por equivocación y así evitar el severo castigo del profesor al día siguiente. Es una historia sencilla, depurada, sin resonancias simbólicas ni grandes peripecias que desvelen al espectador. Así y todo, el estilo de Kiarostami es de tal maestría que nos hace acompañar a Ahmed, seguir sus pasos, acceder en su conciencia infantil y vivenciar el temblor íntimo y secreto de vivir su propia y pequeña odisea. En la insistencia de ese niño por recorrer parajes polvorientos y derruidos, descubrimos los rostros de una comunidad con signos de miseria, seres resignados a vivir en la pobreza y el abandono. Pero a Kiarostami no le interesa la denuncia social, ni siquiera la descripción detallada de ese modo de vida. Es tan sólo que Ahmed pasa por esos remedos de casas y calles de tierra, y su mirada ilumina la realidad de un espacio inmenso que lo observa, cobija y asiste.
En El sabor de las cerezas (1997) también somos testigos de un viaje. En este caso, de un hombre que busca a alguien que lo ayude en su intento de suicidio. Con ese fin, recorre con su automóvil largos páramos circulares, pendientes arenosas y áridas, todo sea para encontrar a esa persona que colabore en su empeño de desaparecer. Kiarostami no escatima en largos travellings que poco a poco nos van implicando emotivamente en la vida de este hombre que desea morir, progresando en imágenes dilatadas por la apariencia de registrar el tiempo real de la acción, envolviéndonos en una intriga eficaz (¿podrá cumplir el propósito de suicidarse?) pero que delicadamente nos va dirigiendo, con mano hábil, hacia interrogantes propias de un arte mayor: los límites de la realidad y la ficción, los misterios del espacio y la representación.
Ha pasado el tiempo y Kiarostami ha pasado la prueba. Hecho el ejercicio de ver nuevamente sus películas, la experiencia sigue siendo la misma, al menos, en términos de intensidad y deslumbramiento: su cine es imbatible cuando se trata de introducirnos en vagos territorios que conjugan con igual maestría una cámara que registra la sencillez de un rostro y la batalla que se libra dentro de esa conciencia; así como al hacernos testigos de la travesía de un niño por estepas precarias y peligrosas unida a la invisible presencia de una ternura que sostiene toda la puesta en escena. Sólo un maestro puede describir una herida profunda, un pesimismo incurable que busca terminar con una vida, sin caer en el patetismo de la angustia y la incomprensión; o trasmitir la aventura infantil que significa entregar un cuaderno sin tropezar en los lirismos ingenuos y cándidos que buscan el mensaje evidente.
Donde está la casa de mi amigo y El sabor de las cerezas pueden parecer filmes que se enfrentan a dilemas aparentemente opuestos pero que bajo la mano del director iraní se presentan como los reversos de una misma realidad. Porque, ¿qué más opuesto que una película que nos habla del recorrido de un niño por las estepas polvorientas de Irán en busca de su amigo, y la historia de un hombre que busca un cómplice que lo ayude a acabar con su propia vida? Kiarostami parece decirnos que no hay acción propia o ajena, ni evento que nos depare el destino que no pueda ser visto con los ojos de una cámara perpleja de su propia humanidad, de su propia insondable riqueza. Parecen historias sencillas, gratuitas, transparentes. Lo que subyace a los acontecimientos narrados son referencias a verdades invisibles y permanentes: el entusiasmo de la vida y la angustia de la muerte, todo sostenido por una cámara que pone en evidencia la naturaleza ambigua del cine. Algo que a veces olvidamos pero que los grandes de alguna manera nunca dejan de recordárnoslo. Y Kiarostami es uno de ellos.
Marco Antonio Allende